Opinión | Aula sin muros

Paco Javier Pérez Montes de Oca

El lenguaje del fútbol

Hay unos latiguillos verbales utilizados, hasta la saciedad, en política: «Como no puede ser de otra manera», «trabajar por la igualdad y la justicia», un desiderátum y una utopía, o «poner en valor» que demuestran poca originalidad e imaginación muy lejos de la oratoria de políticos de otros tiempos que además leían más. Tener valores ha contagiado a directivos, entrenadores y técnicos del fútbol sin aclarar qué clase de valores que no sean los tópicos de siempre entre los que se encuentran los propios de cualquier organización humana, el coraje, la moral o la alusión a las partes bajas de las que sabe mucho el petulante, negociante y dimitido presidente de la Federación Española de Fútbol. Sentimiento es una palabra a la que apelan todos los equipos que aparece rotulada en pancartas y grandes sábanas en los graderíos de los estadios. Unión e identificación tribal con una bandera y colores, a veces una forma de reivindicarse diferente, para diferenciarse también de la tribu contraria. Apelación a lo emocional de palabra y gesto presente hoy en la mayoría de las actividades humanas. En los últimos tiempos se han incorporado a la narración deportiva unas expresiones debidas a un afamado periodista de las ondas que alcanzó altas cotas de audiencia, más allá de la media noche. «Ojo al dato», «hacemos un alto en el camino», hoy habitual en boca de la mayoría de los programas deportivos y de información general o las diatribas hacia cierto tipo de dirigentes a los que llamaba «abrazafarolas «correveidiles «, «mindundis» cuando no, directamente, corruptos. Expresión de desbordante alegría que supone el gol que provoca remolinos de cuerpos sobre el césped, besos de dedicación a alguien dentro o fuera de la grada o apuntar con el índice al cielo a un ser querido fallecido, moda que creo inauguró el jugador del Real Madrid Amavisca. Cabizbajo y triste vemos al portero que ve como su portería ha sido perforada y no le hace ni pizca de gracia aquello de que «el balón besó las redes». Ese portero descrito por el escritor Peter Hanke en su obra El miedo del portero al penalti, instante extremo de soledad en el que parece que pierde su identidad, único jugador que no recibe ninguna ayuda, ni relevo en ese acuciante momento del partido. Este jugador, último guardián, atento a que la tropa contraria permanezca el mayor tiempo posible fuera de sus dominios recibe, además de portero, los nombres de arquero o guardameta, mientras que al resto de los jugadores se les conoce como jugadores de campo. Expresiones las hay poéticas y mágicas como «frotar la lámpara» (la mítica de Aladino) para indicar el deseo del jugador por afinar el chute, de antes, porque hace décadas que se usa el lenguaje del viejo Oeste americano o la nomenclatura guerrera de disparo. Ese chute, derivación anglicista, certero que el portero no puede alcanzar pese a su estirada «de gato» porque entra por la escuadra «limpiando las telarañas». El pase preciso, balón «filtrado», hacia un compañero desmarcado es «sacar de la chistera» con significado de improviso, original, sorprendente. Más espacial es «al hueco», pura Geometría son los pases diagonales, de tiralíneas que desborda al contrario para crear una ocasión de gol. El «achique de espacios» que inventó el entrenador argentino Luis César Menotti hoy traducido en presión asfixiante o defender en bloques altos, medios o de retroceso en bajo. Todos lo más junto posible, en ataque y defensa sincronizados se inventó en la década de los años cincuenta con la expresión musical de «sistema acordeón». Si de atrás se trata el entrenador, director deportivo, articulista, coaching de empresarios, el argentino Jorge Valdano, llamado «el filósofo del fútbol» que inventó la «táctica del murciélago», todos colgados del larguero, para muchos una forma de defender temerosa propia de equipos sin ambición ganadora. También inventó el «miedo escénico» para referirse a ese estado de ánimo, espanto, que atenaza al equipo visitante en ciertos campos con grandiosos graderíos y el eco del incesante griterío animando a los suyos y amedrentando, al contrario. Como ejemplo la cancha del equipo Boca Juniors argentino. Colocan el vestuario del equipo visitante, justo debajo de los fanáticos para que sus gritos y pateos los desconcierten y desanimen antes de comenzar el choque. Se trata de las tristemente famosas «barras bravas», que suelen mandar más que el propio presidente y directiva del club. El