Reiner Knizia es doctor en matemáticas con experiencia docente universitaria, pero su fama le viene de su capacidad creativa para diseñar juegos de mesa. En su haber cuenta con más de seiscientos títulos entre juegos de tablero y juegos para dispositivos móviles y ordenador. Los colonos de Catán (editado en España por Devir) no es solo el mayor superventas en juegos de mesa modernos, si no la obra de un autor: Klaus Teuber. Richard Borg ha creado un sistema para aligerar de reglas los a menudo densos juegos de guerra (ojo, densos, pero, una vez dominados, apasionantes: querer es poder). Su sistema de juego para wargames ha propiciado obras accesibles a un público familiar como Memoir' 44 (editado en España por Edge) y sus múltiples expansiones que recrean diferentes batallas de la Segunda Guerra Mundial.

Podríamos seguir listando nombres asociados a juegos o sistemas de juego. Nos detenemos en un último creador, Uwe Rosenberg, diseñador de algunos de los más famosos boardgames actuales. En su producción destacan obras como Caverna y Agrícola (ambos editados por Devir en castellano), en los que sobre un fondo temático concreto (en estos dos ejemplos, el crecimiento en una sociedad agrícola) forja juegos de complejidad media, perfectos para enfrentarnos a juegos más profundos una vez hemos asimilado las bondades de un Catán.

Rosenberg también ha triunfado con un juego para dos jugadores, de temática hogareña y mecánicas tan sencillas como absorbentes: en Patchwork (editado en España por Maldito Games) dos jugadores compiten por elaborar una manta a base de retales. Parece una marcianada pero, como suele decirse, "el tema es lo de menos", un pegote si queremos llamarlo así. La cuestión consiste en conseguir encajar todas las piezas de un Tetris de cartón en tu tablerillo-pantalla personal. Para adquirir esas piezas avanzamos peones en un segundo tablero, a través del cual obtenemos dinero (botones) para comprar los retales/piezas de Tetris, y agotamos un tiempo: cuando nuestras fichas lleguen al final de ese recorrido (una espiral con resonancias de la vieja Oca) habrá acabado la partida.

Talento autoral

Rosenberg muestra un talento para hacer atractivo lo, en principio, más anodino. "¡Haz tu patchwork venciendo a tu oponente!", menuda tontería, ¿no? Pero la virtud de un buen diseñador/autor de juegos de mesa pasa, exactamente, por sobreponer sus reglamentos a la premisa cuando esta no es importante. Y en Patchwork no lo es. Si juegos como el mencionado Memoir' 44 no se entienden sin su contexto, que para el caso sería el desarrollo de batallas de la Segunda Guerra Mundial, en Patchwork lo de los retales y la manta es anodino, superfluo y hasta innecesario. Lo verdaderamente importante se encuentra en las mecánicas del juego, sus reglas, ese equilibrio entre el tiempo que nos queda, los botones que atesoramos y el puzle que vamos montando. El modelo parte de otros previos, como el juego Ubongo (de 2003, editado en España por Devir). Pero esto es otra característica de los juegos de tablero. En realidad, lo que intentan los autores es darle una vuelta de originalidad a unos esquemas genéricos. Hay juegos de colocación de trabajadores a lo largo y ancho del tablero, peones que hacen crecer tu economía o expanden tus dominios; los hay de gestión de mano de cartas, mano que te permite obtener recursos, los hay de enfrentamiento de bandos en un campo de batalla, etcétera. Uwe Rosenberg readapta el modelo de juego-de-rompecabezas para lograr una experiencia intensa y en cierto modo nueva.

Con ese mismo esquema hay otras propuestas como el citado Ubongo o el más o menos reciente Osopark (editado en España por Maldito Games), en el que pueden jugar hasta cuatro jugadores y que no deja de ser otro reto de completar puzles con fichas de Tetris. La gracia es que, sobre unas reglas básicas que nos van a resultar familiares, hacernos con piezas de un rompecabezas para completar una misión, por así decirlo, obtendremos una experiencia de juego diferente. Si Patchwork equilibra el duelo -es un juego para tan solo dos jugadores- a través de tiempo/monedas (botones), Osopark añade puntuaciones a las fichas, y Ubongo propone un puzle a resolver en un tiempo limitado o cuenta atrás (con reloj de arena). Pequeñas variables para un mismo tipo de juego, de modo que la persona que descubre el equilibrio en la sencillez de la propuesta de Uve Rosenberg sabe que más allá de ese Patchwork va a encontrar otros divertimentos similares que atesorar. Que variarán cosas de aquel pero que seguirán un mismo patrón, de modo que parece garantizado el éxito en la compra.

Otro modo de, quizá, acertar en futuras adquisiciones, es naturalmente fiarnos del autor. Si nos ha gustado un diseño de Rosenberg podemos tentar otro de sus juegos. O de los citados Richard Borg y Max Teuber, o del australiano Phil Walker-Harding (creador de Osopark y de otros juegos como Imhotep, alrededor de la figura del gran arquitecto del Antiguo Egipto). En todo caso, cada cual es dueño de acercarse a autores o mecánicas o temas para descubrir el apasionante y lúdico mundo de los juegos de mesa. Solo hay que animarse.