Opinión | Isla Martinica

Tiktok y la narcolepsia social

Logotipo de TikTok

Logotipo de TikTok / Europa Press/Contacto/Hasan Mrad

Afinales del siglo XX, hubo un momento en el que la historia cambió, y no me estoy refiriendo al atentado de las Torres Gemelas de Nueva York. Hablo de la irrupción de los retos virales en Internet, incluso de la misma explosión del fenómeno de las redes sociales. Un instante que dio paso a una realidad cuyos negativos efectos todavía se aprecian entre la adolescencia y la juventud. Un texto de aquella época nos sitúa frente al problema, porque, en cierta manera, resultó profético. De título bien elocuente, Irse de casa (1998), de la salmantina Carmen Martín Gaite, describe el panorama que se abría entre los adolescentes ante la emergencia del pantallismo. En una de sus páginas, la escritora acierta de pleno con el diagnóstico: «Tom se pasaba las horas muertas navegando por Internet, con la misma pasión con que se lanzaron al mar los piratas de Salgari». Aun siendo un relato literario, rezuma autenticidad en la definición de la problemática que generó la llegada sorpresiva del mundo virtual. Además, el símil con las novelas de Salgari está bien traído, puesto que las páginas de Internet suplieron aquéllas, pero no precisamente para mejor.

Y esto fue únicamente el principio. De aquellos momentos a lo que se percibe en la actualidad hay una larga travesía, en la que la libertad individual y hasta la estabilidad de las naciones se han visto perjudicadas. De todo esto, y no de otra cosa, es de lo que se discute en el congreso estadounidense cuando se hacen propuestas para limitar el funcionamiento y extensión de las plataformas de contenido virtual. En un comienzo, fueron las páginas de Facebook, a las que les siguieron el resto de las incluidas en el grupo de Mark Zuckerberg, llegándose, en las últimas fechas, a la asiática de TikTok, vista como un serio peligro para la sociedad norteamericana e incluso como un factor de riesgo en la seguridad nacional.

Lo que está ocurriendo en Estados Unidos pronto encontrará su eco en la Vieja Europa y, si no, al tiempo. Se ha intentado poner coto al uso de los dispositivos electrónicos, por fin contemplados como objetos de distracción en el aprendizaje, pero lo que no se había previsto es el nocivo impacto de las redes sociales en la salud mental de las personas que las utilizan a diario. De lo primero, algo se sabe por las conclusiones del reciente informe PISA, pero de lo segundo, ni siquiera las protocolarias declaraciones de las autoridades de la salud pública o las reiteradas manifestaciones del profesorado han producido mayor alarma. Y lo cierto es que estamos en presencia de una progresiva narcotización de los individuos, grandes o pequeños, de un sexo o del otro, que acuden a las redes para encontrar pareja, entretenerse o simplemente mantener un contacto en la distancia. Y lo peor es que los dirigentes de las plataformas conocen la realidad, aunque se muestran reacios a poner remedio a la situación, porque, en el fondo, no la juzgan como un mal de nuestra civilización. Mientras tanto, la toxicidad de las pantallas y lo virtual dibuja una gráfica en continuo ascenso.

Tiktok es la punta del iceberg, una muy grande, pero no tanto como el continente que oculta. Hay un mundo oscuro en torno a la proliferación de retos y challenges, que se extienden por Internet como si fuesen lo más normal de la existencia. Desafíos que, en ocasiones, plantean la pérdida de la vida personal, invitando al suicidio o a las prácticas anoréxicas a gran escala, e inclusive la sumisión a un líder carismático que propala sus consignas tóxicas entre miles de atribulados seguidores. En este sentido, no veo mal el debate estadounidense. Al contrario, ya me gustaría que el mismo gozase de igual oportunidad en una Europa sedada por la ideología woke y la asfixiante corrección política, extremos que han salido, justamente, de los foros de Internet.