Un ovni diminuto sobrevolaba la Universidad Rey Juan Carlos de madrugada, con mucho sigilo, y terminó aparcando en la ventana del despacho del tutor de Cifuentes. El buen hombre se había quedado hasta tarde para adelantar trabajo y no se percató de lo que sucedía. De la nave se bajó un ser del tamaño de una lenteja, con forma de culebrilla, y se deslizó por la habitación, luego por el pantalón del profesor, para seguir ascendiendo por la espalda hasta llegar al oído. Y allí se metió. Pasados unos cinco minutos al hombre le dieron unos espasmos tipo brikidance y se desplomó en el suelo.

Al día siguiente Cristina llegó a la facu montada en su moto. A paso ágil, resuelta como es ella, se dirigió a los despachos para hablar con su tutor del Máster of the Universe. Tocó en la puerta y entró. Así, de primeras, lo notó raro. No sabía si era porque no estaba afeitado, por su inusual y descuidada forma de vestir, o por las antenas que le salían de la cabeza, pero algo raro tenía. El tutor la felicitó por sus cinco sobresalientes en el máster. "Pero si no he asistido a clase y era presencial" -le dijo ella. Él se le acercó de más, arrastrando un pie malamente. "Pues las cosas se van a hacer así a partir de ahora, "¿No le parece estupendo? ¿No quiere unirse a nosotros?" -le comunicó, agarrándole la mano. Cristina intentó soltarse, sin éxito. Entonces, en plan chungo del todo, de la oreja del tutor salieron decenas de culebrillas que comenzaron a caer al suelo, a reptar por su brazo hacia ella. Quizá fue el pánico, quizá la fuerza interior de alguien que lucha contra la corrupción día sí y día buéh, que de un tirón logró escapar de sus garras y salió huyendo del despacho.

"¡Socorro! ¡Socorro!" -gritó en escapada cuando pasaba frente a la facultad de medicina. "Help! help!" -aulló al trote cuando pasaba por delante de la facultad de Filología Inglesa. "Esto... ¡berberecho! ¡berberecho!" -vociferó andando con prisas cuando pasaba por la facultad de Ciencias del Mar. Nadie le hizo caso.

Cristina se detuvo a coger resuello, aspirando como una trucha en un charco, agarrándose el flato. Miró a su alrededor para comprobar que no le perseguía el tutor, que no lo hacía, y se percató de otra cosa. En una clase frente a ella se estaban celebrando unas oposiciones y de allí salió el exalcalde de Firgas vestido con un chándal y una gorra del revés. Decía cosas como cantidubi o efectiviwonder. Cristina, que tiene un envidiable ojo para la corrupción, enseguida se dio cuenta de que ese hombre de sesenta y pico años se estaba marcando un Benjamín Button completamente ilegal. Tras el exalcalde salió un miembro del tribunal. Y no sólo tenía antenas, sino también unos ojos rojos enormes y unos brazos como dos tentáculos. Del oído le salían culebrillas. "Pues estas oposiciones le van a salir muy bien, lechón, déjelo todo en nuestros tentác...en nuestras manos." -le decía el examinador al viejoven de Firgas. Cristina decidió enfrentarse a ellos.

Pero alguien la detuvo por detrás. Era una muchacha que le hizo el gesto de sssshh con el dedo. "Sígueme y disimula" -le ordenó-, y Cristina caminó tras ella con cara de quien ve un sobre de dinero negro pero no le da importancia. La muchacha se metió en los baños, cerró la puerta tras Cristina y le revisó el oído. "No te han infectado, ¿eres profesora de la universidad?" -le preguntó. "No, no, soy alumna del máster de Derecho Autonómico." -le respondió Cris. "¿En serio? Yo también... pero no te he visto por clase" -le dijo la desconfiada muchacha. "Pues saqué cinco sobresalientes, lista." -le espetó Cristina, que siempre había tenido en el picarse su talón de Aquiles -"pero me falta una asignatura y el proyecto para acabar."

La muchacha no le hizo caso y se echó a llorar mientras le explicaba lo de la invasión de profesores. Cristina se vino arriba -"Hay que salir de aquí con vida, aunque parezca imposible. Inspirémonos en este tatuaje chino que me hice en la muñeca: la dignidad es el escudo, la honradez el arma." -y le enseñó el dibujo a la chiquilla que lo miró extrañada, para luego responder -"Ahí no dice eso...ahí pone: Cristina, sé fuerte. Lo sé porque me saqué el Nivel Uno de Excusas Chinas en plasma". Eso fue demasiado para Cristina. Todo estaba en su contra en aquella facultad infernal. No podía dejar de mirar el tatuaje, temblando. Y entonces a la chiquilla le salieron culebrillas de las orejas. Unas antenas le florecieron, gelatinosas, y sus manos se tornaron tentáculos oscuros. "¿Quieres un notable en esos módulos que te faltan, Cristina?"-le susurró la muchacha con aliento de colmena y grotesca sonrisa. -"Lo puedo hacer. Lo podemos hacer, y nadie se dará cuenta". Y Cristina, ante el horror, abrió la boca y gritó, y gritó, y gritó. Y le pusieron un diez en canto.