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Callejeando por Las Palmas de Gran Canaria

Agustín Millares Carló en el callejero de la capital grancanaria

Agustín Millares Carló en el callejero de la capital grancanaria

La calle dedicada a don Agustín Millares Carlo en la capital grancanaria tiene dos caras. Por su extremo sur, junto al parque de San Telmo, es una moderna y tranquila calle peatonal, culta por el ambiente que crea la fachada trasera de la Biblioteca Pública, alegre y desenfadada por las cafeterías que montan sus terrazas sobre el pavimento de adoquines nuevos. Pero por el norte es una calle caótica con aire de callejón de servicio, ruidosa y ahumada por los coches que se disputan el último aparcamiento libre, llena de miradas despistadas de los ciudadanos que necesitan arreglar algún trámite en las colmenas hostiles de oficinas públicas de los alrededores.

La biografía de quien da nombre a esta calle también tiene, al menos, dos extremos contrapuestos: uno muestra una personalidad tranquila, social y presidida por los libros; otro se adentra en el callejón trasero de un Estado en el que nadie encaja, marcado por la perplejidad y por la ausencia de aire limpio. Para este artículo entraremos por la parte peatonal, aunque será inevitable vislumbrar el otro lado.

Agustín Millares Carlo nació en 1893 en Las Palmas de Gran Canaria. Su padre y su abuelo, intelectuales de sólida formación humanística, habían prosperado como notarios de la capital, y tal vez fueran precisamente las escribanías de sus antecesores lo que despertó en el joven Agustín la pasión por los papeles antiguos, a los que siempre estuvo habituado. Su interés, sin embargo, se centró en aspectos diferentes de la documentación histórica, como la paleografía, la diplomática, la archivística, y por extensión la bibliografía y la biblioteconomía.

También contribuyó a estas pasiones la relación familiar con El Museo Canario. No olvidemos que fue en casa de su abuelo, Agustín Millares Torres, donde comenzó a fraguarse la creación de esta sociedad, y que su padre, Agustín Millares Cubas, fue su presidente en dos ocasiones y ocupó el cargo de bibliotecario durante largos años. Fue precisamente en esta institución donde tomó su primer contacto con el mundo de las bibliotecas.

Los estudios formales de Millares Carlo comenzaron en 1909, cuando llegó a la Universidad Central de Madrid para estudiar la carrera de Filosofía y Letras, en la que demostró ser un alumno brillante. En 1913 ya era licenciado; en 1914 ganó varios premios académicos; en 1915 obtuvo la cátedra de Latín del Ateneo de Madrid; en 1916 se doctoró con premio extraordinario y comenzó a dar clases de bibliología y de latín en la Universidad Central…

Esta meteórica carrera siguió con destinos más acordes con su perfil: primero la cátedra de Paleografía de la Universidad de Granada, luego la plaza de conservador del Archivo Municipal de Madrid, y en 1926 la cátedra de Paleografía y Diplomática de la Universidad Central, donde impartiría también lengua y literatura latinas. Su situación le permitió en 1923 formar una familia con Paula Bravo, con la que tendría cinco hijos.

En estos años también dirigió la Revista de la biblioteca, archivo y museo del Ayuntamiento de Madrid y publicó numerosos trabajos especializados, como el Tratado de paleografía española (premio Fastenrath de la Academia de la Lengua en 1932) y el Ensayo de una bio-bibliografía de escritores naturales de las islas Canarias (premiado por la Biblioteca Nacional en el mismo año). Las noticias de sus logros llegaban a las islas, donde El Museo Canario promovió un gran homenaje en el que se implicaron todas las instituciones culturales del archipiélago, aunque finalmente el acto no pudo celebrarse por la ausencia del homenajeado. A cambio, don Agustín accedió a dirigir la revista El Museo Canario, que mantuvo bajo su tutela mientras le fue posible.

