Picaresca, medio de vida, negocio entre lo legal e ilegal, ... Los calificativos que se han empleado sobre el cambullón han sido múltiples. Pero, en el fondo, la gran realidad es que muchas familias grancanarias hubiesen pasado serios apuros para sobrevivir en aquellos años de penurias de la pos guerra sin la existencia de esta actividad, ya que cubría gran parte de la escasez de productos.

Muchas son las anécdotas que envuelven a este mundo, que tenía actividades especializadas. Unos se dedicaban a las frutas, y otros a los pájaros, al tabaco y la perfumería, y también quien comerciaba con manteles calados. El periodista José Ferrera recuerda en su Historia del Puerto de La Luz y de Las Palmas la habilidad de los cambulloneros para dar el cambiazo con los pájaros. Para ello, estos mercaderes usaban ejemplares con un bello canto como señuelo hacia los tripulantes. Pero, cuando iban a hacer la transacción aprovechaban un descuido para sustituirlos por otro sin brillo, haciendo con ello un trato redondo. Pero, incluso, cuando regresaba el comprador con el tiempo, muchos vendedores eran capaces de engañarles diciendo que el animal extrañaba la Isla.

En aquella época se decía entre los cambulloneros que "si no lo puede conseguir, es que no existe".

Por eso, también se dan casos de mucha humanidad. Julio González relata en su libro Las Palmas de Gran Canaria. Nuestro puerto, nuestra ciudad, el caso de una familia que vino al Puerto en busca de uno de estos tratantes porque su hija necesitaba penicilina, que había sido probada con éxito en Estados Unidos, para combatir su enfermedad. Y para lograrla, le habían recomendado a esta persona porque "era el único que podía conseguirla".

El hombre se presentó con una carta de recomendación, y quedaron para el día siguiente. Y cumplió con su compromiso. La niña se curó, y el padre también quiso responder con su palabra, y se presentó de nuevo para ver cuántos sacos les llevaba tras recoger la cosecha. Pero el cambullonero se negó y, ante la insistencia, este hombre rudo le contestó con un: "¡carajo!, ¿No me dice usted, cristiano, que su hija se curó? Con eso me doy por pagado". Le dio recuerdos para la persona que conocía en común y, sin mediar más palabras, encendió su cigarro Mecánico y se fue.

También eran muy famosos las peleas entre grupos, que se disputaban quién llegaba el primero a los barcos, como recuerda el historiador Sergio Millares. Y es que, la corrupción estaba en el día a día de aquel Puerto.