Casi a las doce en punto del mediodía, tras quince horas que se hicieron muy largas, los pasajeros del ferry encallado en el puerto de Las Nieves pusieron pie en tierra firme y algunos reconocieron que pasaron miedo en los primeros momentos, más por la incertidumbre de lo que estaba ocurriendo que por el peligro real. Enseguida se tranquilizaron al ver el operativo de rescate alrededor del barco, pero no pensaron que tendrían que permanecer en su interior durante toda la noche y parte de la mañana.   

“Más que miedo era cansancio; yo mareo y lo pasé bastante mal”, confesó la grancanaria María del Carmen González Domínguez al salir a pie del muelle de Agaete. Antes echó un último vistazo al Bentago, pues allí quedó su coche y la mayor parte del equipaje. Su cara reflejaba el agotamiento tras la larga jornada en barco, pues viajaba junto a sus padres desde La Gomera, donde habían pasado las fiestas de Reyes junto a una hermana enfermera. 

Al igual que los demás usuarios de la línea de Fred Olsen, no se enteró de que el buque estaba encallado hasta que se lo comunicó la tripulación. Aunque todos sintieron un golpe fuerte, creyeron que el ruido provenía de la propia maniobra de atraque en Las Nieves, pues apenas estaban a unos 100 metros del dique. 

Estruendo

“Embarcamos a las 20.00 de la noche en Tenerife y teníamos que bajarnos en Agaete a las 21.30 horas; en torno a las 21.20 horas sentimos un estruendo en el barco, pero nunca nos imaginamos que estuviese encallado; nuestra sorpresa fue que todo se paralizó justo cuando estábamos ya incorporándonos para salir y la tripulación nos dijo que teníamos que esperar”, explicó María del Carmen González en un relato pormenorizado de lo vivido a bordo.  

“Al principio”, continuó, “no esperábamos que la situación y la espera fuese del tal calibre, la marea estaba bastante mala, olas muy altas, el barco no dejaba de moverse y sentíamos cada golpe que daba con el fondo”. Dos horas después, anunciaron a los pasajeros que los iban a evacuar y los llevaron a la popa del buque, al llamado salón de oro para los clientes vip.  

En el catamarán viajaba una familia con un bebé de siete meses y otras con sus mascotas

“Nos pusieron chalecos salvavidas y ahí estuvimos como dos horas, pero luego decidieron que no era recomendable la evacuación porque el oleaje era muy intenso y lo veían poco seguro, fue entonces cuando nos dijeron que iban a intentar remolcar el barco”, precisó la viajera. 

María del Carmen recordó que antes de la medianoche llegaron los dos primeros remolcadores, pero la tarea fue imposible. “Estuvimos bastante tiempo esperando, la tripulación se portó bastante bien y el grupo de pasajeros estaba muy tranquilo y colaborador; y así fueron transcurriendo las horas de la noche, con la incertidumbre de no saber cuánto tiempo más íbamos a estar allí”, apuntó. 

Antes de amanecer comunicaron a los viajeros que se iba a realizar un nuevo intento de rescate del catamarán, desde las 7.00 horas de la mañana para aprovechar la pleamar, que fue a las 9.00 horas.  Tras dos intentos infructuosos, primero con el remolcador Tamarán desde el costado de estribor y luego con éste y la Salvamar Cervantes desde la popa, los equipos de rescate solicitaron a los cansados viajeros que se prepararan por el rescate, que se realizó por la parte trasera de babor con la Salvamar Nunki, la más pequeña y ágil de las tres desplazadas al lugar del accidente. 

Los dos remolcadores intentan llevar el catamarán de Fred Olsen al puerto de Agaete

Los dos remolcadores intentan llevar el catamarán de Fred Olsen al puerto de Agaete La Provincia

Los equipos de rescate, contó María del Carmen, habían accedido al buque varias veces durante la noche para explicarles cómo iba a ser la evacuación. “Nos tranquilizaron muchísimo con sus palabras y, en ese sentido, creo que todos los pasajeros estamos muy agradecidos, en el desembarco nos sentimos superseguros porque son muy profesionales”, detalló al hablar de los miembros de las lanchas de Salvamar y de los bomberos del Consorcio de Emergencias de Gran Canaria. 

“Estuvieron en todo momento atendiendo las dudas y las circunstancias que pudieran producirse durante la operación; también el capitán habló con nosotros”, comentó la viajera grancanaria. 

El joven Javier Estévez, tinerfeño y estudiante en Gran Canaria, fue de los primeros en abandonar a pie el puerto de Agaete y se vio sorprendido por la nube de cámaras que le esperaban. “En todo momento hemos estado informados, ha sido bastante largo y cansado, pero estuve tranquilo y sin mayor preocupación”, declaró.  

