Reflexión

Canarias, tierra de música

Concierto de Mora en la Plaza de la Música

Concierto de Mora en la Plaza de la Música / Juan Carlos Castro

Emilio Vicente Matéu

Emilio Vicente Matéu

Cada 22 de noviembre santa Cecilia nos sintoniza con la música; por eso, aprovecho para homenajear a Canarias, tierra de música, reflexionando sobre nuestro momento actual sin pretender un tratado exhaustivo; sólo una reflexión sobre la música popular en nuestro entorno provincial más inmediato, porque ampliarla a todo el archipiélago y a la totalidad de músicas e intérpretes desbordaría nuestro propósito.

En mi primera inmersión en la cultura canaria, recibí un gran impacto al conocer y comprender la riqueza musical de nuestra tierra, como realidad viva, con carácter propio y un equilibrio artístico capaz de dar respuesta a las demandas de los más exigentes como de la sociedad en general. Desde entonces, y en mi condición de músico, siempre he considerado que la musicalidad de nuestras islas sea una de las más ricas de España.

Siguiendo a Lothar Siemens en sus estudios, sabemos que enraíza en los pobladores aborígenes y que luego se hace receptiva abriéndose a los sones foráneos para reelaborarlos aportando el acento propio. También sabemos que, en tiempos de la conquista y colonización de las islas, se expandió por las cortes europeas el denominado Baile del Canario, que consistía en una danza practicada por los aborígenes del que sólo quedan vagas referencias. Según algunos investigadores, determinados bailes actuales como el tajaraste, el tango herreño o, principalmente, el sirinoque, mantienen relación directa con El Canario.   Como ejemplo de esta danza, escuchamos en la Fantasía para un gentilhombre, de Joaquín Rodrigo, el cuarto movimiento que titula Canario, con un tema musical que Gaspar Sanz recogió en el siglo XVII en su obra Instrucción de música sobre la guitarra española (Zaragoza, 1674) según el estilo de unas danzas populares de las Islas Canarias. Rodrigo hace un homenaje a los orígenes de esta música imitando una llamada de pájaro al final del movimiento.

Remontándonos a la historia, comprobamos cómo desde el s. XVI, pocos años después de la conquista de estas tierras, sonaban diversos cantos y danzas, tanto rituales como festivos, y canciones funerarias como los ranchos de ánimas con un estilo a modo de lamento, o los aires de lima, de incierta procedencia pero muy presentes en las vivencias cotidianas de la vida rural. Sabemos que, hasta la entrada del siglo XX, en la discreción del barranco de Guayadeque pervivió la ancestral danza del pámpano roto, desarrollada al son de un tambor en torno a la actividad sexual más atrevida y sorprendente de aquellos canarios. También dignas de mención son las composiciones poéticas que se remontan a los siglos XV y XVI conocidas como endechas de canarias, llegadas de fuera, quizás de origen judío, que pronto las hizo suyas nuestro pueblo y con ese mismo nombre quedaron incluidas en los cancioneros de la época; resultó tan rápida su asimilación por la población autóctona, que incluso antes de generalizarse el uso del castellano llegaron a cantarlas en la lengua aborigen.

Refiriéndonos a los bailes y cantos canarios tradicionales, son un ejemplo claro de la facilidad para hacer nuestra la música llegada de otros lugares, como ocurre, además de los antes referidos, con las isas, las malagueñas, las seguiriyas o las folías que, aun viniendo de fuera, las hemos considerado tan nuestras como para convertirlas en signos de identidad cultural canaria.

También merece una atención especial nuestro instrumento más característico, el timple, llamado por algunos camellillo por la aparente joroba de su reverso, cuyo timbre hoy resulta inseparable de nuestra alma. Probablemente nos llegara con el llamado tiple, instrumento de cuerda pulsada con su misma estructura técnica e idéntica afinación musical cuyo origen estuviera en Colombia y en la zona andina de Venezuela, donde con casi seguridad surgió sobre la base de la vihuela, aportada por los españoles en la etapa colonial. Y cómo no recordar aquí el virtuosismo de intérpretes como Totoyo Millares, Domingo Rodríguez El Colorao, Benito Cabrera, Germán López o José Antonio Ramos, además de las nuevas generaciones de tan contrastada calidad.

