Tropezones

Proa al marisco

Lamberto Wägner

Lamberto Wägner

Los economistas tienen cierta fama de cargar las tintas en sus pronósticos adversos. Según el chiste clásico «los economistas han acertado en la predicción de nueve de las últimas cinco recesiones».

Pero vista la situación actual en el país, me da que se lo van a pasar en grande, y sin tener que exagerar un pelo en sus pronósticos.

Ya hemos visto en reseñas anteriores cómo el esfuerzo fiscal es ya de los primeros de Europa, por mucho que nos quieran distraer con la presión fiscal, engañosamente más llevadera. Y los nubarrones que ya se asoman en lontananza son para echarse a temblar. Veamos algunas cifras: la deuda pública de España, disparada en los últimos años ronda ya 1 billón 578 mil millones, lo que representa el 110 % del Producto Interior Bruto. Pero lo grave es que la deuda privada, o sea la de particulares y empresas, representa nada menos que el 141% del P.I.B., una ratio jamás alcanzada en la historia de España.

En los Presupuestos Generales del Estado el pago de la deuda representa ya el 6,9 % del total, casi tanto como toda la partida de sanidad. La alegría actual en un dispendio sin freno y sin la menor voluntad de recortar gastos nos recuerda la premonitoria advertencia del rey Luis XV: «Después de mí el diluvio». Y vaya si diuviaron cabezas e la guillotina de la Bastilla.

Pronto las casandras economistas del país podrán marcarse varios plenos.

En vista de lo anterior, le pregunté a J.G., un familiar economista, qué podía hacer el gobierno. Me aconsejó que no le diera ideas, pero que como el tesoro no podía imprimir dinero, lo único que le quedaba al Ministerio de Economía y Hacienda era la represión financiera, tomando el control de la economía, flujos de capitales y tipos de interés y financiándose emitiendo bonos del estado.

Para hacer los bonos del Estado más atractivos que por ejemplo el mercado inmobiliario, lo más efectivo sería primero regular las casas vacacionales, con la explicación que estos alojamientos turísticos distorsionan el alquiler tradicional. Después, amparándose en estas medidas sería oportuno extender el órdago y regular todos los precios de los alquileres.

Para que el interés de los bonos merezca la pena será necesario hacer menos apetecible la inversión en bolsa. Lo cual es perfectamente factible si los dividendos de las empresas se ven comprometidos, por ejemplo incrementando los impuestos a las grandes compañías, preferentemente del Ibex 35. Tampoco estaría mal ejercer un control férreo no sólo sobre el movimiento de capitales sino legislar asimismo para dificultar una previsible reacción de las empresas afectadas intentando cambiar sus sedes a naciones más comprensivas con el derecho a la libre competencia. Y por supuesto cuidando de mantener alta la inflación, aunque visto lo visto tampoco parece que haya de adoptarse ninguna medida adicional en este sentido.

Mira querido J.G., no me parece que corramos peligro de darle ideas al gobierno. Creo que ya tiene bastante clara su hoja de ruta.

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