Risas y fiestas

Engordar tranquilas

Engordar tranquilas

Engordar tranquilas

Aida González Rossi

Aida González Rossi

Hace poco leí Las devoradoras, de Lara Williams (publicado en España por Blackie Books en 2021) y me sentí muy rara en el buen sentido. En el libro, un grupo de mujeres hartas de los mandatos del patriarcado forma un club gastronómico con el que se plantean dos objetivos: el primero, disfrutar de la comida y del acto de comer juntas y del placer de que algo rico se encuentre con el cuerpo y lo erice. El segundo, engordar.

Engordar, algo tan simple. Buscar, poniendo una gran voluntad en ello, que el cuerpo se ensanche y ocupe más espacio para desafiar esa voz omnipresente que pone la alarma sobre una chicha «fuera de su sitio». Reclamar que lo que existe siempre está en su sitio, que somos cambiantes y es injusto que nos asuste que nuestro amor por la comida se vea reflejado en nuestra carne. Esto se cuenta así en una escena reveladora en la que la protagonista conoce a una mujer gorda que se dedica a la cocina y la admira por no temer que ambas ideas puedan relacionarse enseguida en la mente de cualquiera: ella excediendo algo permanentemente marcado en una línea gruesa sobre su contorno; ella pasándoselo bien entre alimentos.

Es difícil esto, me hizo sentir rara en el buen sentido, llevo años deconstruyendo mi gordofobia internalizada, aprendiendo a habitar el mundo, como mujer gorda que soy, sin vergüenza y disfrutando de un cuerpo que me han negado desde que tengo recuerdo, de un cuerpo que ha recibido un odio que funciona exactamente como el rotulador que va marcando esa línea de la que hablaba, una línea sobre lo que en teoría deberías ser si estuvieras terminada. Si no estuvieras en transición permanente hacia un yo que, con esfuerzo, podrías extraer de ti. Mi lucha (y odio las metáforas de violencia, pero cuando hablas de peleas permanentes tienes que usarlas a veces, no son tuyas, no las piensas tú) ha sido la de entenderme ya en el lugar de llegada, ya yo misma al completo, ya un cuerpo que no debe preguntarse cómo sería sino debe saberse como es y disfrutarse completo.

Y de pronto me meto en Las devoradoras (tapa dura, consistente, una imagen de cubierta que pensé durante mucho tiempo que era una foto de unas papas locas) y me enfrenta al vacío que hay en eso. ¿Qué pasa con engordar, no es cambiante el cuerpo, no queremos acabar con la idea de que solo estamos sanas de una forma, de que debemos luchar (no son tus metáforas, no te pertenecen) contra esa autoimagen restrictiva que no representa la realidad? No estamos terminadas porque no somos las mismas en todas las etapas de la vida. Y parte de, por lo menos, mi camino (esta metáfora sí la escojo yo) antigordofóbico es aceptar que la idea de solidez de la carne nos encierra en una jaula parecida: ya no miedo a estar gorda, pero sí miedo, siempre miedo siempre miedo, a engordar.

Ha sido una semana curiosa. Se muere Itziar Castro, actriz gorda consciente de lo importante y difícil que es ser una actriz gorda, y Twitter se llena de mensajes gordofóbicos que se regodean de una muerte que, según ellos porque ellos en el nombre de la salud todo lo saben, vino propiciada por haber pasado demasiado tiempo «en transición». Con esto se le presenta un acoso final a la persona fallecida, que no se olvide ni muerta de que por su salud y solo por su bien la odiamos; con esto se aterra y alecciona a todas las personas gordas que se atreven a no bajar de peso y se felicita a todas las que pertenecen a la «parte buena», la del esfuerzo, la que sí sabe lo que hace, la que está, sí sí sí, terminada.

Después a Bea, una de las concursantes de Operación Triunfo 2023, le ponen el reto de cantar y bailar una canción «guarra». Bea es gorda, y Bea tiene que lidiar con la vergüenza de saber que todas esas bocas odiadoras van a estar comentando. Yo conozco esa sensación, es una inmovilidad que solo permite mirar el cuerpo de una misma desde los ojos de los otros, que le pone a la verdad esa careta: es un mecanismo de defensa, en realidad, no un juicio sobre la sensualidad propia. Bea llora, trabaja, y al final consigue hacer la mejor actuación de la gala, y queda favorita porque las gordas ansiamos representación y sabemos lo difícil que es representarse para las gordas que nos representan.

Me sentí rarísima leyendo Las devoradoras porque me di cuenta de que tantas cosas que aprendí son tan mentira, no es por nuestra salud, no es porque la vida vaya a ser mejor «cuando seamos flacas», somos distintas y cambiantes y el miedo no es nuestro. No nos pertenece. No nos lo inventamos.

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