El obispo se acuerda de los damnificados por "los incendios de La Palma y Tenerife"

José Mazuelos Pérez, el prelado de la Diócesis de Canaria, fue el encargado de desarrollar la Homilía de la Fiesta de la Natividad de la Virgen Nuestra Señora del Pino, Patrona de la Diócesis de Canarias

El prelado también mostró su preocupación por el drama de "la continua llegada de migrantes"

El obispo anima a buscar "vías de fraternidad y humanidad" para superar dramas como "los incendios de La Palma y Tenerife o la continua llegada de migrantes".

El obispo anima a buscar "vías de fraternidad y humanidad" para superar dramas como "los incendios de La Palma y Tenerife o la continua llegada de migrantes". / Juan Castro

El obispo de la Diócesis de Canarias, José Mazuelos Pérez, hizo un llamamiento para enocntrar "vías de fraternidad y humanidad" para poder superar algunos de los dramas acontecidos (que aún acontecen) en las Islas, como los incendios de Tenerife y La Palma, o "la continua llegada de migrantes".

El prelado fue el encargado de desarrollar la Homilía de la Fiesta de la Natividad de la Virgen Nuestra Señora del Pino, Patrona de la Diócesis de Canarias, durante los actos celebrados este viernes 8 de septiembre, día grande de las Fiestas del Pino, en Teror.

Mazuelos, a colación, hizo una petición a la Virgen del Pino "a la que encomendamos el alma de tantos muertos en las aguas del Atlántico", así como a aquellos que "han periddo todo devorado por las llamas".

El texto íntegro de la homilía ofrecida por el obispo es el siguiente:

"Excmo. Obispo auxiliar, Excmos. Vicarios episcopales, Cabildo Catedral, Sr. Párroco y Coadjutor de esta Parroquia y Basílica de Nuestra Señora del Pino, Sacerdotes Concelebrantes, Diáconos, religiosos, religiosas, seminaristas.

Excmo. Sr. Presidente del Gobierno de Canarias que ostenta la representación de su Majestad el Rey Felipe VI, Excma. Sra. Presidenta del Parlamento, Sr. Delegado del Gobierno, Excmo. Teniente General de la zona militar de Canarias; Excmo. Sr. Presidente del Cabildo, Sr Alcalde y Corporación Municipal de Teror; Sra. Alcaldesa de Candelaria en la isla de Tenerife, Sres. alcaldes y alcaldesas de la Isla de Gran Canaria, dignísimas Autoridades civiles y militares; Representantes de diversas Instituciones locales; devotos y hermanos todos, especialmente a los que no podéis estar presente y seguís esta celebración por los medios de comunicación a los que agradecemos su presencia y su servicio.

La Iglesia celebra hoy la fiesta de la Natividad de la Virgen María, “hija predilecta” del Altísimo, Madre del Verbo de Dios y Esposa virginal de José –como hemos escuchado en el Evangelio- “de la cual nació Jesús, llamado Cristo”. Nos unimos al gozo de la Virgen y damos gracias a Dios por habérnosla dado como Madre. Su rostro para nosotros es “Ntra. Sra. del Pino”, bajo cuya protección maternal nos acogemos, junto con toda esta población de Gran Canaria que cada ocho de septiembre la aclama con fervor y la venera como excelsa Protectora.

Todo cumpleaños es una fiesta familiar. Por eso nosotros, sus hijos, en este día solemne volvemos nuestra mirada hacia Ella para contemplar su figura y venerar su vida, que para la Iglesia es siempre modelo a imitar, y sobre todo camino que nos lleva a Cristo.

Esta festividad mariana es toda ella una invitación a la alegría, precisamente porque con el nacimiento de María Santísima, Dios daba al mundo la garantía concreta de que la salvación era ya inminente: la humanidad que, desde milenios, en forma más o menos consciente, había esperado algo o alguien que la pudiese liberar del dolor, del mal, de la angustia, de la desesperación, podía mirar finalmente, conmovida y emocionada, a María "Niña", que era el punto de convergencia y de llegada de un conjunto de promesas divinas.

Precisamente esta Niña, todavía pequeña y frágil, es la "Mujer" del primer anuncio de la redención. Por tanto, toda la Iglesia no puede menos de alegrarse hoy al celebrar la Natividad de María Santísima, que —como afirma con acentos conmovedores San Juan Damasceno— es esa "puerta virginal y divina, por la cual y a través de la cual Dios, que está por encima de todas las cosas, hizo su entrada en la tierra corporalmente.

