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Adiós a Luis Jiménez Ruiz, primer anestesiólogo de Gran Canaria

Natural de Murcia, fallece a los 97 años de edad tras pasar gran parte de su vida profesional en la Clínica Santa Catalina

Luis Jiménez Ruiz JUAN CASTRO

Luis Jiménez Ruiz fue uno de esos médicos pioneros que a mitad del siglo XX cambió la historia de la medicina en Canarias en un tiempo en el que su especialidad, la anestesia, estaba en pañales. Natural de Jumilla, Murcia, el que fuera el primer anestesiólogo de Gran Canaria ha fallecido a la edad de 97 años. Jiménez Ruiz llegó a la Isla en 1952 y pasó la mayor parte de su carrera profesional en la Clínica Santa Catalina; en 2012 fue reconocido como Hijo Adoptivo de Las Palmas de Gran Canaria por su extraordinaria labor a lo largo de casi medio siglo.

Hijo de un Guardia Civil, estudió Medicina en Barcelona; al terminar la carrera escuchó que iban a impartir el primer curso de anestesiología y para allá que fue. «Creo que éramos cuatro, nada más», apuntó a este periódico en una entrevista en 2012. Por aquel entonces esta disciplina se encontraba en pañales, era un tiempo en el que faltaban recursos y profesionales y en el que una monja o un enfermero se encargaba de poner una mascarilla al paciente con éter -una sustancia química ya desaparecida de la medicina moderna- hasta que estaban listos.

Jiménez Ruiz llegó a Gran Canaria en 1952 e ingresó en la residencia sanitaria Lugo; en ese momento se convirtió en el primer y único médico anestesiólogo de la Isla. Es por este motivo por el que sus servicios eran más que demandados en diferentes clínicas y hospitales de la capital, no había otro profesional como él.

Aquellos años fueron los más duros de su carrera profesional. Ante la falta de especialistas -a comienzos de los años 60 tan solo había cuatro anestesistas en la Isla- llamaban al murciano de manera recurrente de la Clínica San Roque o del hospital San Martín, entre otros centros. Según relató a este periódico hace nueve años, lo llegaban a levantar de la cama hasta dos veces en un misma noche para asistir a un paciente.

La ciudad lo reconoció en 2012 como Hijo Adoptivo de Las Palmas de Gran Canaria

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No obstante, en años sucesivos llegaron otros tres médicos anestesistas: Rafael Caballero, Casimiro Cabrera y Luis Martel Déniz. Estos ayudaron a paliar la precariedad que existía en el sector por entonces. Eran tiempos duros en los que estos profesionales se hacían valer de la sensibilidad de las manos y de la vista para controlar a los pacientes, a falta de ordenadores que midieran las constantes vitales, entre otros avances que llegarían más tarde.

Jiménez Ruiz llegó a ser jefe de anestesia de la Clínica del Pino en su inauguración, en 1964, momento en el que presenció la primera cirugía que se practicó en dicho hospital: una cesárea. No obstante, pronto se trasladó a la Clínica Santa Catalina al no soportar el «politiqueo» del centro público, según apuntó en su día. En este último lugar pasó el resto de su carrera profesional, hasta su jubilación. 

A lo largo de su carrera fue testigo de los avances tecnológicos de la medicina y se encontró por el camino con múltiples obstáculos y casos sorprendentes. Como el de dos hombres que un día aparecieron en la clínica con una niña en brazos a la que acababan de atropellar. Tras un esfuerzo titánico por intentar salvarle la vida y cuando todos pensaban que nada podrían hacer por ella, la pequeña respondió y sobrevivió, «tuvo hasta nietos», apostilló Jiménez Ruiz en la entrevista. Y es que, «un enfermo que se te marcha es un trauma», reconoció.

Jiménez Ruiz fue designado Hijo Adoptivo de Las Palmas de Gran Canaria en 2012 por el papel que jugó en las décadas de 1950 y 1960 como pionero en su especialidad en la Isla en el campo de la medicina. Este médico anestesiólogo fue, además, padre de cuatro hijos: Amelia, Juan Luis, Ignacio y Óscar Jiménez Suárez, además de nietos y bisnietos.

«Luis Jiménez fue un magnífico anestesista», resalta estos días Luis Martel Déniz, a sus 87 años. El que fuera el cuarto anestesista de Gran Canaria lamenta la partida de un hombre al que consideraba compañero y amigo, «era muy inteligente, nunca tuvimos ninguna rencilla, ni envidias, ni nada de eso, algo raro entre médicos». Sin duda, este pionero será recordado por quienes le trataron y acompañaron en vida.

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