OPINIÓN

La homofobia prospera en África

José Naranjo

Salvo raras excepciones, África ha sido tierra hostil para gays y lesbianas. Leyes muy represivas, heredadas de la época colonial, consideran un delito que personas del mismo sexo tengan relaciones sexuales en al menos una treintena de los 54 países africanos. Los castigos van desde los dos hasta los diez años de cárcel e incluso, en un puñado de naciones, está estipulada la pena capital aunque lo cierto es que esta última casi nunca se aplica. Sin embargo, en los últimos años asistimos a un crecimiento exponencial de la homofobia que se traduce en un endurecimiento de las condenas y los tipos penales, como ha ocurrido recientemente en Uganda y se estudia hacer en Kenia, con un amplio respaldo de las sociedades de esos países.

«Lo que hay que hacer con un gay es lapidarlo y luego arrojar su cuerpo a los animales». Esta frase no me la dijo ningún líder ultra ni un sacerdote reaccionario ni el imam de ninguna mezquita. Fue Abdou, un profesor de instituto con el que me disponía a vivir mi primera fiesta del Cordero en Senegal, un joven que había cursado estudios universitarios, amable, educado, simpático. Fue una conversación privada, informal, mientras viajábamos en una guagua camino a su pueblo. En ese momento me dí cuenta de la enorme dimensión de la homofobia en buena parte de África. Fue un golpe de realidad brutal, una toma de conciencia por la vía rápida.

El primer elemento es el enorme peso de la religión en el continente africano. Puedes ser cristiano, musulmán, animista o budista, y casi siempre la convivencia entre todas estas creencias es sana y constructiva, pero ser ateo es algo incomprensible para la mayoría, casi una aberración. Los actos y las expresiones religiosas forman parte indisoluble de la vida cotidiana. Pero, en los últimos años, formas cada vez más conservadoras y radicales de interpretar la palabra sagrada, ya sea la Biblia o el Corán, se extienden poderosamente por África. Iglesias pentecostales o evangelistas que se erigen en defensores de la familia cargan contra la homosexualidad en Congo, Kenia o Uganda, mientras que el salafismo más rigorista invoca castigos corporales o incluso la muerte contra quienes cometan «actos contra natura».

A medida que en el Norte global se iban aprobando leyes a favor del matrimonio gay o del cambio de género, en África se ha ido imponiendo la narrativa de que «la homosexualidad es una desviación occidental que hay que combatir porque es ajena a nuestros valores y costumbres». Este discurso pasa por alto no solo la existencia de un robusto colectivo LGTBI en el continente, sino el hecho de que numerosas sociedades africanas tradicionales reconocían y respetaban a géneros diferentes más allá del masculino y femenino.

En Senegal, por ejemplo, existen numerosas referencias precoloniales a los goorjigen (expresión en wolof que literalmente significa hombre-mujer), personas a las que se reservaba un lugar preeminente en ceremonias. Hoy, dicha palabra no se usa para designar un tercer género, sino para referirse, con una fuerte carga negativa, a los homosexuales.

No todo el panorama es tan desolador. Sudáfrica, por ejemplo, reconoce el matrimonio entre personas del mismo sexo y un puñado de países ha despenalizado la homosexualidad. Pero un vistazo a la foto global deja poco lugar a dudas: el auge del populismo como instrumento político para conquistar el poder es otro paso atrás; muchos líderes emergentes, sabedores del sentir popular trabajado durante años por las opciones religiosas más radicales, se echan en brazos del discurso antigay tanto por convicción como por rentabilidad electoral.

Es difícil trasladar el infierno que viven gays, lesbianas y personas trans en muchos países africanos. En cuanto se exponen apenas un poco, su vida se puede convertir en un carrusel de persecución y odio, que con las redes sociales se ha visto exacerbado. Algunos, incluso, han sido asesinados por su activismo, crímenes tolerados por una parte de la sociedad que muestran la peor cara de una África atravesada por una profunda homofobia.

Suscríbete para seguir leyendo