Observatorio

Paradojas etimológicas

Paradojas etimológicas

Paradojas etimológicas / Humberto Hernández

Humberto Hernández

Humberto Hernández

Suele ignorarse que uno de los principios generales de toda lengua natural es el de la arbitrariedad, según el cual no existe relación lógica o motivada entre una palabra y su significado, esto es, entre el significante y el significado; la palabra silla significa ‘asiento, con respaldo, para una persona y sin brazos’ porque así lo hemos convenido entre todos los hablantes y no porque haya nada en esa secuencia de sonidos que la predisponga a significar lo que significa. De haber algún tipo de relación, a un mismo significado le correspondería el mismo o similar significante en todas las lenguas; y esto, obviamente no es así (chair, stuhl, sedia), salvo la excepción que podríamos hacer con las palabras a las que sí se les podría atribuir cierto grado de motivación, como son las onomatopeyas: así, cocorico es la onomatopeya del canto del gallo en francés, y woof-woof , la del ladrido del perro en inglés, algo distinto del quiquiriquí y del guau, según lo hemos convenido los hablantes del español, por lo que, también, podríamos concluir que, en buena medida, las onomatopeyas presentan un cierto grado de arbitrariedad. Gracias a este principio la lengua se les presenta a los hablantes como un sistema de signos inmutable sincrónicamente.

Sin embargo, a pesar de este principio irrefutable, los hablantes nos obstinamos en buscar esa relación ―inexistente― entre significante y significado, y, con frecuencia, la intentamos localizar en el origen de la palabra, tan incierto en un buen número de ocasiones. Se cree, equivocadamente, que el origen, es decir, el étimo, nos revelará el significado verdadero de una palabra (otro de los falsos tópicos); de modo que, si la usamos de acuerdo con su sentido etimológico, lo haremos correctamente, pero nos alejaríamos de la deseada corrección si su sentido está distanciado del étimo. Desde esta perspectiva, usar la voz nimio, por ejemplo, con el significado de ‘insignificante’ sería incorrecto, porque etimológicamente significa ‘abundante’. Mucho más lejos de su significado originario estarían otras muchas palabras, como paraninfo (‘salón de actos de una universidad’) y músculo (‘órgano compuesto de fibras contráctiles’), cuyos étimos, paranimphus y musculus, significan ‘padrino de bodas’ y ‘ratoncito’, respectivamente.

Quien se aferra al origen de la palabra como único criterio de corrección suele incurrir en flagrantes errores, pues tendería a atribuir a muchas de ellas falsas etimologías: rechazaría, por ejemplo, «familia monoparental», porque pensaría que el significado primigenio (el etimológico) de parens es ‘padre’, y no ‘pariente’: no admitiría que tal unidad familiar así denominada estuviese constituida por la madre y sus hijos. Ya hay, por ello, quien utiliza el disparatado sintagma de «familia monomarental».

Centrándonos en el ámbito del dialecto canario, hemos de confirmar que existe esta misma preocupación etimológica acerca de muchos canarismos, pues no son pocas las consultas que nos llegan a la Academia Canaria de la Lengua preguntando por el origen de tal o cual palabra; consultas que no son siempre fáciles de resolver, tan complicados son, a veces, los vericuetos por donde discurren las palabras a lo largo de su existencia. Por esa razón, y conscientes de que en muchas ocasiones estamos trabajando con hipótesis, en la Academia Canaria se suele responder a estas cuestiones con un adverbio de duda y un verbo en subjuntivo («Quizás proceda de…»; «Acaso su origen sea…») y pocas veces se hacen en tono dogmático, dando por sentado lo que difícilmente, por obvias razones, puede demostrarse con una certeza total. Así, por ejemplo, si bien es verdad que está meridianamente claro que los canarismos chercha (espacio que en un cementerio se entierra a los no católicos), queque (un tipo de dulce que se elabora con una masa de harina, azúcar y huevos) y naife (cuchillo o navaja grande) proceden de las voces inglesas church, cake y knife, sería algo aventurado dar una respuesta definitiva sobre la etimología de guagua, por ejemplo (quizás del inglés waggon que se cruza con la voz quechua guagua [niño de pecho]), o de cambullón (¿de come buy on o del portugués cambulhao?). ¿Procede fotingo de foot it and go y cachanchán de catch as you can, como suele afirmarse con rotundidad? Son posibilidades que habría que considerar con muchas cautelas y valorar, en todo caso, como meras curiosidades lingüísticas, sabiendo, además, que su solución definitiva tampoco nos aseguraría su mejor uso.

