Punto de vista

Milagro de carnaval

La coronación de Katia Gutiérrez Thime, Reina del Carnaval de Las Palmas de Gran Canaria 2024, en imágenes

La coronación de Katia Gutiérrez Thime, Reina del Carnaval de Las Palmas de Gran Canaria 2024, en imágenes / Andrés Cruz / JC Guerra

Luis Rodríguez Cruz

Tengo cerca de 80 años y no creo en los milagros. De vez en cuando me gusta disfrutar, en compañía de mi mujer, de algún espectáculo y me acerco a un concierto o a un festival. Por ejemplo, a ver a los Gofiones o a la gala de la Reina en Las Palmas. Ha sido aquí donde se han dado precisamente las circunstancias necesarias para que se produjera el milagro.

En los inicios de la pandemia de Covid tuve la suerte de resultar contagiado, y digo tuve la suerte porque solo me contagié y no me fui al otro mundo, ya que aunque entonces residía en Madrid, no vivía en una residencia.

Sin embargo, ese contagio me provocó un ictus que hizo que me quedara con brazo y pierna izquierdos paralizados. Hasta aquí bien, según decía la gente: «Qué suerte que sigues vivo y seguro que te recuperas».

Bueno, lo de recuperarte, si se puede llamar así, es que conseguí volver a andar con un par de muletas y un esfuerzo bastante mayúsculo a pesar de que la Sanidad intentaba impedírmelo a base de tardar en que yo hiciera rehabilitación. De todas maneras, se me reconoció una discapacidad del 55%.

Aprendí a vivir con el problema y vi que hay lugares en esta sociedad donde la gente se preocupa de los que andamos así. Hay aparcamientos para nosotros en la calle, aunque sean poco respetados. Hay grandes almacenes que tienen plazas reservadas en lugares cercanos al acceso, hay personas que te ofrecen su ayuda y, en fin, ves que sin lástimas hay gente que te echa una mano. De hecho, hasta en el Parlamento se ha realizado una tercera rectificación en la Constitución y Hacienda, también hace una ‘gracia’ con la declaración.

La verdad, después de tener como una actividad fundamental en mi vida el senderismo me he adaptado y considero que andar 500 metros es una machada, porque es que me cuesta un montón y me acaba doliendo todo.

Es por eso por lo que considero que lo sucedido el pasado viernes es un milagro (que conste que soy agnóstico), lo cual es de mucho mérito para quien lo produce.

Mi mujer consideró oportuno comprar unas entradas para la Gala de la Reina porque teníamos visita de una amiga y le quiso obsequiar con una de las mejores actividades de la Isla. Como se supone que es un acontecimiento a donde va a ir a parar mucha gente, unos días antes fuimos para ver qué posibilidades teníamos de ir en coche, y decidimos que lo mejor era aparcar en el centro y tomar un taxi: craso error. No había taxi. Continuamos con el coche: craso error, no se podía ni siquiera pasar a dejar a alguien, aunque fuera a una distancia prudencial, y menos si había que ir con muletas. Volvimos para atrás y nos encontramos con un atasco de mil demonios: 500 metros o así en media hora. Por fin, una vez aparcamos, tomamos una guagua (eso sí, gratuita). Que no se me olvide, también una señora en una silla de ruedas.

Aquí viene lo bueno, se inicia una excursión a El Sebadal, pasando al lado del recinto donde se celebra la gala y casi a punto de salirnos de la Isla nos preguntábamos todos que a dónde íbamos, siempre con muchos depósitos enormes a los lados (luego en la Gala algún actor dijo que no había que preocuparse de que pasara algo, que lo que tenían era cerveza y ron, menos mal).

El conductor tuvo un aguante enorme porque todo el mundo le decía que si íbamos a Tenerife, que parara, que en medio estaba el mar. Por fin, no sé si es que de verdad se había perdido o que estaba haciendo lo que le habían mandado, habló con varios policías y cuando la gente le decía ¡es ahí!, ¡es ahí! Siguió andando un buen rato y por fin ahí se paró. Al fondo se veía un recinto iluminado y en ese momento comenzó la primera parte del milagro, yo no sabía si echarme a rodar o comenzar a andar, y me decidí por esto último. Por el camino, la señora que iba en silla de ruedas y yo nos hicimos una foto para la posteridad.

