Un sabio renacentista llevado al siglo XX". Es sólo una de las definiciones que encajan con la figura de Agustín Millares Carló, canario arraigado a la tierra a pesar de un largo y sufrido exilio, hombre de letras por excelencia, con una personalidad seductora con la que enamoraba por igual a sus alumnos o a cualquiera de sus interlocutores, enredados sin remedio en sus coloquios, porque al parecer, hablar con él se convertía en un auténtico deleite.

Con motivo del treinta aniversario de su muerte, su biógrafo, José Antonio Moreiro, recuerda con devoción algunos de los aspectos de la vida del que fuera su maestro de Paleografía y Diplomática en el centro de la UNED en Las Palmas de Gran Canaria, que a día de hoy cuenta con un seminario que lleva su nombre y en el que se ha quedado impregnado su recuerdo.

Moreiro conoció a Millares Carló poco antes de que se retirara de la docencia, actividad en la que se mantuvo hasta los 85 años y de la que sólo logró apartarle el dichoso cáncer de pulmón que puso fin a toda una vida de fumador empedernido. Enmarcar la actividad académica de don Agustín en una sola área resulta imposible, porque su labor abarca desde la historia hasta la filosofía pasando por el latín. Treinta años después de su muerte, su manual de paleografía sigue siendo el libro de referencia en cualquier facultad de letras y nadie le ha superado como el mejor experto en escritura visigótica.

Enumerar sus trabajos es otra tarea titánica, porque escribió más de doscientos. La palabra y el lenguaje parecían encontrar en él al mejor de los acólitos porque también son innumerables las cartas que escribió a lo largo de su vida, donde se esconden algunos de sus aspectos más entrañables, incluido el profundo amor que sintió por su primera mujer, Paula Bravo.

Agustín Millares Carló compartía nombre con su padre y su abuelo, y con un total de ocho generaciones. Nació en 1893 en Las Palmas de Gran Canaria en el seno de una familia acomodada, liberal y laicista, amante de la literatura francesa del siglo XIX, que contagió al joven del ideal renacentista, innato en su identidad.

Nieto e hijo de abogados, don Agustín rompió con la tradición y se licenció en Filosofía y Letras en la Universidad de Madrid. Cuando terminó la carrera pasó a ser profesor y empezó a especializarse en múltiples áreas como la archivística o la bibliografía. José Antonio Moreiro, que gozo de su magisterio, asegura que sus clases estaban rodeadas de una aura mágica. "Cuando él hablaba veías una película".

Entre libros, notas, clases y demás apuntes, Millares Carló conoció en Madrid a Paula Bezares, una joven cantante de la que nunca más consiguió desenamorarse. Paula no contó al principio con el favor de la familia Millares, pero el tiempo les llevó hasta el matrimonio. Tuvieron cuatro hijos: Mercedes, Rosa, Asunción y Agustín.

Políticamente fue siempre un hombre moderado, vinculado estrechamente con la República. La Guerra Civil fue un horror que le arrancó su patria y su cátedra y que se llevó por delante a su mujer, que murió en Hendaya antes de subirse al tren que les traía de vuelta a España tras su visita a la Exposición Internacional de París de 1937. Agotada por los bombardeos y temerosa de volver a ese infierno, la vida se le esfumó sin dar más explicaciones, dejando a un marido con cuatro hijos pequeños, embarcado hacia el exilio.

Hasta el año 1975 no regresaría definitivamente a España, aunque lo hizo en varias ocasiones cuando el régimen franquista relajó su férrea existencia. Le dieron una oportunidad de regresar en los años 50, pero su entereza personal no le permitió negar que había conocido a Azaña y a Negrín.

Su labor académica en México y en Venezuela fue muy prolífica. En los años 50 se casó con la bibliotecaria mexicana Herlinda Soto, de la que se separó cuando se marchó a Maracaibo. Su hijo y sus nietos hicieron su vida en México, mientras que sus hijas Rosa y Asunción le acompañaron en su regreso a España, con 82 años. Se despidió de la vida en Gran Canaria, fijando su residencia en Tafira, aunque la biblioteca del Museo Canario fue posiblemente su último hogar. Su elegancia y corrección en el trato, su carisma y la magia que desprendía su palabra son la mejor parte de un legado de innumerables páginas.