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Premios Puertos de Las Palmas: Fidel González, el gran defensor de la formación naval

Fidel González Roscales. LP/DLP

La estratégica ubicación del Puerto de Las Palmas ha atraído a una multitud de barcos en busca de reparación desde los tiempos de las grandes navegaciones atlánticas. El sector naval ha contribuido al desarrollo de La Luz y de la ciudad con talleres que han dado trabajo a miles de personas a lo largo del tiempo, lo que ha motivado el desarrollo de grandes astilleros y talleres auxiliares que ofrecen servicios especializados para cada cliente. El tejido empresarial cuenta con una potente herramienta de formación y promoción de su actividad, la Asociación de Reparaciones Navales, que nació del empeño del propietario de los talleres Globe Canarias, Fidel González Roscales, fallecido en diciembre de 2019 a los 77 años. Los Premios Puertos de Las Palmas han querido rendir homenaje a su labor distinguiéndolo a título póstumo con un galardón a la vida profesional en el entorno portuario que será entregado a su familia este jueves.

Aunque González nació en Cantabria, llegó a Canarias muy joven siguiendo los pasos de su padre, que era militar y había sido destinado en Tenerife. En Santa Cruz, el joven Fidel estudió en la Escuela Náutica y se dedicó a navegar. Durante algún tiempo sus oficinas fueron las salas de máquinas de los barcos de la naviera Lagos y de Pinillos, hasta que decidió echar el ancla en Las Palmas de Gran Canaria. Por entonces ya se había casado con María Teresa Pérez Galván y la familia comenzaba a crecer, por lo que pasar más tiempo con los suyos se convertía en una prioridad.

El Puerto de Las Palmas parecía el lugar perfecto donde emprender una nueva vida. Los conocimientos profesionales adquiridos por González en la Escuela Náutica y navegando resultaron atractivos para una de las principales empresas de reparaciones en aquel momento, los talleres La Naval. En las antiguas instalaciones del entorno de Santa Catalina asumió la dirección durante algún tiempo, aunque su deseo de progreso le llevó a establecerse finalmente por su cuenta con una empresa independiente.

González fundó en 1981 una compañía que vio crecer prácticamente hasta su fallecimiento –incluso estando ya enfermo trataba de acercarse todos los días para comprobar cómo iba todo– y que han continuado sus hijos, Talleres Globe Canarias. Aquel era un momento de eclosión de las reparaciones navales en La Luz, con flotas pesqueras que demandaban multitud de servicios, y el negocio floreció gracias a su esfuerzo. 

Al taller de reparaciones navales le sucedieron otras inversiones de más corto recorrido, como barcos pesqueros en sociedad con empresarios japoneses y libios o buques petroleros con los que transportaba los combustibles para el resto de su flota, aunque la gran aportación de González al Puerto de Las Palmas fue el asociacionismo empresarial que impulsó con ahínco a través de la Asociación de Reparaciones Navales. Su objetivo al crearla, además de cuidar de los empresarios locales del sector, era facilitar la formación a la mano de obra para mejorar sus capacidades profesionales. 

Formación y prácticas

González logró transmitir a sus compañeros de la organización la necesidad de crear escuelas para contribuir a la sociedad canaria con puestos de trabajo especializados y facilitar las prácticas en La Luz, algo que se ha consolidado con el paso de las décadas como una de las señas de identidad del sector. En la actualidad, la ARN, integrada en la Federación de la Pyme del Metal y Nuevas Tecnologías de Las Palmas (Femepa), continúa siendo la gran defensora de la formación profesional en el Puerto.

La organización no solo facilitó el aprendizaje a los técnicos de las empresas de reparaciones, también contribuyó a crear un ambiente de comunidad en la industria que se mantiene a través de colaboraciones entre los talleres cuando la carga de trabajo se vuelve inasumible por cualquier razón. Para ello, González se recorrió una y otra vez el Puerto convenciendo de la necesidad de asociarse a quienes en principio solo entendían la competencia como rivalidad.

Como el hombre de mar que había sido de joven, lo suyo era más la acción que los despachos, moverse de un lado a otro cerrando nuevos clientes –si hacía falta viajar a Japón para convencer a algún cliente, se viajaba– y crear nuevas empresas a raíz de las necesidades que iban surgiendo en cada momento. Era, como recuerdan en su familia, «un hombre del campo de batalla». 

Gran aficionado a los toros, no dudaba en viajar a la Península con un grupo de amigos para asistir a las grandes ferias del calendario taurino, aunque uno de sus mayores placeres estaba en Tenerife. Siempre que podía, regresaba a la isla de su juventud para disfrutar de un banquete en familia, junto a su mujer o sus cinco hijos. A Cantabria no viajaba tan a menudo, aunque trataba de mantener el contacto con su tierra natal. 

González se mantuvo al tanto de lo que ocurría en su empresa y en el Puerto de Las Palmas mientras las fuerzas se lo permitieron y regresaba al taller para dar un paseo siempre que podía. El hombre que dio entidad al sector dejó el negocio en manos de su familia con la tranquilidad de que continuaría adelante incluso sin él. Este jueves, en la ceremonia de entrega de los Premios Puertos de Las Palmas que tendrá lugar en las naves del Programa Mundial de Alimentos, los suyos podrán recibir el calor de la misma comunidad a la que él dedicó tantos esfuerzos.  

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