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Emilio Vicente Matéu

Punto de vista

Emilio Vicente Matéu

Mefistófeles anda suelto

Mefistófeles es un personaje clave en todas las versiones literarias de Fausto,  siendo la más popular la escrita por el alemán J. W. Goethe. Sin embargo este personaje ya aparece en obras muy anteriores, e incluso, recientemente, existe una referencia a él en La Barca sin pescador, obra de nuestro compatriota Alejandro Casona.

La historia que se narra es la siguiente: Mefistófeles se le aparece al Dr. Fausto, un viejo científico, amargado de la vida y frustrado por no llegar a poseer los saberes tan amplios que ansiaba tener; entonces decide entregarle a este diablo (Mefistófeles) su alma a cambio de alcanzar la cima de la sabiduría, recuperar la juventud y obtener el amor de una hermosa mujer. En la obra citada de Alejandro Casona, Mefistófeles sería ese caballero de negro que le dice al protagonista ser el único que puede salvarlo de su ruina personal, tanto financiera como emocional, pero a cambio de que le entregue su alma admitiendo el asesinato de una persona en las antípodas, que ni conocía ni tenía nada que ver con él. Aunque si nos remontamos un poco más lejos, también nos encontramos las líneas básicas de esta misma historia en el libro del Génesis (25, 27-34) cuando Esaú entregó un bien espiritual como eran los derechos de primogenitura, por un bien material concretado en un humilde, aunque apetecible, plato de lentejas.

Esta dialéctica entre el bien y el mal viene a ser una constante en el devenir humano, y únicamente podría responderse desde un planteamiento decidido, tan difícil como socorrido aunque más en la teoría que en la práctica, que es la educación en valores. Pero lo realmente complicado viene a ser definir ese elenco de valores que realmente valgan (permítaseme la redundancia) para el desarrollo equilibrado de la persona, para establecer una convivencia positiva, y para configurar un mundo mejor.

Por poco que alcemos la vista, comprobamos que Mefistófeles anda suelto ganando y consolidando adeptos con un éxito arrollador, y progresivamente de la forma más descarada e impune: en el mundo de la política (antes y ahora), asistimos al espectáculo demoledor de quienes asumen lo antes denostado por perverso, con tal de conseguir o afianzar el poder; en el campo de los Medios de Comunicación Social, se nos presenta como aceptable la posibilidad de convertir en espectáculo el acoso destructor a personas, con sentencia o sin ella, con tal de liderar audiencia en el share; en el contexto de lo individual, nos horroriza asistir a la falta de escrúpulos cuando se pone en la picota lo más merecedor de respecto para la persona humana (padres, hijos, hermanos, incluso uno mismo) si a cambio se consigue engrosar la cuenta corriente; en el ámbito de la fe, nos duele reconocer cómo existe quien troca los fines espirituales que configuran su misión, a cambio de sentimientos que tienen su origen en el mundo de lo estrictamente personal o de los exclusivismos sociales; en lo referente a la globalización, nos inquieta saber cómo se destruye el entorno por mor del supuesto progreso; y nos resulta demoledora la impunidad con la que individuos u organizaciones comercian y engordan sus fortunas a costa de la pobreza, la salud o la dignidad de otros. Y todo ello se presenta conjugado con la exaltación, sin pudor alguno, del camino para conseguir dinero fácil y abundante; o la normalización de cualquier estilo de vida de ámbito personal; o la referencia permanente a una ética hedonista; o la ocultación sistemática de cualquier signo externo que pueda marcar otro estilo de vida alternativo al que se nos propone. Y así podríamos continuar hasta abarcar casi todos los ámbitos en que se desenvuelve el ser humano.

Llegados aquí, estoy seguro que cada cual podría completar el elenco de asuntos, concretándolo con nombres y apellidos; aunque también es probable que, en esta reflexión, nos excluyamos a nosotros mismos sin ser capaces de admitir que también somos parte integrante de este mundo en el que Mefistófeles se mueve a sus anchas.

Como decíamos antes, estamos situados en la dialéctica entre el bien y el mal, donde no falta el empeño de quienes pretenden introducir un relativismo centrado en la ética de situación desde el que no resulta fácil ese discernimiento. Sin embargo creemos que no podemos inhibirnos, y sí posicionarnos decididamente sobre ello, ya que contamos con referencias profundas, sinceras y suficientemente libres de intereses espurios que pueden resultar altamente iluminadoras para nuestras propias opciones personales, si es que estamos interesados en ello; me refiero a los principios básicos de la ética cristiana, o a la declaración universal de los derechos humanos, o a las conclusiones sobre determinados estudios relativos al equilibrio personal y a la convivencia. Aun así, si todo ello nos pareciera demasiado complicado, de manera simple y sencilla podría sernos útil la posibilidad de asumir actitudes desde el respeto sincero, el perdón más generoso, y la gratuidad manifiesta en nuestra relación con cuanto y cuantos nos rodean.

Y con este extremo un poco más iluminado, podremos comprender mejor las palabras que en el siglo VIII a. C. pronunciara el profeta Isaías (5, 20) pensando en nosotros, como en las gentes de todos los tiempos: «¡Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal, que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas, que tienen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo!».

Mefistófeles anda suelto, qué duda cabe, y siempre lo estará como así ha ocurrido desde el principio de los tiempos, aunque quizás hoy se caracterice por una marcada impunidad en su porte y una determinada normalización de su presencia. Pero también ahora, gran parte del éxito o del fracaso de su poder de seducción, reposa en la opción decidida de cada uno de nosotros.

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