El viaje de la memoria

Los paisajes del corazón

Los artistas Juan Gopar y Santiago Alemán protagonizan el cortometraje ‘Tras los pasos perdidos’, un recorrido cautivador por lugares que marcaron sus vidas

Tráiler -Tras los pasos perdidos

Concha de Ganzo

Los artistas lanzaroteños Juan Gopar y Santiago Alemán protagonizan el cortometraje Tras los pasos perdidos. Un recorrido emotivo y cautivador sobre aquellos espacios y lugares que han marcado sus vidas, como las casas de sus abuelos, la de Gopar en el Charco de San Ginés y la de Alemán en Conil.

El cortometraje Tras los pasos perdidos se había planteado como el intento de mostrar la realidad de unos espacios, de unos parajes ocultos, en ocasiones desdibujados, en las que perviven viviendas de gran belleza, una belleza desolada y marchita, que sigue sorprendiendo a lo largo de la geografía de Lanzarote, y en la que se esconde parte de la historia de la isla. Y en este viaje a pasos lentos se contaba con la aportación y la mirada de dos grandes artistas lanzaroteños: Santiago Alemán y Juan Gopar. Sus voces: distintas, a veces contrapuestas, dos maneras diferentes de ejercer y manifestar lo que se entiende como arte en un concepto amplio y poético. Las formas de Santiago Alemán más cercanas, con esa interpretación del paisaje, del que se ve y del que se intuye, o del que ya no existe, sólo en la memoria. Y las propuestas de Juan Gopar quizás más oníricas, siempre cautivadoras. Una vez Gopar dijo que en realidad a él le encantaría vivir en los mundos poéticos creados por escritores como Manuel Padorno: “Mi casa el mar; no quiero bajar del mar a pozo hondo, a cueva oscura, a tierra negra. Dejadme aquí en el mar subido, aquí en el palo mayor de la mañana”.

Dice Santiago Alemán que el dibujo es el territorio de la memoria, un viaje para evocar lo vivido

Gopar se adentra en una realidad soterrada, en la que perviven los relatos de los ausentes y la idea de una isla que dejó de mirar al mar. Las reflexiones de Alemán y Gopar sobre el paisaje, las construcciones que iban más allá de las estructuras, de los cimientos, de los elementos cercanos con los que levantar esas edificaciones formarían parte esencial de este relato, de este documental. Y de pronto sucede lo inesperado: los dos artistas se despojan de sus cortafuegos y con gran generosidad muestran ese lado de la historia más desconocido, más secreto, lejos de las miradas de los otros, y así aparecen: las vivencias personales de unos niños que seguramente son como son por todo lo que aprendieron, saborearon, temieron y soñaron en casa de sus abuelos.

El Charco de San Ginés

Quizás sólo hay un lugar en Arrecife capaz de enamorar tanto que es difícil sacarlo de la memoria, y del corazón. Un lugar mágico, un pedazo de mar que eligió este recoveco para quedarse, y para permitir que sus inquilinos pudieran transitar, bañarse, sacar las barcas, y soñar con otros viajes que no se hicieron.

La magia sigue escondida entre sus paredes, como fantasmas que custodian las historias secretas del Charco de San Ginés.

Y ese mundo imaginado, y ese mundo real para Juan Gopar empezaba en el Charco, en ese volcán manso que acogió a las familias de los marineros de Arrecife, sin sus historias llenas de duendes y ensoñaciones no se entendería nada. Tampoco se entendería la fascinación, a pesar de todo, que siente Gopar por este enclave, por este espacio en el que permanece la casa de sus abuelos: de Santiago y María, y de sus tíos, y esos vecinos tan peculiares que han dado vida y mantienen aún la idiosincrasia de un lugar recurrente en la memoria de muchos lanzaroteños.

Hay casas y lugares con tanta historia que caen. Al principio hay fisuras, se resquebrajan luego y sucumben

Y así el artista Juan Gopar se vuelve niño, sentado en el sillón de piedra que hay cerca de la casa de sus abuelos. El sillón en el que se secaba al sol, y en el que podía estirar los brazos en un gesto elegante. Lo que contaban sus abuelos, todo aquello que sucedía en ese enclave extraño y mágico. Esas ensoñaciones, las conversaciones que mantenía la abuela María con los gallos, los objetos curiosos que llegaban a la casa de las ventanas azules, y las visiones de un abuelo tranquilo, sosegado, filósofo de la vida.

