A modo de fábula: urgencias. módulo 1

Hospital Insular Materno Infantil de Las Palmas de Gran Canaria.

Hospital Insular Materno Infantil de Las Palmas de Gran Canaria. / LP/DLP

Alfons Bonafont Estelles

El pasado viernes 3 de marzo, entré en Urgencias del Hospital Insular de Gran Canaria en el Módulo 1, envuelto por una espesa nebulosa diabólica de dolor insoportable.

En la puerta me recibieron las guardianas, preguntaron qué me pasaba. Traté de explicarles que una nube de dolor horrible me traía allí pensando en morir. Deliraba.

Hablé, entre punzadas de dolor, como pude de los síntomas. En realidad, ellas no atendían tanto a mis palabras inconexas y sin sentido, como al resto de información no verbal que yo desprendía.

Casi no pude escuchar ni entender lo que hablaban, ni sus preguntas, sí recuerdo que en un momento dado, se miraron serias, asintieron a la vez y una de ellas dijo:

«¡Adentro!».

En medio de aquella densa nube roja diabólica, ya a caballo sobre una camilla demasiado lenta para mi horror, pesada, como de mármol. Pasé por varios pasillos de agonía hasta que llegué a una gran sala.

Allí enseguida aparecieron 3 Arcángeles. Hablando bajito me preguntaron de nuevo qué me pasaba. No hacía falta. Ya lo sabían. Las guardianas ya les habían informado. Solo me estudiaban y me mantenían distraído, mientras tres hormigas trabajadoras me rodeaban y obraban el milagro. De repente todo el dolor comenzó a desvanecerse poco a poco. Haciendo desaparecer a la asesina nube roja reconvertida ahora en una hermosa y plácida luz blanca.

Cuando la medicación me permitió empezar a ver más claramente, observé que estaba en una curiosa sala enorme de unos 400 metros cuadrados y que mi camilla estaba junto a una especie de pecera blanca.

Era como una moderna oficina blanca con paredes de cristal transparente, llena de pantallas y ordenadores. Alrededor de ella, había unas 30 camillas ordenadas en largas filas dobles y separadas entre sí escasos centímetros. En el centro de la sala había un pasillo que es por donde iban y venían las camillas sin parar. Me llamó la atención que para tanta gente, solamente hubiera un cuarto baño.

Desde pecera, se alcanzaba a ver a la mayoría de enfermos. Allí dentro había un grupo de unas 8 hormigas trabajadoras. Sentadas frente a sus ordenadores, trabajaban frenéticamente, mientras al mismo tiempo controlaban la sala visualmente.

Pecera, deduje entonces, es el cerebro. Son las hormigas trabajadoras que estudian los casos, diagnostican y toman las decisiones que los otros grupos de hormigas trabajadoras de la sala, acatan diligentemente sin rechistar. No son afectivas, y solo hablan entre sí, bajito, para compartir sus diagnósticos y opiniones.

Las demás hormigas trabajadoras que están afuera, en la sala, son unas 30 más, que caminan rápido y con paso corto entre todas las camillas. Hablan bajito y son afectuosas.

Estas hormigas cumplen diferentes funciones:

Están las que reparten la medicación y ejecutan de manera impecable los procedimientos específicos ordenados por pecera.

Ellas son como los percusionistas: que saben perfectamente la técnica de la marimba, los timbales, el vibráfono, el bombo, los platos, las pailas, el triángulo, etc.

Estas hormigas saben tañer sus delicados instrumentos de precisión milimétrica, que también producen sonidos de diferentes intensidades y alturas. Hablan muy bajito y son muy empáticas.

El siguiente grupo lo forman las hormigas trabajadoras que hablan un poco más fuerte. Están autorizadas a ello. Su cometido es el aseo personal y el baño del enfermo. Utilizan el humor y el cariño para dar apoyo al paciente en el cometido más invasivo al pudor humano. Utilizan unos eficaces biombos plegables que dan intimidad al paciente. Al acabar la tarea, pliegan el biombo, embalsaman al paciente y marchan a otra camilla. Por eso solo hay un cuarto de baño. No hacen falta más.

Por último también están las hormigas trabajadoras que limpian. Se deslizan sigiosamente entre las camillas, cumplen eficazmente su cometido y no hablan.

Pronto comprendí que el movimiento de las camillas está coordinado como un ballet clásico y que se mueven milimétricamente en función del momento del proceso de cada paciente.

Al principio, los pacientes más delicados, son situados junto a pecera. Desde allí son observados continuamente. Conforme la gravedad va remitiendo, las camillas se van alejando poco a poco a lugares más distantes, dejando hueco para las nuevas urgencias que van llegando.

Es un baile lento, controlado, inteligente y sofisticado. Por eso están todas las camillas tan juntas. Si las hormigas tuvieran que recorrer largos pasillos y esperar por ascensores, la atención médica y los cuidados que urgen a los enfermos llegarían demasiado tarde.

Finalmente, cuando mejoras y tu camilla ha ido alejándose poco a poco de pecera, (yo estuve en 6 lugares diferentes), y ya estás junto a la puerta de salida en el extremo opuesto de la sala. Pecera reflexiona un instante y ordena:

Fuera. Otro.

Moraleja:

Para todos los demás animales de esta jungla, a ver si nos dejamos de hacer tanto ruido y de tantas gilipolleces y aprendemos de una vez que el dinero que hay, es para gastarlo en este tipo de ejércitos y no en otros.

Dejemos que estas hormigas trabajadoras, puedan seguir haciendo su trabajo rápido, a pasos cortos, y…hablando bajito.

Mi eterno agradecimiento al personal de trabajadores y trabajadoras sanitarios del Módulo 1 de Urgencias del Hospital Insular de Gran Canaria, que desempeñan impecablemente sus diferentes funciones y me devolvieron la salud. El bien más preciado.