Cenizas sagradas que transmutan en pigmento

‘Simpoiesis. Sentirnos hueso, pensarnos ceniza’ de Cristina Déniz crea arte a partir de las cenizas del volcán de La Palma y los incendios forestales de Tasarte y Tejeda

'Abstracciones del paisaje' de Cristina Déniz

'Abstracciones del paisaje' de Cristina Déniz / Carlos de Saá

Un pigmento hecho a partir de cenizas sagradas. Tintes grises de estragos causados por incendios forestales y erupciones volcánicas. La metamorfosis del arte de Cristina Déniz ocurre a partir de la expresión de lo biológico como "aquello que somos", y transmuta en las cenizas de "lo que seremos".

Simpoiesis. Sentirnos hueso, pensarnos ceniza es una muestra expuesta en el marco del Centro de Arte Juan Ismael, localizado en el municipio majorero de Puerto del Rosario. El montaje queda dividido, según los ejes temáticos planteados por Déniz, en las dos plantas que posee el museo. De esta manera, la planta inferior queda reservada para trabajos que forman parte del sello propio de la artista, con piezas creadas a partir de restos óseos de cráneos, vértebras o tibias de animales.

En los adentros de esta serie expositiva, titulada Abstracciones del paisaje (2023), se incluyen dos obras inéditas hasta la fecha: No mienten los huesos (2024) y Respiran los poros cubiertos de herrumbe (2024). La primera escultura, enhebrada con detenimiento durante el mismo montaje de la exposición, reconstruye un montículo a partir de 300 huesos fracturados, muchos de ellos fragmentos pertenecientes a otras piezas de la misma serie.

Cristina Déniz en la presentación de 'Abstracciones del paisaje'

Cristina Déniz en la presentación de 'Abstracciones del paisaje' / LP/DLP

Restos biológicos

Aislada en el centro de la habitación, No mienten los huesos (2024) es un túmulo semejante al de los cimientos construidos por los aborígenes canarios de la cultura prehispánica. Cuenta Déniz que en este imaginario de rituales místicos, los huesos hablan según su taxonomía científica, o la localización y condiciones de donde fueron desenterrados. "Mediante los huesos se puede obtener muchísima información de cómo ha sido la vida de un animal, y por tanto, de su relación íntima con el paisaje que ha habitado", explica.

'No mienten los huesos' de Cristina Déniz

'No mienten los huesos' de Cristina Déniz / LP/DLP

Respiran los poros cubiertos de herrumbe (2024) simboliza el memento mori de las estructuras óseas y las cenizas como sello personal de Déniz. La obra muestra una vitrina reliquia con una porción de columna vertebral de un animal. A modo de alegoría entre lo vulnerable y lo temporal, la artista reflexiona cómo el ser humano se ha desconectado de los ecosistemas por los que transita, una "esquizofrenia del individuo que se cree emancipado de su entorno natural".

La materia prima de Déniz está directamente extraída de sus largas caminatas por barrancos isleños. "Es un proceso de observación activa. Pongo todo lo que recojo durante mis paseos como material sagrado para trabajar", relata la artista. En concreto, algunos de los materiales pertenecen al entorno de Fuerteventura, como es un cráneo que se halló en el barranco de Las Peñitas y que ahora forma parte de la obra El Jardín del Edén (2018-2019) o diversos huesos de aves recogidos en Isla de Lobos, que constituyen la pieza de la Sagrada Vértebra (2018-2021), creada en una de las paredes de la Sala de Arte Contemporáneo de Santa Cruz de Tenerife.

Estas piezas fueron exhibidas en su anterior proyecto expositivo Sacer. Rituales, sacrificios y ofrendas. Los restos óseos son reflejo del paso del tiempo, bruñidos mediante el viento y la tierra. La artista logró apreciar esta veta de calidad en un material perfectamente pulido que incluso "parecía porcelana". Más tarde entretejió su propio proceso científico para tratar los restos y exhibirlos como piezas artísticas independientes que pretenden despertar la reflexión empática con los ecosistemas.

Cenizas sagradas

En cuanto a la planta superior, Déniz ofrece una muestra totalmente novedosa, con una técnica que busca tratar la ceniza como pigmento sin alterar su color ni olor. "Las cenizas tienen una cualidad impermeable, por lo que cuando la tratas se aglomera y hace cemento", desembrolla la creadora. Un proceso complejo de prueba y error que desembocó en el uso de agar-agar: un alga transparente de origen chino que sirvió a Déniz como gelatina. Así fue como conservó las cualidades de la ceniza y evitó que estas se volvieran una masa.

Cobra protagonismo en este punto Escala de grises (2022), realizada en pan de oro y madera gracias al resultado de los pigmentos grisáceos. Las escalas de grises son ejercicios artísticos centrados en representar todas las tonalidades existentes entre el blanco y el negro mediante el uso de un mismo pigmento. En este caso, el grado de oscuridad que adopta el tinte se corresponde con la temperatura que alcanzaron los materiales al quemarse. "La ceniza más oscura se forma con menos grados, mientras que los tonos más claros llegan hasta los 600 grados, que es la temperatura en la que el bosque se desintegra", aclara Déniz.

'El jardín del Edén'

'El jardín del Edén' / Carlos de Saá

Grisura (2023), Cosecha de humo (2024) y Resiste con la persistencia de los siglos húmedos (2024) ahondan en las técnicas compuestas por Déniz durante el resto del recorrido expositivo. Grisura (2023) muestra almacenadas en un armario diferentes recipientes con ceniza, organizadas con base en sus texturas y tonalidades. Los restos biológicos convertidos en polvo vienen acompañados de una guía de colores Pantone para distinguir los tonos de cada pigmento.

Existe un apartado más reducido entre ambas plantas llamado Exvotos (2019). Basándose en la filosofía plástica de los rituales, se reinterpreta la idea de exvoto como ofrenda a los dioses, conceptos inspirados en las civilizaciones egipcias y mesopotámicas. Llegados a este punto, Déniz recurre al uso del latón, un material pobre por su apariencia semejante al bronce, pero habitual en la elaboración de este tipo de figurillas. Relata la artista cómo el emplazamiento de estas piezas, colgadas en las paredes, va en alusión al modo en que los objetos se disponían en los antiguos santuarios.

Simpoiesis

La historiadora y comisaria de la exposición, Blanca de la Torre, bautizó el título del montaje bajo la filosofía post-antropocéntrica de Donna Haraway. Su metafísica poshumanista explica la concepción de los entornos como un todo que participa en procesos complejos, una línea de pensamiento acorde con la defensa de los ecosistemas propuesta por Déniz. "Intento ser parte del ecosistema no como humana, sino como uno más de sus elementos", argumenta. Déniz, la última responsable de este trabajo y también conservadora del Centro Atlántico de Arte Moderno, se autodefine como una "observadora activa" que emplea restos orgánicos para hacer partícipe al ecosistema. Una narrativa que denuncia la sobreexplotación de la naturaleza y el distanciamiento de la sociedad con ella.

Cristina Déniz construyó su mundo artístico a través de las caminatas y confeccionó una estética ritualista hallada por accidente. Hizo del ritual creativo un todo donde la misticidad de los restos biológicos dista de ser algo macabro, y se erige como la máxima expresión de lo reivindicativo.

Simpoiesis. Sentirnos hueso, pensarnos ceniza constituye un trabajo en el que el ecosistema es el actor primario que moldea el mensaje. Poco a poco, Déniz confecciona esta muestra ‘viva’ que engorda gracias al paso del tiempo y se mantiene dialogante en un mismo eje.