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Luján Pérez: el hombre 200 años después

En Luján Pérez se repite lo que en tantos hombres egregios que buscan el arrimo de la tierra natal cuando sienten que está cercano el término de sus días

Retrato del escultor José Luján Pérez.

Se cumplen durante año 2015 -concretamente el 15 de diciembre- los 200 años de la muerte del imaginero José Luján Pérez, óbito ocurrido en su entonces villa natal, Guía de Gran Canaria, en igual fecha de 1815 cuando habían transcurrido 59 años de su vida terrenal, edad que, para la época, habría de considerarse entonces una persona bastante mayor.

Me piden desde la organización de la Exposición que con motivo de este bicentenario se está organizando por el Cabildo de Gran Canaria en el antiguo Hospital de San Martín, unos folios glosando la evidente vinculación del artista con su tierra natal, creyendo indispensable y como aportación para dar a conocer algo respecto de su biografía, divagar sobre los dos hechos más importantes: su nacimiento y su muerte, acontecimientos que tienen como protagonista geográfico el terruño nativo.

José Luján Pérez nació, según la tradición oral recogida por primera vez por Santiago Tejera en su biografía escrita en 1915, en el guíense pago de Las Tres Palmas, -sobre cuya cuestión disentimos y se hallara más adelante una breve nota explicativa- el día 9 de mayo de 1756. Su partida de bautismo dice: "Al margen: 242 Jph. Miguel. En la villa de Guía en once de mayo de mil set. cinqta. y seis años, bautisé, puse olio y crisma yo Fr, Juan Suarez de Quintana , de la Orden de Sn. Frco, a Jph. Miguel. hijo de Jph [Luján] Bolaños y Ana [Pérez] Sánchez. Veznos. de dcha. villa el qual nació a nuebe de este mes de mayo y fue su padrino Dn. Ferndo. Sánchez Navarro, presbítero vecnos. todos de dcha. villa de que doy fe. Fray Juan Suárez de Quintana".

Fue confirmado a la edad de 10 años por el obispo Francisco Delgado y Venegas el 16 de noviembre de 1766, figurando en el Libro correspondiente, junto a su hermano Carlos. Como padrino actuó Alonso Luján, ignorando el grado de parentesco teniendo en cuenta el apellido.

Fue hijo de un matrimonio de labradores regularmente acomodado y el segundo de cinco hermanos: José Domingo, nacido, como todos, en Guía, el 28 de julio de 1752 y que murió a los dos años; José Miguel, nuestro escultor, nacido como se ha dicho en 1756; Carlos Fernando, nacido el 4 de octubre de 1760; María José, venida al mundo el 24 de junio de 1765 y Juan José, que fue bautizado en 1769 y que falleció a los diez años.

Es curioso advertir cómo en algunos de sus hermanos destacó alguna faceta nada vulgar; singularidad que tuvo su expresión cimera y luminosa en el talento artístico de Luján Pérez y su revés negativo en el pobre Juan José que era, según un documento coetáneo, fatuo e inhábil; es decir, lisiado de cuerpo y de espíritu. Respecto al otro hermano del imaginero, Carlos, hasta nosotros han llegado noticias que hablan de su acusada hurañía, que contrastaba con su habilidad para la labra de la madera que aplicó de modo especial a la decoración de yugos y otros instrumentos de labranza.

A la hora de hablar de la familia de Luján Pérez sería injusto que silenciáramos el nombre del presbítero Fernando Sánchez Navarro, tío de la madre del artista y que se constituyó de por vida -y aún después de muerto- en el ángel tutelar de los hijos de su sobrina. Su protección comienza desde que aquéllos nacen, pues de todos es padrino de pila y su celo cariñoso le lleva, en el momento de otorgar testamento ante el escribano de Guía Miguel Alvarez Oramas, a condicionar el disfrute de sus bienes al cuidado y manutención de Juan José, el sobrino malaventurado. Dadas estas premisas, acaso no sea fantástico aventurar que el juvenil Luján Pérez encontró decisivos alientos en el corazón y en la bolsa del tío de su madre y bienhechor.

