Papel vegetal

La resistible ascensión de los ultras alemanes

La presidenta del partido ultra Alternativa para Alemania (AfD), durante un mitin en Berlín.

La presidenta del partido ultra Alternativa para Alemania (AfD), durante un mitin en Berlín. / Reuters

Joaquín Rábago

Joaquín Rábago

Parecen asombrarse sólo ahora los políticos y medios de comunicación alemanes por el ascenso del partido de extrema derecha conocido como Alternativa para Alemania.

Mientras el heterogéneo Gobierno de socialdemócratas, verdes y liberales que encabeza Olaf Scholz parece cada vez enzarzarse en disputas internas.

El partido que dirigen actualmente la economista y empresaria Alice Weidel y el político y ex pintor de edificios Tino Chrupalla no deja de subir en las encuestas y en algunos «laender», sobre todo los del Este –la antigua Alemania comunista– se le atribuyen hasta más de un 30 por ciento de intención de voto.

Un partido que comenzó con un programa sobre todo económico de corte nacionalista y ciertamente eurófobo, dirigido por profesores de Economía y que ahora lideran demagogos que tienen como modelo la Hungría de Victor Orbán o la Polonia de Jaroslaw Kaczynski.

Proceso típico de cualquier partido populista, Alternativa para Alemania (AfD) ha sabido explotar hábilmente, una tras otra, las últimas crisis: la de la pandemia, la de la guerra de Ucrania y sobre todo la ya vieja «crisis de los refugiados».

AfD fue el primer partido que clamó contra las medidas draconianas adoptadas por el Gobierno de Berlín, a imitación de otros europeos, contra la pandemia del coronavirus.

Fue también el que con más energía denunció la decisión de castigar al Gobierno de Vladimir Putin con la suspensión de las importaciones del gas ruso barato por su invasión de la vecina Ucrania.

El único que no ha dejado de protestar contra el continuo rearme de Ucrania, reclama la reanudación de los suministros del gas ruso para luchar contra la inflación al tiempo que abomina del programa de transición energética de los Verdes.

Y el que más se ha caracterizado por denunciar la inmigración como causante de todos los males de la sociedad y la economía alemanas y que llega incluso a hablar de un supuesto plan de los que califica de «globalistas» para acabar con la civilización cristiana en Europa.

Pero si Alternativa para Alemania ha sabido aprovechar demagógicamente todas las crisis es sólo porque los partidos llamémoslos «tradicionales», entre los que están también los Verdes, no han sabido hasta ahora dar respuesta a los problemas de millones de ciuda-danos.

Problemas como un reparto cada vez más desigual de la riqueza, la creciente carestía de la vida, el empobrecimiento de muchos hogares, el recorte de las ayudas sociales, porque el Estado, se argumenta, tiene que ahorrar, lo cual no impide que el Gobierno haya aumentado como nunca hasta ahora el presupuesto militar con el pretexto de la «amenaza rusa».

Los sociólogos que han investigado el auge de la extrema derecha consideran que si bien algunos de sus votantes pueden sentirse atraídos por la ideología extrema de algunos de sus líderes, otros son gente que simplemente se siente cada vez más insegura y es por ello vulnerable a sus cantos de sirena.

Vulnerable, esto es, a la falsa propaganda según la cual, por ejemplo, los inmigrantes sólo se benefician de los servicios sociales, no quieren trabajar ni tienen ganas de integrarse y se dedican a tener más hijos para vivir gracias a las ayudas familiares a costa del Estado.

La ascensión de Alternativa para Alemania, como la de otros partidos ultras, es ciertamente resistible, pero no a base de olvidarse de la economía y los problemas sociales para centrarse en batallas culturales e identitarias como quiere la extrema derecha.

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