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Crisis del coronavirus Ante una nueva normalidad informativa

El bulo, un virus histórico que muta y provoca pandemia

La capacidad de penetración y la inmediatez de las redes sociales dan una dimensión desconocida a los infundios, pero los historiadores apuntan que han existido siempre, como propaganda del poder o para destrozar al diferente

El bulo, un virus histórico que muta y provoca pandemia

"El corazón del hombre necesita creer algo, y cree mentiras cuando no encuentra verdades que creer; sin duda por esa razón creen los amantes, los casados y los pueblos a sus ídolos, a sus consortes y a sus gobiernos". La frase, escrita en su obra "La Nochebuena de 1836" por Mariano José de Larra, literato, periodista y político español de la primera mitad del siglo XIX, define como pocas la tendencia del ser humano a ser embaucado por bulos desde siempre. Porque las "fake news" (noticias falsas), de actualidad rabiosa en un mundo cada vez más polarizado y atornillado en torno a la creencia en lugar de a la razón, no son nada nuevo. Se remontan a los tiempos antiguos y simplemente se han perfeccionado gracias a los fenomenales avances tecnológicos y a los nuevos modos de comunicación.

En internet, a través del vehículo supersónico de las redes sociales, los bulos se propagan y se reproducen con más rapidez que el coronavirus. Hay gente asintomática, que se cuestiona todo lo que le llega y no enferma, pero una parte creciente de la población desarrolla los síntomas típicos de la desinformación: blindaje de las certezas y los prejuicios propios, permeabilidad para creer cualquier cosa que subraye la maldad suprema del oponente y necesidad imperiosa de que el mundo lo comparta. En una situación tan excepcional como la que vivimos, el virus de las "fake news" encuentra el ambiente idóneo para desarrollarse, y el asunto está candente tras el polémico reconocimiento por parte de la Guardia Civil de que controla los bulos y las maledicencias contra la salud pública y contra la gestión de la crisis por parte del Gobierno.

Los bulos entraron en una nueva dimensión en la campaña electoral de Estados Unidos de 2016, cuando la maquinaria propagandística de Trump acusó a su rival, Hillary Clinton, de cosas tan disparatadas como haber fundado y financiado al Estado Islámico, tener un negocio de trata de menores e impulsar un complot para asesinar al responsable de la filtración de sus correos electrónicos. Según un estudio de "BuzzFeed" (la web de noticias que popularizó el término "fake news" por medio de su periodista Craig Silverman), las 20 invenciones más difundidas alrededor del proceso electoral norteamericano tuvieron mayor alcance que las 20 noticias ciertas más compartidas.

El cariz de las difamaciones y de las falsas informaciones y la rapidez de su transmisión son, efectivamente, las grandes diferencias entre la historia pasada y la de hoy. Así lo explica el libro "Fake news: bulos que cambiaron el curso de la historia", publicado en 2019 por la española María Correas y el irlandés Enda Kenneally. "Cuando estudiamos la época antigua pensamos en el arte como forma de transmisión; a medida que pasa el tiempo la prensa toma más importancia, y ahora tenemos las redes sociales, con la capacidad de difundir a más escala y con más rapidez", argumenta ¬Correas, que sin embargo traza dos objetivos idénticos sea cual sea el tramo temporal: "La propaganda y el ataque al diferente".

Desde antiguo, especialmente desde los romanos, maestros de la propaganda, los mandatarios han usado las mentiras y las manipulaciones para crear un clima favorable a un conflicto, magnificar sus logros o destruir a un colectivo que se pretende usar como chivo expiatorio.

Unas de las mentiras más sonadas utilizadas como pretexto para entrar en un conflicto bélico fue el hundimiento del acorazado estadounidense "Maine", que provocó la guerra de Cuba. Estados Unidos, que había enviado el navío a La Habana como medida de presión después de que las autoridades españolas rechazasen su oferta para comprar Cuba y Puerto Rico, achacó a una mina española la destrucción del buque, en el que murieron 258 marineros. Los diarios sensacionalistas americanos, especialmente el "Journal" y el "World", se encargaron de alimentar la teoría, pese a que España siempre negó el ataque y los estudios apuntan a la falta de evidencias de que se tratase de una explosión causada desde fuera. La guerra estaba servida y Estados Unidos logró su propósito de convertir la isla caribeña en su protectorado.

La manipulación de la realidad para justificar conflictos nunca se ha detenido; es más, aceleró con la aparición de un medio de comunicación como la televisión, mucho más poderoso para el fin perseguido. En 2003 se llegaron a mostrar imágenes de presuntos laboratorios móviles instalados en camiones en los que Irak fabricaba armas de destrucción masiva sin ser detectado. Las autoridades de Estados Unidos y Reino Unido ya habían decidido que iban a derrocar a Saddam Hussein y poco les importaron los informes de inteligencia que negaban tal extremo, como explica un magnífico documental de la BBC. Los aliados afirmaron que Irak tenía la capacidad para atacar Occidente en 45 minutos, y la realidad era que no la tenía siquiera para defender su país durante quince días. Las mortíferas armas químicas, por supuesto, no aparecieron por ningún lado.

Otras veces, los hechos fueron enmascarados o adornados para mayor gloria de los gobernantes, especialmente en épocas en las que no existía ningún control del poder. Los ingleses, por ejemplo, han bebido durante siglos de la inspiración del supuesto discurso de Isabel I en Tilbury, cerca de la desembocadura del Támesis, arengando a las tropas antes de su épica victoria frente a la Armada Invencible española. Ni hubo tal discurso ni el triunfo fue tan glorioso, ya que la tempestad se encargó de neutralizar la mayor parte de la flota de Felipe II. En general, el retorcimiento de los hechos históricos ha sido una constante en la construcción y el refuerzo de los sentimientos nacionales de todas partes, incluidos el español y el catalán, por lo que ya se ha explicado anteriormente: la tendencia a no cuestionar lo que queremos creer, lo que estimula nuestros sentimientos por encima de la razón.