Las operaciones de los remolcadores fueron seguidas por centenares de vecinos de Agaete

“Al principio -subrayó- sí tuve un poco de miedo, porque le ponen a todo el mundo el chaleco salvavidas y eso te da para reflexionar, aunque sea el protocolo de seguridad. Yo solo dormí dos horas e incómodo, había algunas personas más nerviosas y otras de risas”. 

Javier Estévez tampoco se apercibió de la gravedad hasta pasado un tiempo. Lo narró, ya en tierra, entre carcajadas. “Yo veía las luces de Agaete y me decía que por fin llego, porque durante el viaje hubo muchas olas; estábamos atracando y sentí cómo el suelo se movía un poco, pero creí que era la maniobra; después de muchos minutos quietos ya vimos que algo había pasado”. 

Peligro real 

El joven dijo que nunca pensó que estuviera sufriendo un peligro real, pero tampoco que tuviera que estar esas quince horas dentro del barco. “Al principio calculé que iban a necesitar un par de horas, pero la noche se ha hecho muy larga, mucho más de que lo que esperaba”, insiste. En la conversación se percata de que pronto tendrá que coger otro barco para regresar a su casa de Tenerife y no le preocupa: “Igual me traumatizo un poco”, señala entre risas.

María del Pino Ramos, grancanaria que viaja con asiduidad a Tenerife, también prefirió salir caminando del muelle y relató que no se sintió en peligro en ningún momento. “Sentimos un golpe y el barco paró, pero la tripulación se ha portado de maravilla y chapeau por el capitán por no bajarnos anoche al ver como estaba el estado la mar”, explicó. 

La mujer resaltó que lleva 21 años viajando con Fred Olsen y nunca le había ocurrido nada, por lo que seguirá haciéndolo. A diferencia de otros viajeros, consideró que el viaje de Tenerife hasta Agaete fue “normal”, no peor que otros días en los que se levanta oleaje. “Yo he dormido un par de horas y he estado bien en todo momento. El desalojo fue tranquilo y no hubo momentos del histerismo, por lo que debemos estar muy satisfechos. Yo, de hecho, estoy más nerviosa ahora que dentro del barco”, confesó. 

Francisco González Benítez, padre del único niño que viajaba en el catamarán siniestrado, un bebé de siete meses, paró su furgoneta al ver una nube de cámaras en la puerta del muelle para comunicar que toda la familia estaba bien, aunque evidentemente muy cansada tras una noche en vela y con el traqueteo de las olas sobre el casco del barco. Tenía dudas sobre si la evacuación que se intentó la noche de jueves se frustró finalmente por la presencia de un bebé tan pequeño. 

El niño salió ayer en brazos de uno de los bomberos del equipo de rescate y resguardado junto a la madre en la cabina del Salvamar Nunki hasta llegar a tierra. La lluvia, que había perdonado toda la mañana, apareció justo en los tres minutos que duró esa travesía.  

Vuelta a casa

La mayoría de los 59 pasajeros abandonó el recinto portuario en una guagua fletada por la compañía naviera. También se desplazaron a la zona de desembarco media docena de ambulancias, pero no hizo falta su utilización. La primera en salir a pie fue una mujer que se excusó con los periodistas. “Llevo 14 horas en el barco y ahora solo quiero llegar a casa”, dijo.  

Varios miembros de la tripulación también abandonaron el muelle a pie, pero todos eludieron hacer declaraciones y siguieron camino de los hoteles.  

La operación de rescate fue seguida por varios centenares de personas, vecinos de Agaete o localidades cercanas, que desde las 8.00 horas de la mañana ya cogían las mejores atalayas del muelle viejo, la playa y las laderas cercanas. Varios agentes de la Policía Canaria tuvieron que advertirles durante toda la mañana que debían mantener la distancia de seguridad, pues durante el espectáculo de los remolcadores muchos se olvidaron de las restricciones de la pandemia. 

Como en los partidos de fútbol, donde cada aficionado es un entrenador, en los corrillos del muelle cada persona tenía su propia fórmula para desencallar el barco, cual ingenieros navales experimentados. Los más conocedores de la baja apostaban por darle más protagonismo a los pescadores de Las Nieves, que suelen navegar por esas rocas como caminan por el salón de su casa.  

Los marineros de Agaete sí tuvieron un papel activo en el rescate, sobre todo los tripulantes de las embarcaciones Él y el Mar y Bencomo, que se encargaron de trasladar los cabos de arrastre entre los remolcadores y el catamarán. El Bencomo, de unos pocos metros eslora, sorteó las olas con gran agilidad y a veces incluso desaparecía de la vista.

El rescate de los pasajeros hizo olvidar por momentos que el barco seguía allí encallado, con camiones, coches y equipajes. “Espero que me lo den pronto”, comentó María del Carmen.