Reseteando
Una pasta en clases particulares
Un laboratorio de ideas acaba de divulgar un informe que pone de manifiesto la pasta que se gastan los padres españoles en clases particulares para sus hijos. Lo que años atrás era una herramienta para reforzar una o varias asignaturas que estaban en la cuerda floja, ahora constituye un medio para conseguir que el alumno no fracase en un mercado de trabajo cada vez más competitivo. Los sacrificios que hacen algunas familias que viven con lo justo para abonar este extra desvela, asimismo, la poca confianza de los padres en la calidad del sistema educativo. Si un hijo salva el desarrollo del curso con normalidad, lo lógico es que sus progenitores no tengan que hacer un desembolso mensual en clases particulares. Pero no es así. Buscan la garantía de que sus muchachos obtengan una formación que no los convierta en carne de abandono. El informe se refiere a los casos de los rezagados, los que no pueden alcanzar el ritmo del resto, cuyos padres se ven obligados a buscar ayuda externa al ver que el modelo no se emplea a fondo en rescatarlos. Más dramático para el bolsillo resulta la asistencia de los que tienen algún déficit de atención, necesitados sin preámbulos de una enseñanza especial y extraordinaria. Años atrás, hubo un bum con las actividades extraescolares, hasta el punto de que los psicólogos alertaron de las consecuencias de tener a los pequeños sometidos a tal estrés. Las incertidumbres en la economía, también la pandemia o la guerra de Rusia contra Ucrania, han destapado la preocupación por los derroteros inciertos por los que va un mundo nada previsible. Estamos ante un desasosiego que reclama seguridad, un pensamiento que unos padres –en su mayoría afectados por la inconsistencia de su modo de vida– quieren insuflar a sus hijos. La clases particulares, por tanto, como una autopista para un final feliz, el pago de un bono plus para alimentar con más combustible a las mentes esponjosas de la infancia. Ese es el objetivo, pero qué hay de la maravillosa experiencia del niño despreocupado. Todo se adelanta, hasta la responsabilidad de ser mayor.
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