Reseteando

¿Qué ocurrió en el comité de la pandemia?

José Luis Ábalos y Koldo García Izaguirre.

José Luis Ábalos y Koldo García Izaguirre. / EFE

Javier Durán

Javier Durán

Evacuaciones de ciudades enteras, confinamientos, toques de queda, sospechas de sabotaje bacteriológico, temor al vandalismo, caída en picado del sistema económico, impotencia del Estado, militarización, colapso sanitario... A estas y otras incertidumbres, algunas llegaron a convertirse en realidad, se enfrentaron los gobiernos en la pandemia. El efecto pánico hizo que las decisiones y debates de políticos y expertos al respecto alcanzasen de inmediato la categoría de secretas. Una democracia estrujada por los males pandémicos evolucionaría, por tanto, hacia la concentración de poder y a no dejar huellas para evitar filtraciones indeseadas. En lo que atañe al Archipiélago canario con el caso Koldo, el cerco al informe, resolución o cribado de las adquisiciones multimillonarias de los convoyes de mascarillas, con presuntas mordidas en investigación judicial, radica en la existencia de uno o varios comités. Nada se sabe de sus miembros, no se levantaron actas de sus reuniones, ni tampoco si en sus encuentros se habló o hubo alguna manifestación referente a las elevadas comisiones que podían estar en juego. Ello se podía deducir de los precios que se pagaban. Entiendo que el comité o los comités, apellidados de «emergencia», estaban compuestos por eminencias académicas o epidemiólogos extraordinarios incapaces de confundir el mercado negro con una lonja de pescado. Eso piensa uno. La perversión democrática del abuso del secretismo, del blindaje de la información, suele dar para sus ejecutantes resultados óptimos que sólo el trabajo de los historiadores desentrañará. En Canarias, sin embargo, no ha resultado así: el reconocimiento por parte de un viceconsejero de la etapa de Torres de la existencia de un comité o comités a la sombra en las compras de mascarillas fija, con filigranas, la fotografía del uso torticero del poder. El declarante desvía la atención hacia los comisionados. Ahora hace falta que estos salgan de sus confortables madrigueras y digan si estaban o no en el ajo, o están tan estupefactos como la vulgar ciudadanía.

Suscríbete para seguir leyendo