El libro "Fake news: bulos que cambiaron el curso de la historia" señala a los grandes poderes políticos y religiosos como los monopolizadores de la fábrica de bulos hasta la irrupción de las redes sociales, que "democratizan" el vituperio, pero el volumen hace especial énfasis en las víctimas, personas o colectivos extranjeros o simplemente distintos. María Correas pone como ejemplo los juicios de Salem, en los que el fanatismo religioso de los puritanos de la entonces colonia inglesa de Massachusetts llevó al procesamiento, y en varios casos a la ejecución, de mujeres acusadas de brujería. "Hay un fuerte componente de discriminación sexual, mezclado con que no encajaban en el ideal de la época. En resumen, todo el que era diferente era sospechoso", explica Correas.

Pero si hay un colectivo vapuleado a lo largo y ancho de la historia es el de los judíos. Toda una serie de fábulas se tejieron a su alrededor con el hilo del odio social. Muy sonada fue la de Simón de Trento, un niño de 2 años hallado muerto y mutilado en la Pascua judía de 1475, supuestamente en un asesinato ritual. El obispo de la ciudad italiana, Giovanni Hinderbach, detuvo a varios judíos y les hizo confesar bajo torturas antes de quemarlos vivos en la plaza local. La víctima fue canonizada hasta que el Concilio Vaticano II revisó el caso y declaró la inocencia de los acusados, prohibiendo la veneración de las reliquias de San Simón y las misas en su honor.

Episodios como estos se dieron en varios países. En España, los judíos fueron acusados de todo tipo de sacrilegios y crímenes, que soliviantaron a la población hasta forzar su exilio. Sobresale el caso del Santo Niño de La Guardia, en Toledo, en el que varios judíos y conversos fueron acusados de martirizar y crucificar a un pequeño para sacarle el corazón y preparar un veneno, en represalia por los abusos contra la comunidad hebraica. Nunca se echó en falta a ningún niño, ni se encontró ningún cuerpo, pero la Inquisición mandó a la hoguera a los señalados. Corría 1491 y todo estaba dispuesto ya para la expulsión de los judíos un año después. El pueblo toledano sigue celebrando sus fiestas en honor al Santo Niño.

La situación no mejoró mucho para los que optaron por convertirse al cristianismo para seguir en la Península. En 1632 fueron quemados cuatro "marranos" (judíos conversos) y otros enviados a galeras, acusados de haber profanado un crucifijo dos años antes. Un gran escándalo que tuvo mucho eco en la sociedad y en la cultura de su época. Una figura literaria de la talla de Francisco de Quevedo escribió un panfleto incendiario titulado "Execración de los judíos", y unos años más tarde publicó "La isla de los Monopantos", una sátira furibunda contra el conde duque de Olivares, a quien se acusaba de favorecer a los banqueros "marranos". En la obra se plantea la teoría de que los judíos maniobran para dominar el mundo, una tesis amplificada posteriormente en "Los protocolos de los sabios de Sión", de 1902, libelo llamado a justificar los pogromos contra los judíos en la Rusia zarista y que fue una referencia para Adolf Hitler.

Una de las cosas que más llama la atención a María Correas es la pervivencia hasta nuestros días de alguna de las ideas lanzadas en su momento como una campaña de odio. Por ejemplo, María Antonieta ha llegado al siglo XXI convertida en un símbolo de la decadencia y el despilfarro, ecos de las acusaciones de su tiempo. Princesa austriaca empujada a casarse con Luis XVI para favorecer la reconciliación de los dos países, fue detestada, por extranjera, en la corte y en la calle. Las insidias que corrieron, inflamadas por la Revolución Francesa, allanaron su camino hacia la guillotina. "Es curioso porque normalmente piensas que se discrimina a los que no tienen poder, y quién va a tener más poder que una persona de la realeza... eso evidencia que uno de los problemas básicos es la diferenciación", apunta Correas.

Pero el presente y el futuro inquietan más a la historiadora. El enconamiento de las posiciones y el desdén por la objetividad llevó a que nada menos que una consejera del presidente de los Estados Unidos se refiriese a una mentira que favorecía a Trump como "hechos alternativos", una expresión que ha hecho fortuna. Otra palabra muy común en nuestros días es "posverdad", que se resume en que importa más que lo que nos cuentan encaje en nuestro sistema de creencias que su veracidad. "Se ha llegado a un punto de saturación de información que hace que la gente no se crea nada... la solución, en lugar de ser 'voy a informarme', es 'voy a basarme en mi percepción personal'", afirma Correas, que cuenta cómo le impresionó lo que chequeó mientras se documentaba para las páginas del libro en las que analiza el movimiento antivacunas: "Vas leyendo cosas y hay gente que tiene sus motivos para pensar así, pero otros afirman abiertamente que lo que sienten es equivalente a lo que plantea la ciencia".

¿Y cómo es para esta espiral cuando los métodos de engaño cada vez son más sofisticados y proliferan los "deep fakes", vídeos falsos de personas diciendo o haciendo cosas que nunca han dicho ni hecho pero que parecen reales? "Es difícil, pero todavía hay herramientas para analizar lo que consumes, aunque, claro, lleva su trabajo. Quiero creer que en algún momento empezará el proceso contrario", dice, esperanzada, la historiadora.

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