Una ejecución anacrónica

Una ejecución anacrónica

Una ejecución anacrónica / Lara de Armas Moreno

Lara de Armas Moreno

Lara de Armas Moreno

El 31 de julio de 1826, el siglo de la industrialización presenció la ejecución del último auto de fe público en España. El reo, acusado de herejía, sufrió un acontecimiento sumamente anacrónico cuya naturaleza desmesurada hizo que hasta los propios encargados de ejecutar el procedimiento se buscaran la vida para intentar evitar la consumación de la sentencia.

Fernando VII consiguió restituir brevemente la Inquisición en 1814, pero luego se vio obligado a prohibirla nuevamente durante el Trienio Liberal. Con la llegada del autoritarismo, la represión religiosa volvió a ser legal, pero la Inquisición no se restableció como tal, sino que se implantaron en su lugar las «Juntas de Fe» que, esencialmente, eran lo mismo.

Pocos meses después de la implantación de las Juntas, fue detenido el maestro Cayetano Ripoll, un leridano que había luchado como oficial de infantería contra los franceses en la Guerra de Independencia. Al ser apresado y llevado a Francia tomó contacto con la doctrina cuáquera y con el protestantismo. Cuando regresó a España obtuvo una plaza como maestro en Ruzafa, Valencia, y se convirtió en seguidor de una doctrina que consideraba que Dios simplemente había creado el mundo, dejando a su suerte lo que había dejado en él, importándole lo más mínimo el futuro de la humanidad.

El maestro fue acusado de no llevar a sus alumnos a misa, de decir «Alabado sea Dios» y no «Ave María Purísima» y de negarse a acudir a las procesiones. El leridano era claramente un hereje para las Juntas y fue encarcelado durante veintidós meses sin asignarle un defensor.

Tras negarse a renegar de sus creencias fue considerado culpable y el 20 de marzo de 1826 se le condenó a la horca y la quema en la hoguera. Sin embargo, el reo intentó buscar formas de evitar su ajusticiamiento. Escribió incluso al Papa, para informarle de lo que estaba sucediendo, acusando a sus vecinos de analfabetos. También intentó convencer a la Junta de que no estaba bautizado, pues de ser así, no habría motivos para ajusticiarle por hereje ya que nunca habría sido creyente, sin embargo, la partida de bautismo apareció y la estrategia quedó truncada.

El 31 de julio, el maestro de 48 años recorrió el camino hacia la horca a lomos de un burro mientras era escupido e increpado. Lo acontecido resultaba tan inapropiado para la época que, en lugar de quemarle en una hoguera convencional, pintaron llamas en un barril que pusieron a los pies del reo. La simulación resultó en un lamentable intento de revivir algo que ya, para el siglo XIX, había perdido todo el sentido. Tanto fue así que llegaron quejas de todas partes de Europa. Fernando VII montó en cólera al enterarse de lo ocurrido, ya que no había dado el visto bueno a la sentencia. Gracias al escándalo resultante, ya no se volvió a ejecutar a nadie más por herejía y las Juntas de Fe fueron abolidas en 1834. No obstante, no sería el fin de los resquicios de la Santa Inquisición, ya que se volverían a restaurar Juntas de Fe esporádicas en los territorios de control carlista durante el reinado de Isabel II. Actualmente se encuentra en Valencia la Plaça del Mestre Ripoll, dedicada a su figura.

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