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análisis

No hay países pobres, los hacen pobres sus gobernantes

Mientras escribo esto vuelvo de Mozambique donde he estado trabajando esta semana en un proyecto de cooperación internacional en la formación de médicos y especialistas en la facultad de medicina en el centro del país liderado por el doctor Luis López Rivero. Antes del comienzo del programa, en 2013, la ratio era de un médico por cada 60.000 habitantes, para hacernos una idea equivaldría a disponer de 30 médicos para toda la población de las Islas Canarias. En cinco años con la colaboración de más de 70 docentes de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria ya se han graduado 175 médicos. La estimación es que en los próximos años el número de graduados alcance los 300.

Llegamos de noche y los 15 kilómetros que separan el aeropuerto de la facultad de medicina ya me dejó ver una parte de la realidad del país, pobreza extrema. Todos van por la carretera los coches, los peatones, las bicis. Se sortean entre sí para pasar. No existen aceras, a los bordes de la carretera infinidad de puestos que en los que se vende y se trueca, el nivel de pobreza es de miseria en algunos momentos. Un niño descalzo juega con sus amigos tumbado al borde de una acequia de agua residual, la gente vende carbón, se reparan piezas de coche a martillazos. Nos paramos en una esquina a comprar mangos, 20 metical (30 céntimos de euro) por una bolsa de cuatro kilos. En la gasolinera, la gasolina está sólo unos céntimos más baratos que en Canarias, compramos pan acompañados de un vigilante con una escopeta de cartuchos, en todas es así. Nos lleva la cesta a cambio de unas monedas.

En la esquina del hostal hay un contenedor gigante, como de escombros, abierto desbordado de basura. Por la calle parece que ha pasado una guerra, la gente camina por el centro porque las aceras no existen. Llueve pero el sistema de alcantarillado no funciona, aunque la ciudad que visito está la borde del mar no es posible ni siquiera acceder a la arena por el nivel de contaminación. El mar también está contaminado. El denominador común de la ciudad es basura y charcos, las condiciones perfectas para un brote de malaria y cólera. Para la población local es imposible tomar una pastilla de Malarone todos los días, acabarían antes con el hígado destrozado que por la picadura del mosquito. Los residentes están sometidos a ese riesgo de manera continua. Cada vez que veo un charco se me ponen los pelos de punta. Los visitantes nos bañamos en insecticida y tomamos la pastilla, 12 dosis, 20 euros (el salario mínimo interprofesional es algo más de 40 euros al mes). Los cortes de agua y luz son continuos. En el baño del hospital no hay agua en los grifos, hay un cubo gigante con un cacharro para lavarse.

Los locales me cuentan que con un programa del banco mundial en cuanto acaben las lluvias se proponen reparar las carreteras, porque en realidad no son carreteras con baches, son socavones con tramos de carretera en medio. Bueno la parte positiva es que se circula despacio por la ciudad. Me lo cuentan al mismo tiempo que pasamos por delante de la fábrica de Pescanova, el astillero donde arreglan sus barcos que dirige un canario. En Mozambique la gente se muere de hambre en situaciones de crisis, la tasa de desnutrición infantil es del 40% pero a cambio de infraestructuras los chinos han firmado un acuerdo y se llevan la mayor parte de la pesca. La presencia china es muy importante en el país, en el vuelo doméstico de vuelta sumaban algo más del 60% del pasaje. La calidad, china. De vuelta a casa el médico residente mozambiqueño cuenta que hoy había estado sustituyendo a un médico cubano cuidando de unos niños ingresados por desnutrición. En el restaurante donde habíamos cenado un mozambiqueño había estado engullendo mariscos más dos horas seguidas. Encima de su mesa habían varios móviles de los que se empezaron a vender hace solo dos meses por los de Cupertino. La desigualdad es brutal en Mozambique, no hay clase media, los ricos son muy ricos, los pobres viven en la miseria. Trata a los camareros que le sirven de manera despótica con su reloj y gafas de oro.