En este día solemne, me vais a permitir recordar y hacerme eco de la reciente JMJ de Lisboa, donde el Papa Francisco nos invitaba a contemplar a María en la visita a su prima Isabel, eligiendo como lema “María se levantó y partió sin demora” (Lc 1, 39).

María fue una alegría para Isabel y también hoy es una luz de alegría y esperanza para todos nosotros que nos toca vivir grandes desafíos. Como nos recordaba el Papa en Lisboa: “En el océano de la historia, estamos navegando en circunstancias críticas y tempestuosas, y percibimos la falta de rumbos valientes hacia la paz”. Nos encontramos con un mundo dividido donde parece que las injusticias planetarias, las guerras, las crisis climáticas y migratorias corren más rápido que la capacidad, y a menudo la voluntad, de afrontar juntos estos retos. También se oyen los quejidos dolorosos de los que sufren una tercera guerra mundial a pedacitos. Igualmente, en nombre del progreso, se ha abierto el camino hacia una gran regresión donde se viola la igualdad y la dignidad de toda vida humana, queriendo imponer una ideología que amenaza la libertad y la verdad del ser humano. Por desgracia como afirmaba Francisco a las autoridades portuguesas, en el mundo desarrollado de hoy, paradójicamente, se ha convertido en una prioridad la defensa de la vida humana, puesta en peligro por las derivas utilitaristas que la usan y la desechan: la cultura del descarte de la vida. Pienso en tantos niños no nacidos y ancianos abandonados a su suerte; en la dificultad por acoger, proteger, promover e integrar a los que vienen de lejos y llaman a las puertas; en la soledad de muchas familias que luchan por traer al mundo y criar a sus hijos. Asimismo, contemplamos el deterioro de una política regida por la inmoralidad de que el fin justifica los medios, manipulando y usando la historia para fines propios.

En el campo personal cada vez encontramos más personas heridas en lo profundo de su ser, como nos manifiestan los aumentos de los suicidios de los jóvenes engañados por el relativismo, el individualismo y el consumismo que les afirma que el deseo de eternidad de su corazón puede ser saciado por placeres y riquezas. Lo eterno es incompatible con lo efímero. Solo Cristo puede saciar la sed del corazón, amándonos como somos y dándonos un agua que salta hasta la vida eterna.

Mirando a María, toda esta realidad no nos habla de agonía sino de un parto; no de un final, sino del comienzo de un gran espectáculo. Y hace falta coraje para pensar esto. Sean, por tanto, les decía Francisco a los universitarios, protagonistas de una “nueva coreografía” que coloque en el centro a la persona humana, sean coreógrafos de la danza de la vida.

Igualmente, en su discurso con las autoridades les recordaba la urgente necesidad de hacernos cargo de la casa común y para ello es necesario una conversión del corazón y un cambio en la visión antropológica que está en la base de la economía y de la política. “No nos podemos conformar con simples medidas paliativas o con compromisos tímidos y ambiguos. En este caso, «los términos medios son sólo una pequeña demora en el derrumbe» (Carta enc. Laudato si’, 194). No olviden esto. Los términos medios son sólo una pequeña demora en el derrumbe. Se trata más bien de hacerse cargo de lo que, lamentablemente, sigue siendo postergado, es decir: la necesidad de redefinir lo que llamamos progreso y evolución… No olviden que necesitamos de una ecología integral; necesitamos escuchar el sufrimiento del planeta junto al de los pobres; necesitamos poner el drama de la desertificación en paralelo al de los refugiados, el tema de las migraciones junto al del descenso de la natalidad; necesitamos ocuparnos de la dimensión material de la vida dentro de una dimensión espiritual. No crear polarizaciones sino visiones de conjunto”.

Palabras que rememoran el drama de los recientes incendios de La Palma y Tenerife o la continua llegada de migrantes y que nos animan a todos a caminar juntos buscando vías de fraternidad y humanidad que ayuden a paliar el sufrimiento de los que han perdido todo devorado por las llamas o de los que arriesgan sus vidas en el océano buscando un mundo mejor. A ti Virgen del Pino encomendamos el alma de tantos muertos en las aguas del Atlántico.