Todos esos sucesos extraordinarios han influido en la forma de ser, de sentir y de crear de Juan Gopar. Con esa mirada atrás, a su lugar en el mundo, se dibuja un hombre cercano, de risa fácil, un artista con una manera de comportarse que no estaba prevista. Y quizás por eso su gran aportación a la realización de este cortometraje resulta tan necesaria, y tan poética: como esas barcas no bien pulidas, ni bien acabadas, no especialmente estables, ni limpias, que se arremolinan en las aguas mansas del Charco.

La casa de Conil

Decía José Saramago que todo viaje es imaginario porque todo viaje es memoria. Santiago Alemán cuenta lo que ve, casi se palpa lo que dice, se siente el trazo fino, los lápices, las gamas de matices. Como en la obra de Borges, él muestra los pasos que llevan hasta ese Jardín de los senderos que se bifurcan. Y de su mano, siguiendo sus pasos, llegamos a la casa de sus abuelos en Conil: ese lugar de prodigios donde aprendió a detenerse en los olores, sabores, en el paisaje embriagador.

Allí aprendió a hacer las primeras figuras, los primeros bocetos que lo llevarían a idear una realidad distinta, un mundo de matices, con espacios que ya no estaban, con colores que aparecieron alguna vez al mirar tan lejos, mirar y ver lo que se intuye detrás del horizonte de picón negro. Las casas en las que fuimos felices se niegan a abandonar los recuerdos. De vuelta a estas viejas estancias afloran los sentimientos. Mezcla de sabores, olores, la aventura de recorrer aquellas montañas. Las primeras pinceladas. Santiago Alemán no sabe cómo contar esas sensaciones. Embriagan tanto que no hace falta palabras. Tal vez las sombras de un dibujo. Aquella palmera despeinada al fondo.

La casa de los Díaz Borges en Yaiza es uno de los conjuntos arquitectónicos más completos de la Isla

Las tormentas, y los rezos de la abuela Magdalena, tan beata, tan importante en su vida. Dice Santiago Alemán que el dibujo es el territorio de la memoria. Y a través de ese viaje se podrá revivir una época y sus formas de vida. Unas huellas y unas vidas que impregnan las estructuras, los cimientos. Las casas no son sólo casas forman parte del relato. Al final, uno y otro. Santiago y Juan deciden mostrarnos aquello que duerme entre sus recuerdos, las esencias que formularon sus caminos. Y con ellos, de su mano, con sus palabras se ha trazado una visión más cercana, más emotiva de esos recovecos que parecen ensoñaciones.

El paisaje atesora huellas que destacan por una belleza desolada. Viviendas derruidas, casas maltrechas, casonas con historias secretas. Todas ofrecen una belleza que cautiva a pesar de los avatares del tiempo. Las huellas de esos pasos, de esas construcciones, merecen formar parte de los tesoros de la memoria. Y rescatarlas del olvido.

La familia Díaz Borges

En este viaje a través de las palabras y las pinceladas de Gopar y Alemán se ha querido contar con una tercera voz. Dolores González Borges, profesora de Historia del Arte, y heredera de una de esas casas maravillosas que siguen estando, a pesar del paso tosco del tiempo.

La casa de sus abuelos en Yaiza, la casa de la familia Díaz Borges, merece un punto y aparte, una llamada de atención. Un cierto detenimiento por lo que representa una construcción tan prodigiosa. Dolores González Borges ofrece un punto de vista claro y contundente.

Quizás solo hay un lugar en Arrecife capaz de enamorar y difícil de olvidar, el Charco de San Ginés

Desde la pena que supone visitar uno de los conjuntos arquitectónicos más completos de Lanzarote lanza una queja, una queja que parece súplica. La necesidad de contar con un trabajo serio sobre el patrimonio de la isla de Lanzarote, para que estas viviendas y sus historias no se diluyan y mueran al desaparecer los mayores que aún puedan contar algo de esa memoria que se escapa.

Inocencia Díaz Cabrera y Ginés Borges Cabrera lucharon por mantener su casa de Yaiza, con todos los elementos que la convirtieron en un punto de referencia, un lugar para no olvidar.

Con ese color distinto, hasta César Manrique vio lo que algunos no vieron. Y se mostró a favor de que esa vivienda en tonos rojizos se mantuviera así para la posteridad. Hay casas y lugares con tanta historia que terminan por caer. Al principio solo se ven fisuras, huecos profundos, después se resquebrajan y sucumben.

En esta muerte lenta ayuda el tiempo, la desidia y en ocasiones el porvenir: esa otra forma de mirar a ese mundo que se marchita, y que sólo volverá a la vida cuando el espacio que ocupa se convierta en apetecible.

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