Ya la Gala estaba en algo más de la mitad, concretamente en la participante número 8, es decir que se nos fastidió el espectáculo. El recinto, impresionantemente dispuesto entre los depósitos de ‘cerveza’.

Una vez terminada la proclamación de la Reina me fui al centro del escenario para ver si conseguía hablar con la alcaldesa, por si hubiera una explicación del maremágnum que habían montado en torno a la gala y cómo, habiendo vendido todas las entradas, había muchas personas que no habían podido llegar, aparte de los que llegamos tarde gracias a la perfecta organización de los accesos, de cómo habían previsto que las personas como yo pudieran acceder, etcétera.

Pues lo conseguí, y, le pregunté que si sabía el esfuerzo que había tenido que hacer para llegar allí en tres horas. Estaba con una sonrisa en la boca y me dijo que no me oía, se lo repetí y se le borró la sonrisa, porque claro está que yo iba de queja. Lo supongo, me dijo. Repliqué diciendo que cómo estaba tan mal organizado, que no se podía llegar y sobre todo las personas discapacitadas, y por fin, me dio la solución: los taxis podían llegar hasta la puerta, haber cogido un taxi. Le dije que no era cierto y me volvió a decir que no me oía y que se tenía que ir... y se fue.

Una vez más el milagro iba a consumarse, porque ahora hay que volver a casa y hay que salir del recinto. Acompañado de dos policías nacionales a los que pregunté como podíamos llegar al coche, me dijeron que no podía ir sino siguiendo el terreno vallado. Es decir, tuve que salir por toda la zona donde estaban los puestos y todo el follón hasta una calle cubierta por un servicio de seguridad que obligaba a la gente a desviarse para rodear unas calles hasta volver a esa misma calle . Menos mal que un agente del servicio de seguridad al verme dijo que podía ir por ese sitio para no tener que dar la vuelta.

El milagro se iba completando, yo seguía andando, aunque no me sujetaban las piernas, al fondo de la calle se empezaban a ver coches circulando, la salvación estaba cerca, y como en el desierto el sediento va tras un espejismo, yo seguía andando, buscando un posible taxi. Ninguna rehabilitación ha conseguido hacerme estar tanto tiempo en movimiento.

Continué andando y por fin llegué a una zona civilizada donde pasaban los coches y había una pareja de policías municipales que estaban vigilando que no se colase nadie para arriba.

Tras una media hora de espera apareció un taxi y fue como encontrar agua en el desierto. El taxista nos confirmó que no solo no podían llegar al recinto de la Gala, sino que no había manera de meterse en el pifostio que se había montado. Es decir, alguien había mentido a la alcaldesa o tal vez es que a ella si que la llevó un taxi, oficial, naturalmente.

Tengo que agradecer a la alcaldesa que su puesto como ministra de Sanidad le haya capacitado para planificar estos eventos con tan maravillosos resultados para las personas como yo, para que se rehabiliten asistiendo y disfruten con las dificultades que les harán mejorar. Es un milagro que no nos podemos perder.

Otra cosa de agradecer es la emoción que da ver explotar unos fuegos artificiales a escasos cien metros de unos depósitos de ‘cerveza’, qué idea más genial.

Parece ser que los bomberos han felicitado a los organizadores porque las vallas que rodeaban al recinto no les permitieron actuar en alguna asistencia, aunque no se si hubiera hecho falta que fueran si hubiera estallado algún depósito de ‘cerveza’.

Por favor, la próxima vez piensen un poco más en las personas, en TODAS, ya que es una actividad declarada de interés internacional y no se favorece con esa organización. El año pasado yo asistí a esta misma Gala en otra ubicación y no hubo ningún problema, o sea que, ¿si algo funciona para que lo «arreglas»?