Luján Pérez nació, pues, en el seno de una regularmente bien situada familia de labradores. Su nacimiento en Las Tres Palmas es, para nosotros, hipotético si aceptamos como válida la afirmación que hizo al respecto Santiago Tejera en su libro de 1914 que vino al mundo en este paraje. Porque cuando en 1756 nace el artista sus padres vivían con su suegra en el lugar conocido como Palma de Quintana y porque el traslado de la familia al casco de Guía se produce bastantes años después del natalicio del escultor. Es cierto que tenían casa y tierras no solo en Las Tres Palmas sino también en sus contornos como el cercano barranco de Valerón.

Sobre este particular y la residencia en la calle de San Antonio o de Enmedio, que ya fue la habitual en Guía de la familia Luján Pérez, se explicó ampliamente en el capítulo dedicado a este asunto en la citada biografía ya publicada. En esa casa de la calle Enmedio no solo falleció el imaginero, sino su madre y sus tres hermanos. En esta casa pasaba el escultor largas estadías en sus visitas a Guía, etapas en las que esculpió varias imágenes para su parroquia; la Virgen de las Mercedes; el segundo cuerpo del retablo del altar mayor y un hermoso Crucificado; otro Crucificado de su primera etapa venerado en la Capilla del Sagrario con una Dolorosa, un Cristo a la Columna; un Predicador y un Señor en el Huerto, además del San Sebastián para su ermita, hoy venerado en la iglesia parroquial.

A partir de los datos de su nacimiento y confirmación, la noticia que conocemos relativa a la primera época de la vida de Luján, es de carácter legendario. Es una anécdota muy divulgada que don Juan Batista Palenzuela tomó de labios de un primo del escultor fallecido en 1933 a la edad de cien años y que fue durante muchísimo tiempo algo así como el oráculo de la tradición en la localidad. El libro de Santiago Tejera y la biografía de Gordillo escrita por él en Moya se surtieron abundantemente en el arsenal de noticias de su memoria.

"Refieren parientes muy cercanos -escribió don Juan en un cuaderno de notas- que a los nueve años fue llevado Lujan por su madre a la ermita de Fontanales a hacer la primera comunión. Estaba encargado de la ermita un frayle que no debía ser tonto por lo que ocurrió: mientras su madre hablaba con el sacerdote en la sacristía, el niño quedó como extasiado ante la imagen de San Bartolomé, y al salir el frayle acompañado de su madre y pararse junto al niño dijo éste que le gustaba mucho el santo, agregando que él 'haría uno como éste, pero si tuviera mi cuchillo'. Le regaló el cura, una navaja y Lujan quedó comprometido a hacerle un San Bartolomé, prometiéndole el sacerdote un regalo. Se vino Lujan a su casa y cogió un trozo de madera de escobón; y a los quince días volvió con su preciosa copia del santo, pero tan exacta, con tanto parecido en los mínimos detalles, que el fraile exclamó: 'esto no es cosa humana. Aquí está la mano de Dios'. Y al momento cogió al niño y se fue con él al Cabildo de Las Palmas y le expuso lo ocurrido y el mismo Cabildo se ocupó de la educación del pequeño...".

Huelga decir que el relato debe más a la leyenda que a la historia. Porque quien influyó cerca de la familia de Luján para que éste fuera llevado de Guía a Las Palmas a iniciarse en los estudios artísticos, fue, a lo que parece, don Blas Sánchez-Ochando, teniente del Regimiento de Guía de las Milicias Provinciales, que casó con dama guíense muy principal. Don Blas había nacido en Murcia, y este dato hace suponer que fuera el ejemplo de su paisano Salzillo el que le movió a preocuparse porque no se desperdiciaran las aptitudes que apuntaban en el muchacho nacido en Guía. Uno se pregunta: sin la presencia de este preocupado murciano en el Guía de 1700 y pico, aislado, en un ambiente sin tradición artística, ¿se hubiera acertado a encauzar adecuadamente las aptitudes de Luján Pérez?

