Podemos leer estos días sorprendentes informaciones sobre la existencia de residuos radiactivos en las riberas del Jarama. El histórico río madrileño fue el escenario de la acción de la célebre novela titulada con su nombre, que obtuviera el mítico premio Nadal en 1955. Ha coincidido también, en estos días, la presentación en el Club LA PROVINCIA, en Las Palmas de Gran Canaria, de una biografía de su autor, Rafael Sánchez Ferlosio, El incógnito, redactada por el periodista J. Benito Fernández. Ferlosio, hijo de un político y escritor falangista que llegó a ser nombrado ministro del régimen, escribió una verdadera obra maestra. El Jarama marcó toda la moda narrativa del realismo social, que se cultivó en España durante más de una década. La trama de la novela se reduce a la transcripción de los diálogos que un grupo de jóvenes domingueros, poco afortunados económicamente, mantienen durante unas horas de ocio en una excursión al río Jarama. Ni siquiera la muerte de un desconocido -nombrado con las mismas iniciales que el autor- en las aguas del río trastorna la cotidianidad, bastante vulgar, de los muchachos.

Parece ser que los depósitos del material radiactivo, al menos en media docena de puntos en torno al curso del río, fueron efectuados en 1970 por orden de autoridades del régimen. Un régimen que, por otra parte, inició como es sabido la construcción de centrales nucleares en España.

De las muchas interpretaciones que plantea una novela tan ambigua -y sugerente- como El Jarama, la más evidente es la relectura de unos acontecimientos que ocurrieran en sus inmediaciones, durante unas trágicas jornadas de nuestro absurdo enfrentamiento civil. Eternamente tirios y troyanos discutirán encarnizadamente. Eternamente la radiactividad amenazará a los habitantes de pueblos como (solo me atreveré a mencionar por una vez su nombre, eternamente maldito) Paracuellos.

Eternamente R. S. F. yacerá muerto, eternamente, en las aguas del Jarama.