Cuanto más distorsionadas están las cosas, cuando todo parece indicar que la manzana acabará algún día por caer hacia arriba en vez de seguir su curso original y cuando los discursos pretenden imponerse a base de repetirlos mil veces en vez de justificarlos, no hay más que meter todos los ingredientes en la batidora de la realidad para que la vista recobre la nitidez. Así, con un Real Madrid que parecía imperial y con un Barcelona dubitativo (a ojos de la prensa), la batidora trajo como resultado la misma sentencia de los últimos tres años: Guardiola es un entrenador incomparable y el Barcelona un equipo incontestable; Mourinho es un impostor y el Madrid un segundo más, como el Manchester United o cualquier otro equipo que cometa la osadía de desafiar un estilo que, ocurra lo que ocurra, nunca renuncia a sus principios. Y que cuanto más grande es el reto, mayor resultado ofrece.

No se pudo poner mejor el partido para el Real Madrid. No había transcurrido medio minuto de juego cuando un error del guardameta Valdés puso un balón franco a Benzema, que marcaba un gol mentiroso que vislumbraba un panorama alentador para Mourinho. Lejos de cambiar de discurso, lejos de que las piernas fallaran por el miedo escénico, el Barcelona no hizo otra cosa que agarrarse a su estilo, a sus principios, conocedor de que eso y no otra cosa es lo que le ha llevado a practicar el mejor fútbol del planeta.

Fue cuestión de tiempo y paciencia que el partido girara hacia el rumbo que quería Guardiola. Poco a poco, con una multitud de opciones tácticas en las que Mourinho buceaba en busca de respuestas, el Barça fue creciendo a la misma velocidad en que el Madrid empequeñecía. Ese Madrid imperial, invencible en el primer tramo de la temporada, fue superado poco a poco en cada pedazo de césped de su propio estadio. Así fue como todo volvió al principio y como el Barcelona volvió a superar una empresa de entidad.

Messi pudo neutralizar el accidente de Valdés a los seis minutos, pero Casillas sacó una mano vital que evitó el gol. Eran momentos en los que el Real Madrid intentaba interpretar el resultado y el momento (seis puntos virtuales de ventaja y 1-0 en el marcador) cuando el Barcelona silenció el Bernabéu. Todo nació en las botas de Messi y en el cerebro de Guardiola. Tantas veces ha explicado el técnico al argentino esa acción, ese arranque único que deja atrás a quien pretenda seguirlo, que el resultado no podía ser otro. Metió un balón al chileno Alexis que acabó en la red de Casillas por un triple motivo: El cerebro de Guardiola, la calidad de Messi y la velocidad de Alexis. Ya nada fue igual.

Ensalada táctica

A los que se preguntaban si Guardiola iba a jugar con tres o cuatro defensas la respuesta es que lo hizo de ambas maneras. En ocasiones con tres defensas, en otras con cuatro, a veces con Cesc de falso delantero centro, otras escorado a la izquierda, con Alves de lateral, también como puñal ofensivo... pero con Messi donde fuera necesario. Fue tal la ensalada táctica diseñada por Guardiola que el Madrid nunca supo cómo jugaba su rival. Así comenzó la segunda parte, con un Real Madrid a la espera de lo que hiciera su rival, que no fue otra cosa que ganar el partido por méritos propios.

Bien es cierto que el segundo gol del Barcelona, en el minuto 7 de la segunda mitad, fue fruto de la suerte que supone que un disparo choque en un defensa y acabe por despistar al mejor portero del mundo. Pero no más suerte que la que acompañó al Madrid en su gol. Xavi, ese director de orquesta eterno, excelso y sublime, fue el autor de un tanto con el que el Real Madrid reconoció su inferioridad y enseñó la bandera blanca.

Luego Mourinho metió a Kaká en sustitución de Özil, y a Khedira por Lass Diarra, pero todo era inútil, la batidora de la realidad ya había hecho su trabajo y había puesto las cosas en su sitio. Falló Cristiano Ronaldo -empequeñecido hasta parecer un jugador vulgar siempre que se enfrenta al Barça- un gol cantado tras un centro medido de Xavi Alonso, y acto seguido Cesc se lanzaba en plancha para rematar a la red un preciso centro de Dani Alves. Era el minuto 19 de la segunda parte y Casillas, ya resignado, comenzaba a pensar en el calvario que se le venía encima con su equipo totalmente entregado y el Barcelona hambriento.

No marcó más goles el Barcelona porque se recreó tanto en su suerte que el partido perdió todo el interés para el conjunto azulgrana, pensando ya en su viaje a Japón en busca del entorchado mundial. Iniesta realizó una segunda parte sublime, el mismo día en que reconocía que este tipo de partidos son los que a él le gusta jugar, los partidos en los que todo parece en contra y cambiar la suerte está, únicamente, en las botas propias, nunca en las del contrario.

Porque todo se reduce al final a una cuestión de principios. En el fútbol también. Guardiola los tiene claros y Morinho, sencillamente, no tiene.

"Para ganar en el Bernabéu hay que hacer un partido muy bueno, perfecto", dijo Guardiola el viernes, como dejando la frase incompleta: "Eso es lo que hemos hecho".