Tropezones

Lavado de cara

Jeremy Renner

Jeremy Renner

Lamberto Wägner

Lamberto Wägner

Recuerdo de pequeño haber participado en una función teatral inventada con mis compañeros de clase, en la que el protagonista, un poderoso sultán, lucía un aparatoso turbante rojo, símbolo indudable de riqueza y poderío, posiblemente alimentado por el imaginario cinematográfico de la época. Ya de adulto informado, he sabido que el turbante es en realidad una servidumbre cultural y litúrgica de la religión sikh. Dicho cubrecabezas viene a ser igual de obligado en público como dejarse crecer el pelo, y constituye una señal de honor, respeto y espiritualidad. Pero para nosotros era solo eso, una imagen de poder, de liderazgo.

Lo curioso es que de mayor me he topado frecuentemente con este tipo de interpretación mejorada o reforzada, cayendo incluso a sabiendas en ensoñaciones autoengañosas.

Sin ir más lejos, recuerdo en un viaje a Londres, acompañando a un amigo para una posible adquisición de una propiedad , una visita a una casa bien situada en un barrio acomodado, pero a primera vista nada del otro mundo. Ahora, eso sí, estaba dotada de varios «turbantes»: encima de la puerta, de madera recia y brillo acharolado, un blasón de piedra nos insinuaba una posible raigambre de alcurnia.

El recibidor de aspecto ya sólido de por sí se veía realzado por unas imponentes vigas de madera (a simple vista imposible advertir que eran de cartón piedra). En el interior el dormitorio principal presumía de una inmensa cama con un suntuoso dosel de tornasolada seda. No tenía jardín, sino un patio interior. Eso sí, el lifting de una cuidada jardinería había conseguido forrar de oscura yedra todo un paramento frontal otrora pétreo e ingrato. Un patio interior sin gracia, metamorfoseado en fresco oasis en plena ciudad. Era evidente que estos simples retoques sin duda conferían a tan modesta vivienda un plus de encanto, que por supuesto se traducía en un presupuesto final bastante salado.

Pero resulta que lo que a mí me parecía una ingeniosa técnica de trampantojo, si bien no lo suficientemente sofisticada para convencer a mi amigo de la viabilidad de una posible inversión, es en realidad toda una técnica inmobiliaria, que incluso tiene su denominación específica. En el mundo anglosajón es el house flipping, traducido liberalmente una especie de «conversión de fincas». Lo que se pone en sistema es la adquisición de una propiedad, en general venida a menos pero en un barrio atractivo, para luego introducir una serie de complementos, tanto sustanciales mejoras como imaginativos adornos que elevan con creces el precio de la propiedad.

El principio es de lo más elemental, comprar barato y vender caro, y sin perder el tiempo, Y tampoco son ajenos a este tipo de operaciones conocidos artistas y famosos, que por supuesto unen a las mejoras introducidas el caché de haber sido ocupadas las viviendas por ellos mismos, contagiándoles su glamour. Leonardo di Caprio quizá sea uno de los más conocidos.

Me entenderán perfectamente con el ejemplo paradigmático del actor americano Jeremy Renner, que todos recordarán por su serie Los Vengadores. En los últimos 15 años ha comprado y remodelado (creo que «darle un pase» es la expresión más utilizada en el gremio inmobiliario) unas 20 millonarias propiedades. Los aderezos incorporados entre la compra y la venta pueden ser desde un jardín de bonsáis, hasta una piscina infinity con azulejos luminescentes.

Si les tienta este tipo de empresa, sepan que en EEUU ya se imparten cursos para House Flipping, por menos de 800 $, diploma incluido.

Suscríbete para seguir leyendo