Reseteando

Mezcla suave

Simpatizantes del expresidente brasileño Jair Bolsonaro durante el asalto al Congreso, el 8 de enero.

Simpatizantes del expresidente brasileño Jair Bolsonaro durante el asalto al Congreso, el 8 de enero.

Javier Durán

Javier Durán

Semanas de confinamiento de aquella pandemia en su estado más puro nos han llevado a lo que dice una marca de café en el exterior de su paquete: mezcla suave. Entre tranquilizantes y un estado de ánimo pachorrudo, nos encontramos en la cuesta de enero, que ha sido dinamitada por la inflación. Ahora es un kilimanjaro sin cuerdas de seguridad. Ese estado casi de Vacaciones en Roma subidos en la Vespa de la vida anula la inquietud por los asesinatos récord de mujeres, como si los maltratadores quisiesen dejar meridianamente claro que nos encontramos en el año I después del coronavirus y sus secuaces. El cuello se retuerce y nace el shakirinato, esta parranda hasta el amanecer donde el amor y el desamor cotiza en bolsa, destruye cimas de audiencias, desbanca las guarradas de Musk y coloca en el puesto de salida a un hipercapitalismo basado en la venganza rastrera de los intestinos del sentimiento. Una secretaria de Estado de Podemos, a la que le compete la Igualdad, se le pega al paladar una gominola y empieza a manufacturar en directo una humorada impúdica sobre violencia machista. ¿Se le ha ido la pinza? Al día siguiente pide perdón, pero no se compromete a solicitar hora en la consulta del psicólogo para ser tratada por su insensibilidad frente a tantos y tantos padecimientos. Ese fumadero de neuronas cohambrosas que es en Castilla y León su vicepresidente (Vox) anuncia su recurso último para fustigar a la mujer que quiera abortar: que el médico disponga de lo necesario para que la ingrata oiga el latido del feto. ¿Una coacción? Ya se encargará el facultativo de tener preparada la camisa de fuerza por si la mujer no puede controlar sus nervios. Será reeducada y triunfará por tanto la congregación católica-apostólica, ligamento de infusiones de hierbas meadas por los agitadores de Trump y Bolsonaro. Entramos de cabeza en un año electoral, por lo tanto de fastos, embrutecimientos presupuestarios, primeras piedras, cortes de cinta, recreaciones digitales, cócteles, presiones, gabinetes de prensa, asesores, desayunos, agendas, dosieres, denuncias, imputaciones, sentencias, encarcelamientos, programas, plagios, insultos, fichajes, expulsiones, sanciones, expedientes, primeras páginas... Terrible. Y luego los pactos: los vinculantes y los no vinculantes; los compases, equilibrios y desequilibrios territoriales; las citas secretas; el maurismo insular que avanza y retrocede; el voto decisivo que viene de la Selva Doramas, del Garajonay o de las tierras resecas de Morro Jable, cualquiera sabe, y ya como una folia la reedición del Pacto de las flores, que al parecer ha sido tan bien regado que cabe hablar de brotes antes de la fecha clave, mimados tiernamente a la manera de un jardínero de un parque invisible con enanos que se desesperan por ver a Blancanieves. Unos amigos que viven en París me preguntan qué está pasando. Pues nada, absolutamente nada. ¿Y por qué escribes estas cosas?, me preguntan. Es una mezcla suave, les contesto escorado y muy esquinado.

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