Acerca de quién pudo aleccionar a Luján desde su llegada a Las Palmas, se citan varios nombres, destacando sobremanera por la importancia del descubrimiento el del maestro Jerónimo San Guillermo, dato que debemos a José Miguel Alzola, quien encontró entre los viejos papeles de don Domingo Déniz la noticia de que "el primero que en la provincia trabajó en la escultura con gusto y delicadeza es el conocido, aún vulgar y tradicionalmente, San Guillermo, excelente tallista, natural de Gran Canaria, que aleccionó a Luján Pérez, cuyo discípulo señaladamente aventajó a su maestro". Tampoco debe olvidarse las enseñanzas de dibujo que recibió de don Cristóbal Afonso, Diego Nicolás Eduardo, ni las que obtuvo en la entonces recién creada Escuela de Dibujo, fundada en 1782 por el Deán Jerónimo de Roo, o en aquella otra Escuela gratuita de Dibujo de Las Palmas, patrocinada por la Real Sociedad Económica de Amigos del País, donde aprendería los primeros y rudimentarios conocimientos arquitectónicos.

Acaso no fuera una casualidad que José Luján Pérez muriera en su tierra natal, Guía de Gran Canaria. En Guía nació y pasó su etapa de niño y primera juventud; allí hizo largas estadías; allí trabajó e incluso amó según una versión oral. Y en Guía, finalmente, tuvo acabamiento la trayectoria vital del artista.

Porque en Luján Pérez se repite lo que en tantos hombres egregios que, en estremecedora solicitud, unas veces ciegamente y otras con plena conciencia, buscan el arrimo de la tierra natal cuando sienten -o presienten- que está cercano el término de sus días. Como si les diera miedo morir extrañados y, en una especie de renunciación anticipada, lo abandonan todo, para que la noche definitiva los alcance varados ya bajo los cielos que cobijaron su nacimiento, su niñez y, en algunos casos, su juventud y senectud.

Con Luján, pues, sucedió lo mismo que con otros ilustres hombres del tiempo pasado y del presente. Por la enfermedad que padecía, resquebrajada su salud, dicta su testamento cerrado que entrega al escribano Pedro Tomás Aríñez el 16 de agosto de 1814 ante los testigos don Lorenzo Montesdeoca, amigo y paisano y Tesorero de la catedral, Francisco de los Ríos, José Vázquez de Figueroa, Francisco de Paula Marina, Francisco de Pineda, Juan Artiles y Sebastián Melián, y que fue abierto al día siguiente de su fallecimiento, el 16 de diciembre de 1815 ante el mismo escribano y formalizado en su protocolo correspondiente previa las formalidades legales de la época.

Unos días más tarde de éste entregar al escribano su carta testamentaria, al sentirse gravemente enfermo en la Ciudad, -nos cuenta Santiago Tejera-, y después de una ligera mejoría, marcha, en compañía de su pequeña hija Francisca y de su primo y carpintero Juan González Navarro a convalecer a una finca de La Atalaya de Santa Brígida que allí poseía doña Isabel del Castillo, la mujer de su gran amigo don Esteban Icaza y Cabrejas. En el verano del año siguiente vuelve a la finca de los Icaza y estando en el Monte Lentiscal escribe también de su puño y letra un codicilo formado por dos folios el 28 de agosto de 1815, complementario de su testamento el día 28 agosto del año anterior, e ignoramos si se protocolizó pues no se ha hallado en los legajos del Archivo Histórico Provincial de Las Palmas aunque suponemos que se cumplirían estas nuevas últimas voluntades.

Párrafo aparte merece la misteriosa desaparición del legajo en que se encontraba el testamento del escultor y que corresponde al año 1815 del escribano Pedro Tomás Ariñez. En el Archivo Histórico Provincial de Las Palmas no existe el correspondiente a ese año y sí los de anteriores y posteriores al fallecimiento del artista.

Ya se sabe que Luján se reunió en agosto de 1814 con el notario, y los testigos ya señalados en otro párrafo anterior, y le entregó su testamento ológrafo cerrado que fue protocolado como tal, pero tampoco se encuentra este acto en el legajo correspondiente a aquel año. Fallecido en 15 de diciembre del año siguiente, el 16 fue abierto con las formalidades de rigor y protocolado en del propio escribano Pedro Tomás Ariñez de donde se obtuvo la copia que posee unos actuales descendientes.