Dentro de la complejidad artística del s. XX, los movimientos nacionalistas que surgen a final del XIX alcanzan hondo cumplimiento en la música dando pie al nacimiento de un estilo que intenta enraizar en la propia identidad y pone en valor las realidades culturales de cada lugar. Esto se manifiesta con gran fuerza en toda Europa, también en España, componiéndose obras de gran calidad. En este contexto emerge con fuerza renovada la tonadilla y por razones que no son ajenas a la situación política del momento, se produce un gran impulso de la canción española, que algunos llaman canción andaluza, con músicos y letristas extraordinarios; y paralelamente en el tiempo, también en Canarias asistimos al auge de un estilo de canción canaria de carácter costumbrista y un sentido musical repleto de originalidad.

Pues bien. Centrándonos ahora en esta canción popular y más particularmente en nuestra provincia de Las Palmas, celebramos la gran riqueza heredada y que con tanta actualidad continúa entre nosotros. Las obras de Néstor Álamo, José Mª Millares, Pancho Guerra o Andrés Viera, son una herencia que permanece incrustada en la sensibilidad de todas las generaciones; y sus creaciones han cobrado vida en el bien hacer de María Angustias Moreno desde la Sección Femenina, en la emoción tan intensa que transmite Mary Sánchez, en la exquisita sensibilidad de María Mérida (herreña, pero hija adoptiva de Teror). No puedo olvidar esa Sombra del Nublo interpretada por Alfredo Kraus y Los Sabandeños.

Punto y aparte entre los intérpretes y creadores, merece ser recordada la aportación de tantas agrupaciones cantoras o parrandas que, en lo que a mí respecta, constituyó la gran sorpresa en aquel primer encuentro con la cultura canaria. Los Gofiones, Mestisay, Taburiente, Los Arrieros, Parranda Cuasquias, etc, sin contar la infinidad de agrupaciones nacidas en el entorno de los movimientos parroquiales, asociaciones de vecinos, grupos escolares o, simplemente, cuando se reunía un grupo de amigos para echar un pizco o ir de romería, donde no faltaba la guitarra, el timple, o el acordeón al arrancar nuestros sones más conocidos u otros que gustosamente adoptamos como nuestros llegados de México, Cuba, o de cualquier rincón de Hispanoamérica. Con solo entrar en los archivos de RTVE para analizar las grabaciones del programa Tenderete encontraremos el alma musical de nuestro pueblo con una prolija relación de nombres y temas.

Pero como los asuntos humanos no sean eternos, es oportuno plantear una reflexión en base a lo dicho; porque si hacemos un seguimiento a los grupos musicales que hoy día nos deleitan con sus rondallas vamos a percatarnos inmediatamente de la gran diferencia en la edad de sus componentes, comparados con las agrupaciones que conocimos hace cincuenta años. Y los grupos emblemáticos que continúan entre nosotros, aun sin perder un ápice de su calidad y pese a cuidar el relevo generacional, vemos cómo ostentan una veteranía muy superior a la de años atrás. Entiendo que hoy existen otras formas de diversión musical que atraen a la gente nueva y aun a la menos nueva, pero ello no sería incompatible con mantener viva la tradición musical, cuando además la encontramos tan artística, tan asequible, tan divertida, tan nuestra.

Posiblemente nunca como ahora haya existido una formación musical más generalizada. Los conservatorios, las academias, las escuelas de música y las enseñanzas de régimen general han creado una cultura extensa que llega a todos los sectores sociales. Pero, aun así, algo me dice que las nuevas generaciones cuando van de farra no se sienten tan llamadas a participar en coros, rondallas, parrandas, y mucho menos a encontrar cauces de creación musical compatibilizando nuestra tradición con la sensibilidad de hoy, como sí han pretendido Braulio o José Vélez en alguno de sus conocidos temas.

Creo que en la estructura de gobierno de todas las administraciones existe una consejería, dirección general, concejalía o negociado que se ocupa de la cultura musical. Entre sus objetivos principales sería bueno plantear cómo mimar, divulgar, crear, interpretar la música de nuestra tierra, que es lo mismo que velar por lo más genuino de la cultura canaria que transmite sus sentimientos profundos en cada nota, en cada palabra y en cada ritmo. El alma canaria es demasiado musical como para que pueda olvidarse con el paso de los años.

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