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El enorme café de El Pequeñín

José Luis Rodríguez Domínguez regenta desde hace unos 40 años el puesto del Mercado del Puerto en el que todavía se vende a granel

Paquetes antiguos de café El Pequeñín que conserva María del Carmen Rodríguez. TONY HERNÁNDEZ

A las cinco de la mañana el aroma a café empieza a impregnar el ambiente. Fuera, la ciudad apenas se despierta y los primeros cruzan la puerta del Mercado del Puerto en busca del primer chute de cafeína. Tras el mostrador, José Luis Rodríguez Domínguez sirve diligente las bebidas calientes al gusto del consumidor. "Tengo clientes que se llevan diez para la oficina y ninguno son iguales", asegura en un pequeño descanso, poco antes de dar por finalizada la jornada laboral en el puesto que regenta desde hace más de 40 años. Un tiempo en el que ha visto evolucionar el centenario enclave comercial en el que negocios como el suyo sobreviven gracias a su capacidad de adaptación y a la calidad de su servicio.

Hay que remontarse a los 50 para adentrarse en los orígenes de la pequeña tienda que arrancó su actividad en una ubicación distinta a la que tiene ahora -a la derecha de la entrada que da para la calle Eduardo Benot-. "Antes estábamos junto a la salida", señala Rodríguez Domínguez, quien llegó hace algo más de cuatro décadas a la recova para hacerse cargo del punto de venta cafetero que había abierto su suegro, Agustín Rodríguez Pérez, unos 20 años atrás. "Mi padre comenzó trabajando con el padre de los Ortega y luego abrió un tostador de cebada y, después, siendo yo jovencita, abrió el de café en Guanarteme", recuerda María del Carmen Rodríguez Macías, actual propietaria del espacio que regenta su marido.

De aquel tiempo en el que funcionó la marca Café El Pequeñín que también daría inicialmente nombre al puesto del Mercado del Puerto recuerda Rodríguez Macías la manera artesanal que tenía su progenitor de tostar el café y cómo con tan solo echar un vistazo "al bombo" sabía si estaba listo o no. "El puesto lo consiguió después porque se relacionaba con muchísima gente y tenía buenos contactos", asegura. De este modo, la empresa amplió horizontes con la apertura del punto de venta en el que se despachaba café al granel. "Al principio, mi padre tenía un empleado que se llamaba Matías y yo recuerdo cómo iba cada semana a darle las cuentas", señala María del Carmen.

Algunos años después José Luis Rodríguez cogería el relevo, tras haber trabajado anteriormente en una tienda de comestibles en la calle Pelota. "Entonces en el mercado siembre había gente y se conseguía de todo. De hecho, hubo escasez de Penicilina y aquí la podías encontrar, y los primeros vaqueros Levi's que llegaron también se vendían aquí", asevera. Era la época en la que la distribución de la recova era distinta a la que tiene ahora. "En el centro estaban las fruterías y los puestos de los alrededores eran las carnicerías y las pescaderías estaban en un edificio que había aquí al lado. Y luego, en la parte de fuera, se vendían estas otras cosas que digo o se hacían intercambios", cuenta Rodríguez Domínguez.

En lo que respecta a su negocio, este empresario recuerda cómo la gente iba a comprar con su talega y se llevaba de su establecimiento el café recién molido que llegó "a vender a 1.300 pesetas el kilo". Esto fue, según asegura, cuando el comunismo estuvo "más fuerte" en la Europa del Este. "Siempre trabajábamos con café de Brasil, pero en aquella época venía también de Rusia, Polonia y Rumanía, entre otros sitios y fue cuando más vendí hasta que cayó el Muro de Berlín", explica quien llegó a despachar "1.500 kilos de café en un solo día". Y es que ni siquiera el competidor que le salió al poco tiempo de ponerse al frente del puesto consiguió hacerle sombra, tal y como rememora divertido. "Aquí se formaban colas, pero el mercado ha decaído mucho con las grades superficies y ahora sobrevivimos gracias a la restauración". No quedó otra que adaptarse a las circunstancias.

"Hace unos 20 años empecé a vender también frutos secos y dulces", relata. Poco después el puesto número 23 pasó a llamarse Café Ortega donde hace poco más de un lustro también llegó la cafetera que cada mañana anima el día a más de un centenar de personas. "La mayoría se lo lleva solo o cortado, pero lo que ha cambiado muchísimo es el tema de las leches", bromea. Eso sí, entre taza y taza, sigue habiendo momentos para moler y hacer las mezclas a demanda de la todavía populosa y fiel clientela que confían en el criterio y experiencia de Rodríguez Domínguez para llevarse el café recién molido a casa.

"Normalmente, el 80% de la mezcla es torrefacto y natural", explica este experto para quien el último tipo es el mejor. La suya es la palabra de un experto que, curiosamente, confiesa ser "nada cafetero". María del Carmen, en cambio, sí lo es y no duda en compartir lo que para ella tiene que tener un buen café: "aroma, cuerpo y sabor". No obstante, cuenta que no ha vuelto a encontrar ninguno que sepa como el que tostaba a mano su padre y del cual guarda algunos envases antiguos como recuerdo. Y es que algo tan sencillo como un envase contiene la historia de toda una familia y hasta del propio Mercado del Puerto donde el puesto 23 se ha consolidado como uno de los referentes en los que se aunan experiencia, calidad y tradición. Una mezcla cuya receta pasará a manos de una de las hijas de este matrimonio, que empezará pronto a prepararse para coger, en un futuro, el testigo del negocio donde, prácticamente, empieza el día para mucha gente.

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