Obituario

Un empresario fuera de norma

La muerte, a los 94 años, de Francisco Melo, fundador de los Multicines Monopol

e introductor del cine independiente en las islas, nos hunde aún más en la orfandad

Un empresario fuera de norma

Un empresario fuera de norma / Claudio Utrera

Claudio Utrera

Claudio Utrera

Para el distribuidor y exhibidor cinematográfico Francisco Melo (Las Palmas de Gran Canaria, 1929/Idem, 2023), Hijo Predilecto de esta ciudad y Premio honorífico del Festival capitalino, fallecido la mañana del pasado jueves, amigo generoso, inteligente, tolerante e incondicional, el cine era mucho más que un simple negocio y los estrechos vínculos que mantuvo con la industria, tanto con la facción que representa su rostro más comercial como la que encarna al cine más abiertamente creativo, libre e independiente, tenían siempre ese sello inconfundible de quienes, por encima de cualquier contingencia, aman su oficio y son plenamente conscientes de que ambas opciones son perfectamente compatibles a la hora de afrontar este complicado e inestable negocio, sobre todo desde el periodo comprendido entre la década de los años setenta -punto aproximado de partida de los nuevos cambios en el ámbito de la distribución cinematográfica- y la época actual a lo largo del cual se han ido perfilando nuevos estilos y planteamientos, nuevas tendencias que han revolucionado el lenguaje de la imagen y por ende las bases mismas sobre las que descansa el complejo aparato industrial que lo envuelve.

Hace mucho tiempo que la otrora famosa dicotomía que confrontaba directamente al cine de entretenimiento con el cine, llamémosle así, más comprometido, en términos culturales e ideológicos, ya descansa en el baúl de los recuerdos y que las sólidas fronteras que dividían antaño ambos enfoques han desaparecido en beneficio de una noción del cine mucho menos encorsetada, más equidistante e inclusiva; una circunstancia que distribuidores y exhibidores de la sensibilidad de Paco Melo aprovecharon para abrir su mentalidad empresarial a una nueva e incontestable realidad: que la producción y distribución cinematográficas se desenvuelven cada vez más partiendo de otros paradigmas que permiten conjugar el reclamo taquillero con la excelencia artística; la especulación comercial con la autonomía creativa. De ahí que centros de producción tan prolíficos, tradicionales y expansivos como los que representa el viejo Hollywood sigan incluyendo entre sus nichos de distribución títulos ajenos por completo a los perfiles más tradicionales del cine mainstream. La actitud cada vez más heterogénea del público ante el séptimo arte ha contribuido, sin duda, a apuntalar este profundo y tan decisivo cambio.

Melo, cuya carrera empresarial inició en la Venezuela próspera de finales de los años 50 como agente de la Columbia tras decidir que era «América el continente con mayores posibilidades para emprender este tipo de aventuras», frase que me repetiría incesantemente cuando conversábamos sobre su lejano pasado, abandonó su tierra natal hasta su regreso, bien entrados los 70, donde reemprendió su carrera como distribuidor, tomando las riendas en el archipiélago de la CIC (Cinema International Corporation), uno de los consorcios multinacionales más boyantes del momento, dotado de un catálogo de títulos capitales en la historia del cine, como fueron El Padrino (The Godfather, 1972), de Francis F. Coppola; Chinatown (Chinatown, 1974), de Roman Polanski; Tiburón (Jaws, 1975), de Steven Spielberg; El gran Gatsby (The Great Gatsby, 1974), de Jack Clayton; La conversación (The Conversation, 1974), de Francis F. Coppola, ET, el extraterrestre (ET, The Extra-Terrestrial, 1982), de Steven Spielberg o la legendaria Love Story (Love Story, 1970), de Arthur Hiller, uno de los fenómenos comerciales más rentables de la factoría hollywoodiense.

Las sumas espectaculares que arrojaron los estrenos de estas y otras muchas cintas de este mítico catálogo en Canarias consiguieron consolidarle como gestor de probada solvencia, circunstancia que garantizaría su continuidad dos décadas más al servicio de esta prestigiosa multinacional hasta el cambio provocado en los años 90 en el que desaparecieron las delegaciones regionales de las grandes compañías, concentrando su actividad comercial desde sus oficinas centrales en Madrid.

A partir de 1998, año de apertura de los Multicines Monopol, Paco Melo emprende lo que sin duda constituye su etapa más gloriosa como exhibidor, al proponer a la ciudad un espacio consagrado a la exhibición de producciones independientes, contribuyendo así a la expansión de otro tipo de cine, más allá de los estrechos márgenes que imponía a los exhibidores el poderoso mercado multinacional con porcentajes ostensiblemente desorbitados.

A partir de aquella loable experiencia, el Monopol abriría una nueva ventana a los cineastas contemporáneos con la presentación de centenares de filmes teóricamente minoritarios pero que encontraron rápidamente su público natural entre una tipología muy amplia y heterogénea de espectadores interesados en la obra ingente de cineastas con pedigrí de independientes, como, entre otros, Takeshi Kitano, Danny Boyle, Asghar Farhadi, Maurice Pialat, Dani Levy, Isaki Lacuesta, Naomi Kawase, Abbas Kiarostami, Lars von Trier, André Techiné, Atom Egoyan, Lucrecia Martell, Alexander Payne, Marcelo Piñeyro, Michael Haneke, Lászlo Nemes, Jaime Rosales, Nanni Moretti, los hermanos Dardenne, Ken Loach, Krzystof Kieslowski o Thomas Winterberg, todos nombres propios con firma en el libro de visitas de aquel añorado santuario, creado gracias a la capacidad innovadora de este empresario excepcional al que tristemente acabamos de despedir.

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