El pergamino de Clío

Bucarofagia, un trastorno alimentario del Siglo de Oro

Bucarofagia, un trastorno alimentario del Siglo de Oro

Bucarofagia, un trastorno alimentario del Siglo de Oro

Lara de Armas Moreno

Lara de Armas Moreno

El búcaro, según la RAE, es una arcilla olorosa que solían mascar las mujeres con fines medicinales en el Siglo de Oro, cuando fue habitual consumirla por prescripción médica, algunas veces para paliar los estragos de la menstruación y otras para frenar la acidez estomacal, pero la mayoría de las veces se usó con fines estéticos para obtener una tez lo más pálida posible. La historiadora del arte Natacha Seseña dio nombre al trastorno.

La costumbre de comer arcilla llegó a la Península ibérica de la mano de la conquista árabe, los cuales a su vez la tomaron de los persas. La palidez fue un signo de distinción y belleza y se creía que había algún elemento en el barro que provocaba la opilación. Además, parece ser que el barro utilizado contaba con algún componente que resultaba adictivo por su efecto narcótico, pero a su vez tenía graves consecuencias para la salud produciendo, en numerosas ocasiones, daños en el hígado y obstrucciones intestinales, además de problemas dentales resultantes de masticar tan duro material. La religiosa sor Estefanía de la Encarnación dejó constancia de los efectos narcóticos del barro relatando en su autobiografía: «Un año entero me costó quitarme ese vicio […] durante ese tiempo fue cuando vi a Dios con más claridad».

Según parece, su consumo se relaciona con algunos síntomas como amenorrea, anemia, disminución de glóbulos o un trastorno biliar que producía la citada palidez. También las mujeres recurrieron al consumo de arcilla con fines anticonceptivos, ya que el estrés que producía en el cuerpo favorecía la interrupción del ciclo menstrual.

Las mujeres compraban alfarería de color rojo que ingerían, siendo muy famosa la que se podía obtener en la localidad portuguesa de Estremoz o la de la Tierra de Barros en Badajoz. Por su parte, el búcaro extranjero más deseado era el mexicano. Los alfareros aprovecharon para añadir a las mezclas de búcaro especias, saborizantes y perfumes para hacer más apetecible el bocado.

El consumo de la arcilla quedó plasmado en el arte y la literatura. Velázquez lo representó en su obra Las meninas, mostrando a María Augusta Sarmiento ofreciendo a la infanta Margarita de Austria un búcaro sobre una bandeja de plata. Quevedo también plasmó la costumbre dejando constancia de ella en su poema A una moza hermosa que comía barro. Lope de Vega dedicó un verso de su El acero de Madrid al búcaro: «Niña de color quebrado, o tienes amor o comes barro». En su Tesoro de la lengua castellana (1611) Sebastián de Covarrubias recogió los usos del término búcaro y apuntó: “Destos barros dizen que comen las damas, por amortiguar la color, o por golosina viciosa, y es ocasión de que el barro, y la tierra de la sepultura las coma, y consuma en lo más florido de su edad».

Para obtener los mismos resultados los médicos también recomendaron el consumo de agua acerada, con un alto componente de hierro, en ayunas, algo que causaba los mismos síntomas que la bucarofagia.

La práctica desapareció casi por completo a finales del siglo XIX gracias los avances médicos que consiguieron evidenciar lo perjudicial de su consumo.

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