Pero esta brillante carrera se vio alterada drásticamente en 1936, cuando los sectores más reaccionarios del ejército y la sociedad se rebelaron contra la república democrática y provocaron nuestra última guerra civil. Millares Carlo, militante de Izquierda Republicana y claramente partidario de la legalidad, se vio obligado a trasladarse con su familia a Francia, desde donde siguió trabajando para la administración legítima adscrito a la Universidad de Valencia y a otras entidades académicas.

No era la primera vez que don Agustín emprendía estudios en el extranjero, pues ya en 1923 había residido brevemente en Argentina para dirigir el Instituto de Filología de Buenos Aires, en sustitución de Américo Castro, pero sí supuso el prólogo de unas largas décadas de exilio. Durante su estancia en Francia se produjo primero la muerte de su esposa y más tarde el fin de la guerra. El nuevo régimen lo despojaría pronto de su cátedra aduciendo «abandono de destino», al mismo tiempo que, paradójicamente, le impedía el regreso a su país.

El Gobierno español en el exilio le ofreció entonces el cargo de vicecónsul en México, lo que le permitió continuar con su actividad en la Casa de España (centro de acogida de intelectuales exiliados y germen del prestigioso Colegio de México) y en la Universidad Nacional Autónoma (UNAM). Junto a su labor académica e investigadora y sus funciones diplomáticas (fundamentales en el contexto de la posguerra española), Millares ofreció formación especializada a los bibliotecarios de su país de acogida e ideó el Centro Bibliográfico Mexicano (hoy Instituto Bibliográfico Mexicano), por lo que es considerado el padre de la bibliotecología y la bibliografía del país novohispano.

En este tiempo don Agustín mantuvo firmes los lazos intelectuales con su país, hasta el punto de que en 1955 El Museo Canario le encargó que retomara la dirección de su revista científica, empresa que asumió desde el exilio y que mantuvo hasta su muerte, ya repatriado. Pero es en América, como es lógico, donde se concentran sus mayores esfuerzos.

No es posible resumir la actividad mexicana de Millares, como tampoco es posible hacerlo de su posterior etapa en Venezuela, a donde se trasladó en 1959 tras su jubilación en aquel país. Recaló entonces en Maracaibo para dar clases de latín y griego en la Universidad del Zulia, pero pronto se vio impartiendo otras asignaturas y dirigiendo la biblioteca universitaria, el preseminario de Letras y el Centro de Investigaciones Humanísticas. Sus principales logros en este destino fueron la fundación de la Escuela de Bibliotecología y Archivología, en 1962, y la infinidad de investigaciones documentales y filológicas que aportó al acervo venezolano.

Pero el exilio de don Agustín, pese a ser fructífero, nunca fue feliz, como él mismo confesaría en numerosas ocasiones. Su anhelo siempre fue volver a España, recuperar su cátedra madrileña y terminar sus días en Gran Canaria. Y finalmente acabó lográndolo, aunque la ausencia fuera más larga de lo esperado. Tras varios intentos infructuosos, la cátedra de la Universidad Central no le fue restituida hasta 1963, justo antes de decretarse su jubilación, pero sus compromisos académicos e investigadores al otro lado del océano, mantenidos hasta la extenuación a causa de sus insuperables dificultades económicas, le impidieron el regreso a Las Palmas hasta 1974, si obviamos algunos viajes puntuales que pudo permitirse a partir de la década de los 50.

Ni siquiera tras su anhelado regreso, ya octogenario, dejó don Agustín de trabajar. En él recayó temporalmente la coordinación del Plan Cultural de la Mancomunidad de Cabildos de Las Palmas, y al mismo tiempo El Museo Canario comenzó la reedición de su biobibliografía de escritores canarios, convertida ahora en seis volúmenes. Además, el centro asociado de la UNED le asignó las clases de Paleografía y Diplomática, que impartió hasta el final de su vida.

Los días de Agustín Millares Carlo terminaron en su isla natal, como él quería, el 8 de febrero de 1980.

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