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José A. Luján

Piedra lunar

José A. Luján

Estética y erótica de la mascarilla

El lingüista francés Roland Barthes (1915-1980), en su variopinta trayectoria investigadora dio el salto de su inicial devoción por el estructuralismo a la indagación en lo que desde algunos años antes se llegó a considerar la nueva crítica, y establece que la semiología (ciencia del significado) tiene por objeto el estudio de los diversos sistemas de signos. Sus trabajos innovadores se centran en el estudio de la imagen y en la elaboración del discurso sobre la interpretación de los objetos. Los textos literarios tienen valor por sí mismos, pero hay que vincularlos al entorno social e incluso a los sentimientos que emanan del autor y de los lectores, en función del contexto y situación en la que aparecen. La realidad, en sus diversas manifestaciones, es susceptible de someterla a la lectura por parte del receptor y de ahí surge una narración para comprenderla simbólicamente.

La pandemia, que desde comienzos de año atenaza de mala manera a la humanidad, ha traído como acompañantes algunos iconos y cambios radicales en las conductas sociales o en el propio lenguaje, con la incorporación de términos poco frecuentes (confinamiento, toque de queda, perimetral, cuarentena, asintomático, desescalada…), que se han vuelto familiares. El icono más destacado es mascarilla, diminutivo que indudablemente nos lleva al clásico máscara.

La máscara, como palabra patrimonial, indica ocultamiento del rostro y es permitida y usada en tiempos de Carnaval o en escenas teatrales para figurar la cara de una persona, de un animal o de un ser imaginario. En esta epidemia, y en estos momentos concretos, el término mascarilla refiere un trozo de tela que, de manera obligatoria en espacios públicos, nos colocamos los ciudadanos sobre la nariz y la boca y sujetamos con una cinta elástica en ambas orejas, con la finalidad de evitar contagios.

Cuando en marzo, al comienzo del primer estado de alarma, empezaron a utilizarse por algunos ciudadanos, hubo homogeneidad en su diseño. En farmacias, bazares y estancos se adquirían modelos similares: color azul celeste en la parte exterior y blanco en el filtro interior. Sin embargo, pronto empezaron a aparecer personas que las habían elaborado con estilo propio, utilizando telas y estampados atractivos, y no pocas adornadas en sus bordes con artísticos encajes, como si fueran un trasunto de las prendas íntimas femeninas.

Estos elaborados artilugios postizos de nuestra época sugieren un cierto grado de erotismo, en un inaudito juego establecido entre lo visible y lo invisible. Y es que lo artístico y lo erótico se dan la mano en la semántica de la creatividad. El erotismo es arte que nada tiene que ver con la pornografía. Nos viene al recuerdo la pintura del pintor flamenco Rubens (1577-1640) Las tres Gracias, representadas completamente desnudas pero que están cubiertas por un velo transparente que las une entre sí, además de las sugerentes miradas que cautivan al espectador.

Una sutil elaboración de la máscara, en su uso cinematográfico la podemos contemplar en la película de Kubrick Con los ojos bien cerrados (1999), en la que este aditamento se convierte en muralla del misterio y elemento clave de una narrativa argumental que tiene como fondo el ocultamiento, la mirada celosa y la infidelidad. Desde el comienzo, los protagonistas quedan subyugados a su significado, hecho que se desvela de manera rotunda al final del film. Erótica y estética se mezclan en esta cinta que no deja de ser un embrollo temático, pero que desde el punto de vista de la creación estética mantiene al espectador inmerso en la perplejidad.

Ahora mismo, hacer un inventario temático de las mascarillas artísticas que se ofrecen en el mercado es arduo. Quien desee escudriñar en la personalidad, en las pasiones o aficiones de algunos ciudadanos, sólo tiene que darse un garbeo por Triana a media mañana y podrá anotar diseños varios: pintura de Picasso, el escriba sentado, trapera canaria, geometrías de Mondrian, pinceladas de Klimt, de Van Gogh, de Matisse o la Marilyn de Warhol. Y en colores vivos, todo el espectro de una paleta de pintor.

No sabemos si el diseño artístico y la erótica que conllevan el enmascaramiento ayudan a frenar los contagios. Si no es así, siempre nos queda el recurso de lavarnos las manos o mantener la distancia establecida para los viandantes. Y entre la incertidumbre que nos angustia, a esperar la vacuna.

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