La Provincia - Diario de Las Palmas

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Juan Francisco Martín del Castillo

La pruebita

En homenaje a Manolo Vieira

Jonay es un niño de la Isleta que vive muy apegado a su abuelo. Como se ha portado mal, y los padres están cansados de llamarle la atención, han recurrido a don Felipe, que así bautizaron al abuelo, pero sin el don. Y no se le ha ocurrido otra cosa que decirle al chico que le van a hacer una prueba con la que se le van a quitar las ganas de parranda. Tan expresivo ha sido don Felipe que, en un momento de la conversación, llegó a indicarle al pobre Jonay que se le iban a caer los pantalones con la pruebita. De apenas siete años, está un poco mosca con lo de los pantalones. Para qué les voy a engañar, la pruebita, como repite el abuelo, le trae por la calle de la amargura. Los padres, por su parte, le hacen el juego al abuelo, puesto que se han dado cuenta de que el niño, con tanto misterio, se porta mejor. Pero Jonay, no se sabe muy bien por qué, un día se levantó de la cama llorando. No quería ir al colegio, ni siquiera salir de casa. Le aterraba que alguien le esperara, nada más atravesar la puerta, para someterle a la pruebita. Le disgustaba incluso hablar sobre el asunto. En su ingenuidad, y en algo influyó la socarronería del abuelo, el chico insistía en que «por ahí no». Como no paraba de sollozar, se acudió a don Felipe, y la lección que recibió fue de tal calibre que ya no ha vuelto a ser un guasón, al menos en horario laboral. El nieto, confiado en su abuelo, le dijo a las claras que tanta había sido la tabarra con lo de «los pantalones caídos» que se había figurado que la prueba, en caso de existir, sería por aquel lugar. El esfuerzo de don Felipe por contener la carcajada marcó un récord histórico, pero no tan grande como el abrazo que le dio Jonay. El abuelo comprobó que aquella bendita inocencia, origen de la inquietud del nieto, había sido como un enorme bofetón sin mano. A partir de aquel día, mantuvo una saludable prudencia a la hora de bromear con el muchacho. Sin embargo, Jonay, que es un chico muy avispado, pues tiene a quien salir, no quiere que el abuelo cambie en absoluto. Le gusta como es, aunque él mismo sea la víctima principal de sus perrerías. Así que se propuso devolvérsela a don Felipe. Urdió un plan para que la pruebita tuviera que hacérsela el propio abuelo. Modificó un volante médico y añadió la palabra «profundo». Y así don Felipe se presentó puntual a la cita, pero sin tener la menor idea de lo planeado por el nieto. Después de mucho insistir, este consiguió que le dejara acompañar, ya que la broma sin testigos y, sobre todo, sin él, el vengador, no sería lo mismo. Al igual que en su experiencia personal, Jonay no quería herir a don Felipe, sólo verle la cara en el duro trance. Con el propósito en la cabeza, le fue dando algunas pistas, aunque el protagonista hacía caso omiso a las señales que se le presentaban, hasta que el muchacho, ayudado por un bote de chocolate que llevaba escondido entre las ropas, dejó caer parte del líquido a su paso. El abuelo terminó por fijarse en las manchas sobre el suelo. Y este fue el gran momento de Jonay: «Abuelo, ¿de qué es la pruebita?». Don Felipe sacó el papel del bolsillo y lo leyó en voz alta: «tacto rectal profundo». Tal fue su sorpresa que sólo tenía ojos para la delgada línea canela. La sonrisa del chico le delató y el abuelo, al fin, lo comprendió. Ahora no se sabe quién es peor, si el nieto o el abuelo.

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