Reseteando

Dejar de fumar en tiempos agónicos

Javier Durán

Javier Durán

No voy a explicar en esta columna la agonía que recorre este tiempo que vivimos: muere segundo a segundo el sentido de la justicia humana. Sólo hay que cagarse en Netanyahu mientras pasan por delante de nuestra vista acuosa su infernal holocausto sobre Palestina. Yo, gracias a una vena que se me inflamó, dejé de fumar. Me lo sugirió un médico amable, a no ser que prefiriese morir un día cualquiera antes de probar el café mañanero. Me vino a la cabeza el temita al ver que Sanidad ponía en circulación un segundo fármaco para apagar la enfermedad de la nicotina. ¿Pero se puede dejar de fumar en el mundo que nos ha tocado? Resulta fulminante: los laboratorios preparan las mejores píldoras para abandonar un vicio tan apestoso, pero el esfuerzo resulta algo infructuoso por las flamígeras circunstancias que nos atosigan. La liberación de una adicción tan insana llega a los 25 días, si bien falta por añadir: siempre que no pase nada. Deseo no desanimar a los que ya reclaman hora y cita para iniciar el tratamiento desintoxicador, pero seguro que ocurrirá algo que nos llenará de temblores y de una ansiedad tan brutal y dañina como el propio cigarrillo. Una alternativa para el bienestar de los individuos adictos sería, por ejemplo, vender la píldora milagrosa con un aislamiento reparador: rescatar a esta pobre gente de un espacio hostil e incrustarlos en uno amigable. Pero el sistema es marcial e implacable. Ni al laboratorio del medicamento ni a los contables del Ministerio les interesa saber cómo está el cerebro del fumador, ni tampoco está dispuesto a abonar una estancia en un sanatorio al estilo del Wald de Davos, el lugar del joven Castorp en La montaña mágica. Tampoco en los Alpes suizos escapaban de la acuciante realidad: una I Guerra Mundial atronadora. Hace décadas, como he dicho, abandoné el consumo sin descanso de tabaco, hasta he ejercido un poco de talibán contra los fumadores. Pero ahora trato de comprenderlos y ponerme en su lugar. Han pasado y pasan tantas cosas que poner todo en manos de una píldora es bastante simplificador.

Suscríbete para seguir leyendo