En el inicio de esta copia puede leerse: "Yo el escribano [?] digo que en diez y seis de agosto de 1814 don José Luján Pérez otorgó su testamento escrito, el cual a su fallecimiento [?] se abrió y publicó con las solemnidades que previene el derecho y declaró como tal testamento y última voluntad por auto que proveyó el Alcalde Mayor de esta isla el diez y seis de diciembre de 1815, mandando se protocolice en mi registro corriente de instrumentos públicos". Y al final añade: "Es copia de dicho testamento que [?] se halla protocolizado en mi registro corriente de instrumentos públicos a que me remito y doy la presente a 29 de diciembre de 1815". Y lo firma. Nada más se sabe del testimonio. ¿Se traspapeló en otro protocolo?. ¿Fue sustraído? Difícil de entender porque la sustracción se hubiera producido -tal vez por intereses inconfesables- solo del testamento pero no del conjunto de instrumentos que formaban el legajo correspondiente a 1815. Este es otro de los misterios que envuelven la vida, que no la obra, del genial imaginero.

Volvamos a los últimos días de la existencia del escultor. En el verano de 1815 mejora de su dolencia y al cabo de un tiempo retorna a la Ciudad y después de una breve estancia en su casa de la calle Santa Bárbara marcha a Guía, a donde le acompañan también su hija y su primo, residiendo en la casa de la familia, en la calle de Enmedio o de San Antonio. Convalece en Guía, pero sus achaques son cada vez más frecuentes. Sus fuerzas flaquean y su vida va apagándose lentamente. Rodeado de familiares y amigos el escultor entrega su alma a Dios aquel 15 de diciembre de 1815 y su cuerpo es amortajado con el hábito de San Francisco, según su última voluntad.

El funeral, expresa también en su testamento, no excederá de un día y en él se le cantará vigilia, "sin asistencia de música", con misa y vestuarios y concurrencia de las tres Comunidades, -suponemos que la Parroquia y los Conventos franciscanos de Guía [El Hospicio] y de Gáldar- sin encomendación, y con acompañamiento de 24 pobres. Y dice que se dirán por su alma cien misas que todo pagarán sus albaceas, que fueron don Lorenzo Montesdeoca, presbítero y el párroco de El Sagrario de Las Palmas, don Juan de Frías.

El entierro se celebró al día siguiente, 16 de diciembre, según consta en la partida de defunción en el cementerio que según la tradición oral -ahora desaparecido y en su lugar una plaza donde ni siquiera se ha colocado una lapida que recuerde este hecho- su portada, también desaparecida por la incuria de quienes regían el ayuntamiento en su época, había sido diseñada por el artista, siendo la segunda persona sepultada en el mismo pues antes lo había sido una fámula. Su entierro ocasionó unos gastos que se encargó de satisfacer el hermano del imaginero, don Carlos.

Entre los papeles que se guardan en la casa de los herederos de su biznieto, don Teófilo Naranjo y Martínez de Escobar, existe un recibo que dice: "Deudas de don José Pérez, pagadas por su hermano", que relaciona: "entierro, costo 36 pesos plata 6 cuartos; misas, 36 pesos; llevar cama y cofre, dos pesos; caja, hábito, sepulturero propio de la Ciudad, 16 pesos y un real y cinco quartos; cinco pesos plata y cinco quartos para pobres". A lo que se ve, familiares y albaceas cumplieron su voluntad, porque se compró un hábito para la mortaja, se pagaron a los 24 pobres del acompañamiento, y se conocen otros pagos efectuados por el traslado de su cuerpo hasta el camposanto, que todavía no debía tener sepulturero por cuanto se trajo el de la Ciudad, según el recibo reseñado.