Al mismo tiempo, ante esta realidad, el Papa nos recordaba que en la Iglesia, hay espacio para todos. Para todos. En la Iglesia, ninguno sobra. Y esto lo saben bien los canarios que acuden a los pies de la Virgen del Pino, donde bajo su manto caben todos.

Aquí siempre hay un corazón de Madre dispuesta a acoger a sus hijos e invitarles a abrir sus corazones a ese niño risueño que quiere iluminar las ventanas de nuestra alma a la plenitud de su vida y de su amor; enjugar con su ternura nuestras lágrimas escondidas; colmar con su cercanía nuestra soledad; quiere liberarnos de las cargas que nos oprimen por dentro; sanar las heridas de nuestros pecados y hacernos salir de las parálisis de la tristeza, de la resignación, que apaga nuestro entusiasmo; desea empujarnos a abrazar el riesgo de amar, para que seamos artesanos de la gratuidad, lleno de atenciones hacia los más pobres. Él, que «curó tus llagas allí —en la cruz— donde soportó largo tiempo las suyas»; Él, que «te sanó de la muerte eterna allí —en la cruz— donde se dignó morir temporalmente» (S.Agustín, Tratados sobre el Evangelio de Juan, 3,3); es el que lucha y no se rinde para que tu vida no sea engullida por la oscuridad de la muerte. Y, por cada “muerte” que experimentes, desciende a tus abismos y te levanta a la vida, a su vida. Y al final de este camino, ha preparado para ti su mismo puerto de llegada, el cielo. Él trasformará el desenlace de tu existencia en un nuevo inicio, en una resurrección sin fin, en una vida de alegría y de paz eterna, sin luto ni lágrimas, sin dolor ni remordimientos.

Él desea volver a encender en nosotros la luz de la belleza y hacernos centinelas de la esperanza, capaces de atrevernos a dar pasos nuevos en la oscuridad de la noche, de no permanecer hundidos en el pasado, de no dejarnos atemorizar por el futuro.

Él nos entregó a su Madre para afirmar que no estamos solos con nuestras heridas, nuestras fragilidades y nuestras culpas. Él nos ha dado a su Madre para acompañarnos en nuestra vida. Como nos testifican tantos peregrinos ,María cada vez que hay un problema, cada vez que la invocamos, no tarda, viene, para estar cerca de nosotros.

Nuestra Señora del Pino con su Hijo en brazos no se cansa de repetir “Hagan lo que Él les diga”, sigan a Jesús.

Acoger a ese Niño que la Virgen sostiene en sus brazos es adquirir esa sabiduría y prudencia que alaba la Escritura.

María, la Virgen-Madre, proclama hoy de nuevo ante todos nosotros el valor altísimo de la maternidad, gloria y alegría de la mujer, y además el de la virginidad cristiana, profesada y acogida "por amor del Reino de los cielos" (cf. Mt 19, 12), esto es, como un testimonio en este mundo caduco, de ese mundo final en el que los que se salvan serán "como los ángeles de Dios" (cf. Mt 22, 30). Es por ello que todos juntos oremos a nuestra Madre, Patrona y protectora diciendole con palabras del Santo Papa Juan Pablo II

[...] ¡Oh Virgen naciente,

esperanza y aurora de salvación para todo el mundo, vuelve benigna tu mirada materna hacia todos nosotros, reunidos aquí para celebrar y proclamar tus glorias!

¡Oh Virgen fiel,

que siempre estuviste dispuesta y fuiste solícita para acoger, conservar y meditar la Palabra de Dios, haz que también nosotros, en medio de las dramáticas vicisitudes de la historia, sepamos mantener siempre intacta nuestra fe cristiana, tesoro precioso que nos han transmitido nuestros padres!

¡Oh Virgen potente,

que con tu pie aplastaste la cabeza de la serpiente tentadora, haz que cumplamos, día tras día, nuestras promesas bautismales, con las cuales hemos renunciado a Satanás, a sus obras y a sus seducciones, y que sepamos dar en el mundo un testimonio alegre de esperanza cristiana!

¡Oh Virgen clemente,

que abriste siempre tu corazón materno a las invocaciones de la humanidad, a veces dividida por el desamor y también, desgraciadamente, por el odio y por la guerra, haz que sepamos siempre crecer todos, según la enseñanza de tu Hijo, en la unidad y en la paz, para ser dignos hijos del único Padre celestial!

Amén".