término también se aplica al miedo de hablar en público con su correlato de síntomas fisiológicos como sudoración o palpitaciones. En Psicología se define como fobia social. Admirador, Valdano, de otro ilustre dibujante, el escritor argentino Roberto Fontanarrosa, que llamó matador al jugador número nueve y el que lleva el dorsal 10 es el talentoso, el más hábil que lleva la «manija del equipo». Hoy se habla de la «sala de máquinas» para designar a los centrocampistas encargados de «alimentar» a los jugadores de ataque. El autor ensalzó la figura del humilde utillero, calladito siempre que prepara el mate y dobla las camisetas de sus muchachos. Así también llamaba a sus jugadores el canario Luis Molowny y así se llamaron, hasta no hace mucho tiempo, hasta que se generalizó por influencia peninsular el de chavales que ha ido sustituyendo, también al de pibe en la vida diaria. «Caciques del área» son los defensas que infunden miedo por su bravura e ir, sin demasiados miramientos, al choque por aquello de que «pase el balón, pero no el contrario». La antítesis de la estética de «sacar el balón sin despeinarse» cuyo calificativo, según los medios, se atribuye a jugadores como el fallecido en pleno auge deportivo Tonono de la Unión deportiva Las Palmas, el alemán Franz Beckenbauer o el argentino Quique Wolf que militó en la Unión Deportiva y el Real Madrid, hoy conductor de un programa de fútbol, con su hijo, en un canal de televisión argentina. Olor a un perfume de marca, complemento corporal, usado por determinados jugadores que no se considera apropiado en un vestuario que debe oler a «hombre», sudor, músculo engrasado de linimento antes de salir al pasto. No saber qué hacer en un momento de tensión con la pelota se llama «hacerse de noche», pero mucho más dramático resulta cuando un equipo «entrega la cuchara», significa declararse en retirada, rendirse. Se acabó la capacidad de luchar por el resultado y el agonismo deportivo se convierte en irreparable derrota que, luego, la Psicología deportiva intenta reparar con que los jugadores adquieran una baja tolerancia a la frustración. De la Psicología está tomada la palabra crecer a la que se apuntan jugadores y entrenadores para indicar que mejoran fruto de la práctica, el aprendizaje o los deseos de la superación personal. Y de la serie española del año 2008, Sin tetas no hay paraíso, se toma el término para indicar un momento del partido muy provechoso para los intereses del equipo que pueden terminar en gol. En nuestro entorno futbolero queda para el archivo de la memoria palabras como «orsay» deformación del anglicismo of side, «fao» de fault, falta u otra que se convirtió en una frase repetida en el argot popular de «no retrodescas nuevo Club» para insuflar ánimos y acompañar a uno de los viejos y señeros equipos en su recorrido agonístico por los terregales campos de fútbol en los años cincuenta y sesenta de la capital. Y en los graderíos, por la misma época, se cantaba el «riqui raque» y el «arriba de ellos», similar al «sí se puede» actual que se grita en todos los estadios de España. Sin olvidar que forman parte del espectáculo expresiones racistas o de insulto que profiere parte del «respetable» público asistente. Campañas existen para desterrar del fútbol estas formas de expresión denigrante. En cuanto a insultos y llamadas, no gratas, a las madres de los jugadores hay que hacer notar como se ha producido un cambio respecto a tiempos pasados. Antes se aplaudían los goles del contrario. Luego se silenciaban. Hoy se les vitupera con toda clase de insultos y la televisión muestra los rostros y gestos de odio de los más cerca al césped. Ya es habitual que una parte de los aficionados o fanáticos deseen la muerte de un jugador del equipo contrario que suele coincidir con ser uno de los mejores al que se teme. Obvio que las más malsonantes de las expresiones van, también, dirigidas al árbitro, al que se llama trencilla y colegiado, y a los que, curioso, siempre se les nombra por sus dos apellidos. Lejos quedan aquellas inocentes expresiones en partidos de aficionados de solteros contra casados en los que los pocos asistentes gritaban «arroz, azúcar al árbitro una chupa». Árbitro, juez que debe impartir justicia deportiva a los se les suele hacer responsable de la pérdida de puntos, partidos y hasta campeonatos. Hoy más «dialogantes» que antaño, son objeto de las mayores críticas y también elogios por parte de los «notarios» de la actualidad. Otra forma que se hizo famosa de llamar a los periodistas.