José Batllori y Lorenzo, aquel periodista grancanario que tuvo fantasía -y arrestos también- para, de habérselo propuesto reescribir toda la historia de la Humanidad, imaginó de esta manera las últimas horas de la existencia de Luján, según dejó escrito en 1915 en un periódico de Las Palmas:

"Bajo la luz fantástica del crepúsculo, Guía apiña su caserío risueño, de tejados bermejos, en torno de la parroquia, sobre la cual comienzan a elevarse los ligeros torreones, cuyas líneas de suprema belleza trazara el artista como si hasta el fondo de su alma llegara toda la infinita melancolía de aquel panorama que alumbrara en su ocaso un sol que nunca ha de volver, Luján abrazado a Graciliano, el fiel criadillo, ha enmudecido y se ha detenido unos instantes mirando hacia abajo, hacia la vega de Gáldar, sobre la que la luz moribunda deja caer una lluvia de oro. Le acompañan Rafael Bento, el patriota exaltado y poeta de gran inspiración, amigo intimo del estatuario; el cura don Juan Suárez de Aguilar; el canónigo Montesdeoca; Merino, el organista, carácter brusco y violento, pero con un corazón lleno de bondades; el patricio Acedo, y el alcalde real de la Villa, don José Pineda Bethencourt. Salen del cementerio, que Luján ha hecho al pie de la Cuesta [de Caraballo], sobre la ermita de San Roque. Allí aguarda la tierra madre para abrir sus vírgenes entrañas. Solo una niña, Teodora Mendoza, ha sido sepultada en aquel lugar. La recia puerta de tea ha quedado puesta hoy, y Luján ha hecho entrega del camposanto al cura, asegurándole que él lo habría de estrenar. Sentado en el poyo de la plaza, junto a la ermita, el escultor permanece largo tiempo con los ojos fijos en lo infinito Después torna a la realidad y siente deseos de confiar muchas cosas a aquel grupo de amigos. Sus palabras, entrecortadas por la respiración fatigosa, silbante, van evocando, en medio del silencio del atardecer, aquellos días gloriosos; sus juegos infantiles en los campos apacibles de Las Tres Palmas; sus viajes; su taller de la calle de Santa Bárbara, en Las Palmas; el taller del "callejón de León" en Guía y el que tuvo en la iglesia del Hospicio. Momentos después Luján se encuentra solo en su cuarto con Merino. Su cuerpo de ha desplomado sobre un sillón de cuero. En el silencio de la estancia resuena su respiración fatigosa y silbante? Graciliano entra con un velón y lo deja encima de una mesa. En el portal, los chicos juegan con José Manuel y Francisca, los hijos del escultor, "al punto y al llanto". La voz de una aguadora que pasa va cantando "los aires de Lima quiero". Merino va a salir y queda mudo de espanto al mirar a Luján. El artista, en el espasmo de la asfixia, señala con mano trémula a un cordial que está sobre la rinconera Merino no comprende y lleno de terror sale al portal dando grandes voces. El glorioso artista cae al suelo pesadamente. Horas después su cuerpo, amortajado con el hábito de San Francisco, era velado por casi todo el vecindario".

En este relato de Batllori hay mucha fantasía y solo unas cuantas cosas que se asemejan a la cruda realidad. Se imagina los personajes porque son los que vivían en Guía en aquella época. No deja de extrañar varias circunstancias que se refieren al fallecimiento del escultor. De una parte la demasiada escueta nota del párroco cuando hace constar en el libro de Defunciones el óbito del imaginero, si tenemos en cuenta que en aquel momento era un personaje harto conocido por su arte que llenó la casi totalidad de las iglesias con sus bellas imágenes, y no añadiera, como era costumbre en la época, el lugar donde había sido enterrado; unas veces "en la iglesia" y luego "en el cementerio de esta villa", como consta en el resto de las partidas. Y, también, que pese haber transcurrido solo cien años desde su muerte en 1815 a la celebración del primer centenario de su desaparición en 1915, ya no se conociera el lugar de su sepultura, de forma que el obispo Marquina hubo de oficiar un responso en la fosa común del camposanto.

A manera de desagravio, y desaparecido el cementerio donde fue sepultado el imaginero que nos impide conocer definitivamente el hallazgo de su huesa, digamos, parafraseando la inscripción que Tucídides compuso para el cenotafio de Eurípides en Atenas, que "la tumba de Luján es Guía entera..."

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