Un carrusel vacío

El Manifiesto del Antideporte

El Manifiesto del Antideporte

El Manifiesto del Antideporte

Marina Casado

Hace años, leí en una biografía del poeta madrileño Pedro Salinas una carta de su autoría en la que confesaba a un amigo –creo que era Jorge Guillén– haber escrito un «Manifiesto del Antideporte». El hallazgo me emocionó y traté de investigar acerca de la existencia del documento, pero fue una búsqueda infructuosa. En el caso de que realmente hubiera llegado a escribirlo, nunca lo publicó. No obstante, conservo la esperanza de que algún día se descubra un cartapacio con inéditos del poeta y, entre ellos, el mencionado manifiesto.

En mi opinión, sería un documento revolucionario. Desde luego, lo sería en esta época, pero creo que también en la de Salinas. No olvidemos que la concepción del deporte como fenómeno social o espectáculo nació en los años veinte, igual que el cine. Esta moda llegó también al mundo de la intelectualidad. El mismísimo Rafael Alberti le dedicó una oda a Platko, un futbolista húngaro apodado «el Oso Rubio» que fue portero del Fútbol Club Barcelona. Y Luis Buñuel era conocido en la Residencia de Estudiantes como «el león de Calanda» por su afición y destreza en el boxeo, aunque, en general, practicaba todo tipo de deportes. Incluso llegó a escalar el muro de la Residencia para entrar a su dormitorio por la ventana.

Desde entonces, la valoración social del deporte no ha hecho sino aumentar. Siempre han existido las personas aficionadas a salir a correr, pero todo parece más solemne si los llamamos «runners» y consideramos esa afición casi como una forma de vida, una auténtica filosofía. Los gimnasios –los «gyms»– se han convertido en templos contemporáneos: allí va la gente a realizar sus «entrenos» –ese insoportable sinónimo de «entrenamiento» que se ha puesto tan de moda–. Ejercicios cardiovasculares, de fuerza; incluso pilates o yoga, para conectar con nuestra faceta más espiritual. Y si te gusta hacer rutas por la sierra de vez en cuando, queda más moderno afirmar que eres un fanático del «trekking». Los «influencers» de redes sociales muestran al mundo sus progresos deportivos, grabándose junto a sus entrenadores personales, y todos queremos ser como ellos y tener sus cuerpos perfectos, así que, si disponemos de suficiente dinero, contratamos también a nuestro propio entrenador personal y, si no, pues al «gym», a hacer «entrenos» con un abono mensual.

El deporte contribuye a mejorar nuestra salud y es muy beneficioso, en ese sentido. Respecto al empeño por «mantener la línea», desde un punto de vista meramente estético, no solo lo comprendo, sino que lo comparto. Por ambas razones me propuse como reto, hace unos meses, realizar una tabla de ejercicios durante una hora y media al menos cuatro días a la semana. Hasta ahora, lo he venido cumpliendo, pero me siento como Prometeo encadenado, asistiendo cada jornada, con resignación, a la llegada del buitre que le devorará el hígado. Y no comprendo que haya gente para la cual sea «el mejor momento del día» o repita eso de «desde que empecé a practicar ejercicio, lo he convertido en una necesidad, en una liberación de estrés».

A mí lo que me estresa es tener que practicarlo. Y sé que esta no es una opinión muy popular. Siempre hay quien me responde que mi problema es que no he elegido una actividad que me guste, y yo me defiendo: odio los deportes de equipo, salir a correr me parece la peor tortura que puedan aplicarme, la natación me aburre, cualquier tipo de danza me hace sentirme ridícula, etc. Lo único de lo que disfruto realmente es andar, pero para que eso quemara las suficientes calorías, tendría que realizar caminatas de varias horas, y no dispongo de tanto tiempo. ¿Tan difícil es concebir que pueda no gustarme ningún deporte?

El otro día, escribí un tuit al respecto y me sorprendió encontrar a mucha gente que piensa como yo. Personas que se sienten obligadas a practicar ejercicio, principalmente por cuestiones de salud, pero que no lo disfrutan. Un usuario me envió un enlace a un artículo muy interesante en el que se menciona la tesis de un tal Daniel E. Lieberman, paleontólogo de Harvard, que sostiene la idea de que el deporte es antinatural desde un punto de vista evolutivo. En el pasado, los seres humanos no tenían la necesidad de practicarlo –eran cazadores, recolectores...–, pero nuestro estilo de vida, cada vez más sedentario, nos empuja a ello para compensar la falta de actividad, porque, de otro modo, estaríamos abocados al sobrepeso y a las enfermedades derivadas de él. En resumen: la vida moderna nos ha convertido en esclavos del deporte, así que más nos vale mentalizarnos. Aunque, como Pedro Salinas, sigan existiendo algunos rebeldes.

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