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Juan Carlos I, un legado imborrable

Los historiadores resaltan que el Rey emérito tuvo un papel esencial en la transición a la democracia y que los errores que haya podido cometerno pueden poner en cuestión el régimen de la monarquía parlamentaria

Fragmento de la viñeta rey de muletas

De figura intocable a chivo expiatorio sobre el que caen todos los palos. De taumaturgo o salvador de la democracia a instrumento de los poderes fácticos para mantener el statu quo del franquismo. De rey campechano y querido por la mayoría de los españoles a apestado que ha tenido que refugiarse en una cárcel de oro como huésped de un sátrapa del Golfo Pérsico… Una corriente de opinión está poniendo en solfa el legado del Rey emérito Juan Carlos I y reintroduciendo de paso el debate sobre el modelo de Estado en el peor momento posible, en medio de una pandemia y de una crisis económica como no ha conocido España desde el final de la Guerra Civil. ¿No hay nada que salvar? Cuatro historiadores analizan el legado de Juan Carlos I y concluyen que le debemos la democracia que disfrutamos en la actualidad (incluso la mejora de las condiciones de vida que se han experimentado en el último medio siglo), aunque con matices, y tratan de separar el inmenso logro de hacer posible casi cinco décadas de paz entre los españoles de los errores que Juan Carlos I haya podido cometer en los últimos años. Además, rechazan que se aproveche este momento para intentar un cambio de régimen.

Enrique Moradiellos, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Extremadura, cree que el legado histórico de Juan Carlos I es de una evidencia palmaria. “Habiendo recibido todos los poderes de Franco, se orientó hacia una transición a la democracia”, resalta. Y eso ha permitido “un periodo de casi cincuenta años de paz, algo absolutamente extraordinario en la historia de España”. Según Moradiellos, “nunca ha habido dos generaciones de españoles que no hayan conocido una guerra, como en la actualidad”.

Pero las mejoras pueden medirse incluso “en términos antropométricos: los españoles hemos crecido 10 o 12 centímetros, sea por la mejora de la alimentación o la mejora de la atención sanitaria, y hemos pasado de una esperanza de vida que se movía entre los 63 y los 70 años a tener la mayor esperanza de vida del mundo, con un importante número de personas que llegan a los 90 años… Han sido cincuenta años incomparables y eso no lo va a ocultar nada”.

Pero hay más para Moradiellos. El comportamiento de Juan Carlos I durante el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 “nos demostró que no hay nada prefijado y la importancia de las personas”. Recuerda que, cuando al general Guillermo Quintana Lacaci, a la sazón gobernador militar de Madrid en la época del golpe, se le felicitó por no haberse unido al golpe de Tejero, contestó que solo había hecho “lo que el Rey le había pedido”.

El historiador cree que lo que está pasando con el Rey emérito ahora “es lamentable”. “Que un anciano esté comportándose de esa manera puede ensombrecer su legado para quienes no conocen lo que ha supuesto para este país”, cree. No es el primer estadista al que se cuelga el sambenito de mujeriego: ahí está Franklin Delano Roosevelt. Pero es chocante que se le eche en cara eso precisamente en un país que hasta hace muy poco tiempo era bastante indulgente respecto a quienes fallaban “en sus deberes conyugales o incluso las obligaciones con los amigos”. Moradiellos cree que todo es “parte de una operación que quiere poner en riesgo no al Rey, sino a la Corona, y ni siquiera a la Corona, sino al régimen de 1978”. “Estamos en una situación tan grave en términos sanitarios y perspectivas económicas que pelearnos por la estabilidad institucional es suicida, parece absurdo”, sentencia.

Y va más allá: “Tenemos descontrolada la pandemia, y nos enfrentamos a cuestiones tan letales como la condicionalidad de los fondos europeos o el final de los ERTE. ¿En esa situación vamos a discutir si queremos una monarquía o una república? Y no solo eso: ¿qué tipo de monarquía y qué tipo de república?”, se pregunta el historiador. Moradiellos recuerda la “deslealtad de los maximalistas”, que operó en la Segunda República y que lleva a pensar “en la inevitable división de los republicanos”. Y advierte: “Un cambio de régimen puede llevar a fracturas como la que ha sufrido Venezuela o la tercera república francesa que llevó a una guerra civil entre los partidarios de Petain y los de De Gaulle, un panorama fantástico con el que volveríamos a recuperar nuestros olvidados niveles de miseria y esperanza de vida”.