Recientemente circula por las redes sociales un vídeo (TikTok), que casi se ha convertido en viral, en el que, según opinión de un estudioso, se asegura que la palabra guanche no es de origen prehispánico; es decir, guanche no es un guanchismo, sino un galicismo, pues su étimo está en el francés antiguo guenchir, que significa ‘balancearse’, y se explica su origen por el hecho de que los normandos que llegaron a las Islas observaron en los aborígenes una extraordinaria habilidad para esquivar las piedras que se les lanzaban. Explicación que rebaten otros especialistas que con argumentos históricos y filológicos defienden la hipótesis de su origen bereber, de la supuesta combinación indígena wan-n-Chinec ‘hijo de Tenerife’, según la interpretación de D. J. Wölfel. De este sentido, considerado tradicionalmente primigenio, derivaría, por extensión semántica, el valor de guanche como «Individuo del pueblo que habitaba las Islas Canarias al tiempo de la conquista». Los franceses, por otra parte, no conocieron a los guanches, y desde las primeras crónicas de mediados del siglo XV y, por supuesto, en toda la documentación castellana posterior aparece siempre esta denominación como la propia de los habitantes de Tenerife.

También puede resultar sorprendente que el mismo estudioso afirme que el adjetivo nublo en el topónimo Roque Nublo no se corresponda con el español nublado, que es el étimo que cualquiera le asignaría a primera vista y sin mayores indagaciones etimológicas, sino que el «aparente» adjetivo castellano es resultado de la adaptación, por etimología popular, de la voz guanche nuro o de sus variantes nugro o nubro. De modo que ahora resulta que guanche no sería un guanchismo, pero nublo sí que ostentaría el histórico honor de su procedencia prehispánica: paradójicas, cuando menos, parecerían estas disquisiciones etimológicas, como sorprendente lo es, al menos para mí, el origen que el diccionario académico atribuye al sustantivo haiga. Define la Real Academia este sustantivo como «Automóvil muy grande y ostentoso, normalmente de origen norteamericano», y nos dice sobre su origen que procede de la frase ―cito― «De [el más grande que] haiga, forma incorrecta de la 3.ª pers. de sing. del pres. de subj. de haber, frase atribuida a los dueños de estos coches, a los que se consideraba personas adineradas y poco cultivadas». Y no me imagino yo a estos nuevos ricos, «toscos e ignorantes» (como también los caracteriza María Moliner en su Diccionario de uso, s.v. haiga), diciendo haiga en lugar de haya, a las puertas de los concesionarios de automóviles, conjugando, todos ellos en largas colas, con irreverente regularidad el verbo haber («Quiero el más grande que haiga», «Pues yo me voy a comprar el más caro que haiga»), sin tener conciencia de que no era tan grande su error, pues haiga era en realidad la forma que le hubiera correspondido a este presente de subjuntivo, como caiga lo es de caer y traiga de traer.

Como no me considero nada dogmático en estas cuestiones, solo puedo decir, desde la perspectiva filológica, que entiendo los diferentes puntos de vista, siempre considerándolos como hipótesis; sin embargo, sí confieso que no me acaba de convencer la etimología de haiga, ni el origen francés de guanche ni la procedencia guanche de nublo, pero doctores tiene la disciplina de la etimología, aunque solo sea para que nos dediquemos a debatir sobre cuestiones como las que acabamos de comentar, y hasta podamos llegar a conclusiones peregrinas, pues, aunque no podamos afirmar que todo vale, sí parece que vale casi todo.

Recomiendo a los dogmáticos defensores de la doctrina etimologista la lectura del artículo ¡Esto es una California!, de Jorge Wagensberg, publicado en El País el día 11 de marzo de 2006.

Excelente ejemplo que también ilustra la falacia etimológica.

Suscríbete para seguir leyendo