Ver, oír y gritar

Gente de bien, gente de mal

El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo.

El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo. / EP

Marc Llorente

Un capítulo más de la serie y así sucesivamente para que la chispa de la vida no decaiga y el personal busque, compare y si encuentra algo mejor, lo compre. La prueba del algodón no engaña en el Senado, en el Congreso o delante de cualquier micrófono. El club de la risa funciona en todos los espacios donde algunos ponen los pies. Y a reír porque el esperpento diario no falla con este espejo cóncavo que emite imágenes carnavalescas y deformes. Un desfile de personajes con los trazos de la farsa grotesca y un discurso de máscaras. Las pasiones primitivas de ciertos héroes y de ciertas heroínas. Y el inconfundible y perdurable sentido trágico de la vida española.

Cada vez que Pedro Sánchez y Núñez Feijóo se ven en la Cámara Alta se desata una guerra sin cuartel, a ver quién atiza más y obtiene el triunfo. A estas alturas no sé si se han dado cuenta de que uno defiende políticas sociales y económicas progresistas en la medida de lo posible, aunque siempre puede caber algo más, y que otro es el portavoz de la «gente de bien», de quienes tienen mucho y siempre quieren más, o de aquellos que, aun teniendo poco, hacen reverencias a los poderosos que nunca les van a defender.

La mala gente, según la visión del líder gallego, uno de los serviles y moderados cómicos de Díaz Ayuso, debe referirse a esa «gentuza» que circula por derroteros distintos a los suyos y que aplaude la subida del salario mínimo interprofesional, el aumento de becas con la mayor partida de la historia, y tantas otras cosas que persiguen no dar la espalda a nadie. Por eso haga usted el favor. «Deje en paz a la gente de bien», señor Sánchez. Escuche a los que saben, como Feijóo y el resto de la prole, y no moleste tantísimo a los de arriba con sus impertinentes impuestos temporales a la banca, las energéticas y las grandes fortunas, debidamente aprobados. La «buena gente» reivindica un proyecto sugestivo de vida en común que consiste en intoxicar a la población y que se incline sin rechistar ante los dioses del conservadurismo más añejo.

«El salario mínimo lo suben las empresas», dice Feijóo. ¡Claro! Pero por obra y gracia de este Gobierno de coalición y de los sindicatos, no de la patronal en la última subida de hasta 1.080 euros mensuales con carácter retroactivo desde el 1 de enero. Lo que el PP llevó a cabo durante la etapa de M. Rajoy en este asunto fue que subió de los 640 a los 700 euros. Aun así, España sigue situándose por debajo de algunos países de la UE.

La «gente de bien» son los privilegiados que quieren manejar siempre a la «mala gente». La que hace recortes en la educación pública y la sanidad. La que no quiere subir las pensiones y promueve la precariedad laboral. La que diluye los servicios sociales y, por tanto, el estado de bienestar. La que hace un corte de mangas a la mayoría y solo piensa en subir a hombros a una minoría elitista en el nombre del Padre, del Hijo… También los numerosos corruptos, unos u otros, deben de ser buena gente.

Vean lo último de la operación Kitchen con la Fiscalía Anticorrupción presentando sus peticiones de condenas. El espionaje al extesorero Bárcenas, sufragado con dinero público y sin orden judicial, y en el que están inmersos el exministro del Interior Fernández Díaz, y otros individuos, como el excomisario Villarejo, de la época del Gobierno de Rajoy en la que saltó el caso Gürtel, uno de tantos. Recuérdese la cacería de Interior contra Podemos y los independentistas. «Todo por España» y para tapar vergüenzas y alimentar sucios intereses políticos. El legado de este hombre no pudo ser peor en cualquier aspecto. Tuvo que salir por la puerta de atrás, pero el partido de Feijóo y Ayuso se fue beneficiando. Así hasta ahora. ¡No! No han caído en el talego todos los que pudieron estar directamente implicados en las diferentes tramas.

Incluso hubo «gente mala» que se metamorfoseó y ha logrado la santidad. El ejemplo de san Joaquín Leguina, primer presidente de la Comunidad de Madrid entre 1983 y 1995, expulsado del PSOE, es obvio. Adora a Díaz Ayuso y cree que a Madrid, después de que perdiese él las elecciones, le ha ido «mucho mejor» con Ruiz Gallardón, Esperanza Aguirre, Ignacio González o la actual presidenta. Además de otras cuestiones, formó parte de grupos antifranquistas y fue concejal de Hacienda en el Ayuntamiento madrileño presidido por Tierno Galván, y un buen día cayó en brazos de la derecha extrema, mediática y política. Allá él.

¿Qué pensarán hoy aquellos votantes? ¿Qué opinaría de este señor, actualmente, el viejo profesor y alcalde de la movida madrileña, que, hiciera más o menos durante su mandato, intenta blanquear la corrupción, lo público como oportunidad de negocio y los despropósitos (de ayer y de hoy) acontecidos durante muchos años, y que es capaz de ponerle la alfombra a Ayuso, quien lanza golosinas a su kafkiana actitud? La culpa de su «decencia» es del pérfido Pedro Sánchez cuando se conmemora el 40 aniversario del Estatuto de Autonomía de la región.

La «agenda de barbaridades» del presidente del Gobierno es culpable directa de que el exdiputado del PCE don Ramón Tamames se vaya a presentar a la próxima moción de censura de Vox, una patética maniobra con el fin de chupar foco, y un progresivo viraje más hacia los oscuros terrenos de la «buena gente». Broma, golpe de efecto, fuegos artificiales… O el triste y tremendista «testamento político» de este otro salvapatrias y cid blanqueador de Abascal. Por cierto, el pasado mes de diciembre, el chaquetero y pesebrista Toni Cantó propuso a Leguina o Rosa Díez para encabezar una moción de censura contra Sánchez. Lo decíamos en el primer párrafo. Un desfile de personajes con los trazos de la farsa grotesca y un discurso de máscaras. La serie continúa. Feijóo se retrata permanentemente y no es ajeno al casposo espectáculo.

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