El hispanista Paul Preston, un poco harto de que le pregunten sobre lo mismo desde España en los últimos tiempos, indica que “todo lo que se ha revelado desde la expedición del Rey Juan Carlos a Botsuana, su abdicación, las cintas de Villarejo..., todo eso, no mancha en absoluto lo que él hizo entre 1975 y 1982, como mínimo”. Para el historiador británico, “aunque la Transición fue obra de todos, el que facilitó el proceso, primero en 1976, al neutralizar a las fuerzas que pretendían el mantenimiento de la dictadura e impedir las elecciones de 1977, y más tarde, durante el ‘Tejerazo’, actuando como el ‘bombero de la democracia’, fue Juan Carlos I”.

Preston resalta también el papel del Rey emérito como “embajador comercial de España” y como “jefe de Estado neutral” después de 1982. No niega que hay quienes quieren aprovechar las últimas informaciones relativas al Rey emérito y sus ingresos para intentar un cambio de régimen. Tras señalar que, como historiador, lo suyo “es el pasado, no el futuro”, Preston cree que, en la actualidad, “como mínimo, un cambio de régimen sería increíblemente difícil de implementar y sería un factor de conflicto muy peligroso”.

El historiador José Álvarez Junco describió en un medio nacional cómo, en 1962, fue testigo de la llegada del entonces Príncipe Juan Carlos a la Facultad de Historia de la Complutense para recibir unas clases exclusivas. Muy crítico con el papel de Juan Carlos en el deterioro de la institución monárquica, Álvarez Junco también cree que el Rey emérito ha dejado un innegable legado. “Franco le dejó plenos poderes. Podría haber intentado convertirse en un dictador, o reinar colocando a un dictador interpuesto, pero no lo hizo. Facilitó la transición a la democracia. Hay que agradecérselo y distinguirlo de lo que vino después”, indica.

El catedrático emérito de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Políticos y Sociales de la Complutense resalta que, aunque pudo haber alguna duda sobre su comportamiento en los primeros momentos del golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, “luego desarticuló a los golpistas, bien aconsejado”, señala. Pero “luego se sintió demasiado fuerte, invulnerable”. Para el historiador, “aceptar dinero de los jeques árabes es un error brutal, que ha destrozado su propia imagen”. Y es que “un rey no tiene vida privada, tiene que ejercer de figura ejemplar”.

Sobre las voces que plantean ahora el debate entre monarquía o república, Álvarez Junco cree que “todo el mundo tiene el derecho de cuestionar el sistema, pero es peligroso, debido a la situación que vive el país”. Añade que “no es necesario en este momento, porque la figura de Felipe VI es bastante respetable y parece entender los problemas”. “No se me ocurre qué presidente de república podría ser mejor que Felipe VI. El problema no es elegir entre república o monarquía, la cuestión es si tenemos democracia o no, qué institución garantiza mejor la democracia”, reflexiona. Y añade que hay democracias actuales que no garantizan precisamente la democracia. Eso sí, advirtió: “Este Rey (Felipe VI) debe tener un cuidado exquisito, no puede permitirse un escándalo más, la monarquía debe emanar ejemplaridad”.

Por su parte, Francisco Erice, catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Oviedo y miembro de la Sección de Historia de la Fundación de Investigaciones Marxistas, cree que “se ha sobredimensionado el legado de Juan Carlos I, al que se ha presentado como una especie de taumaturgo de la democracia, y los últimos acontecimientos van a influir no solo en la imagen de su legado, sino la de la propia Transición”.

Desde hace unos años, indica, se está poniendo en cuestión el relato de esos años, y “lo que se está revelando es que las figuras claves de la Transición no eran tan inmaculadas, el cuestionamiento que está sufriendo ahora Juan Carlos I llegará a otros dirigentes de la época”. Erice indica que la Transición está empezando a ser vista como “una operación para transformar unas instituciones obsoletas sin cambiar la estructura económica y el equilibrio social establecido”.

Para Erice, “Juan Carlos I supo entender, más allá de sus intereses personales (nunca consintió que se criticase a Franco en su presencia), que su papel era el de facilitar esa transformación, o la institución (la monarquía) desaparecía”. Con el tiempo “se creyó invulnerable y al margen de toda crítica”, lo que ha provocado los escándalos que están saliendo a la luz.

En cuanto a los movimientos para plantear un hipotético cambio de régimen, el historiador cree que “hay un interés desmesurado en que ese debate sobre la naturaleza del Estado no se abra”. Erice cree que el debate sobre la república es “necesario, importante y sano”, pero también admite que el nivel de acuerdo entre las élites económicas y la casta política, lo hace imposible actualmente, “aunque a medio plazo va ser inevitable”. Pero, en la actualidad, “no va a dar lugar a grandes cambios”.

Rey de muletas

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