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Lamberto Wägner

Tropezones

Lamberto Wägner

Luz de gas

Desde siempre la mayoría de nuestros políticos se afanan, cual hábiles prestidigitadores, en hacernos ver una realidad filantrópica y desinteresadamente mejorada por ellos, que poco tiene que ver con la que nos golpea a diario. Pero hasta cierto punto hemos ido asumiendo este trampantojo, resignándonos incluso a comulgar con alguna rueda de molino.

Pero es que últimamente los trucos les están saliendo rematadamente mal, y cada vez es más difícil aceptar lo que se ha venido en llamar posverdades en la jerga politiquesa, trolas en román paladino. Porque cuando nos aseguran que ya nos hemos librado de la última pandemia, o que disfrutamos de un bienestar privilegiado, cuando lo que percibimos nosotros es que se se siguen muriendo nestros amigos o que no amaina un chorreo de infortunios que nos está empapando hasta el tuétano, creo que ha llegado el momento de poner pie en pared. Y de decir basta a un tipo de manipulación que además tiene su preciso término. En inglés es gaslighting, y en español, a falta de sustantivo, «hacer luz de gas». Javier Marías lo define perfectamente como «el acto de persuadir a una persona de que la percepción de la realidad, de los hechos y de las relaciones personales está equivocada y es engañosa para ella misma».

La expresión arranca de la obra teatral de Patrick Hamilton Luz de gas, en la que el marido intenta volver loca a su mujer sometiéndola a un cruel lavado de cerebro poniéndole toda clase de trampas y engaños que la llevan a cuestionar su propia cordura. Podemos identificar perfectamente las técnicas manipuladoras del marido –reprobación a la esposa por su falta de reconocimiento de los sacrificios del esposo, en realidad inexistentes– con las artimañas de cierta clase política. La obra fue popularizada en 1940 por el cine, en una obra maestra del mismo título dirigida por Thorold Dickinson con los actores, desgraciadamente hoy olvidados Anton Walbrook y Anna Wynyard. Tal olvido tampoco es casual, pues los estudios de la Metro Goldwyn Mayer se encargaron de boicotear a conciencia dicha cinta, para que no le hiciera sombra a su propia versión, Luz que agoniza, grabada poco después con los monstruos del cine Charles Boyer, Ingrid Bergman y Joseph Cotten como protagonistas.

Esta versión ajustaba algo el final del film para respetar la filosofía imperante de la Metro de culminar sus películas con el happy end, la marca de la casa que conseguía fidelizar a sus espectadores.

Lo malo de los políticos y su luz de gas es que difícilmente surgirá al final de la película un apuesto investigador Joseph Cotten que habrá de desmontar la superchesría del malvado marido Charles Boyer, ganándose los favores de una bellísima Ingrid Bergman.

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