En el desplazamiento hacia la facultad de medicina reflexiono: en realidad todo esta miseria la generamos nosotros, los países desarrollados, con nuestro nivel exacerbado de consumo de recursos. Me entero que en el norte han empezado a sufrir ataques terroristas que tienen atemorizada a la población. Como consecuencia el gobierno ha decidido no invertir en esa región una cantidad muy importante de fondos proveniente de ayuda internacional de un país europeo para el desarrollo de la agricultura que hubiera sido determinante para la población. Un poco más tarde me entero que en esa región han encontrado recientemente un importante yacimiento de gas y petróleo.

Los informativos de televisión hablan del ministro de finanzas del anterior gobierno que acaba de ser detenido en Sudáfrica donde pasaba unas vacaciones, posiblemente por tiempo indefinido. ¿Detenido por una orden internacional porque está reclamado por la justicia mozambiqueña? me pregunto, me aclaran de inmediato que está reclamado por la justicia americana, ¿y eso? Se quedo con el dinero de un préstamo que recibió Mozambique del fondo monetario internacional 2.000 millones de dólares. El país perfecto para recibir un curso de experto en corrupción para muchos políticos.

Lo robado supone 20% del producto interior bruto del país. Para hacernos una idea el producto interior bruto del país sobre los 12.000 millones de euros es aproximadamente el 150% del presupuesto para gasto público del Gobierno de Canarias para este año. Mozambique tiene una población de 28 millones de habitantes, Canarias algo más de dos millones. Pienso: no hay países pobres, los hacen pobres sus gobernantes que favorecen las élites extractivas. Uno de mis colegas me dice que en realidad no es cierto que ese sea el PIB porque no se declara todo lo que las empresas extranjeras se llevan, petróleo, gas, oro, diamantes. Mientras fueron colonia portuguesa durante casi 500 años, se independizaron en 1975 aprovechando la revolución de los claveles, los extranjeros se llevaban los recursos directamente, ahora la democracia ha conseguido una pequeña mejora, las empresas extranjeras pagan un impuesto del 10% de las exportaciones que declaran.

¿Cuál es la solución? me pregunta una amiga. La educación, no queda otra. Por un lado, de la población de los países desarrollados. Hay que hacerles entender que en realidad estamos viviendo, ahora sí, por encima de nuestras posibilidades. España consume 3,8 veces más recursos de lo que le corresponde por su frontera política, los americanos con los que comparto vuelo de vuelta a España hasta 4,1 veces más. Somos nosotros los que favorecemos ese sometimiento político y paramilitar, los que estamos obligándolos a vivir en la miseria, una empleada de hogar a tiempo completo gana 60 euros al mes, la gasolina unos céntimos más barata sólo de lo que pagamos en Canarias. Eso se consigue con el amedrentamiento de la población por gobiernos dictatoriales o poco democráticos, que ponen a los ciudadanos de estos países en situaciones extremas con la única preocupación diaria de buscar que comer ese día y sobrevivir a la violencia. La gente baja mucho la cabeza como costumbre. La inseguridad es alta, una vez que oscurecía no era recomendable salir del hostal. De día debemos mantenernos en las calles del centro. Cuando mi compañero sale a comprar pan a la esquina para cenar me ofrezco a acompañarlo.

La educación también es necesaria en los países no desarrollados. La formación de capital humano favorece que los ciudadanos de un país sean capaces de elegir mejor a sus gobernantes y exigirles políticas para la favorecer el bienestar de la comunidad. La educación también es determinante para evolucionar algunos aspectos de la cultura de un país. La República Democrática del Congo es un país que sufrió una colonización dura por parte de los belgas, fue regalada al rey Leopoldo II en la conferencia de Berlín que como tal la consideró suya incluida a la población, extraía sus recursos y sometía violentamente a su población. Este estilo de vida se instauró en la vida de los congoleños, en su cultura. La cultura extractiva y de sometimiento de la población se mantiene hoy día porque así los aprendieron, escribo esto justo cuando sobrevolamos Angola y estamos a punto de cruzar a La República Democrática del Congo, dos buenos ejemplos, no hay casualidades en la vida. La revolución con el Kaláshnikov no es válida ni suficiente mientras no cambie la cultura aprehendida en la genética por años de educación directa e indirecta.

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