Lo tuvo que soportar a lo largo de toda su existencia y ni siquiera en su propia muerte Amparo Muñoz se ha librado del juicio público de esta sociedad, la nuestra, que parece regirse por una moral virtuosísima, empeñada en encumbrar a personas como ejemplos a seguir y en derrocar a otras para convertirlas en paradigma de lo indeseable. De Miss Universo a Miss Heroína y Un bello juguete roto son algunos de los titulares que han coronado estos días los obituarios sobre la actriz, modelo y animal más bello del universo fallecida por una larga enfermedad, un cáncer cerebral que no ha querido ser confirmado por la familia. No es nada nuevo, la verdad: siempre ha dado prestigio escribir sobre una existencia supuestamente triste, al borde de muchos abismos. "No todo en mi vida ha sido una mierda... Además, nadie tiene derecho a juzgarme", contestó una vez la malagueña a algún periodista ávido de historias trágicas. Quizás como Carmina Ordóñez o Ava Gardner, por poner dos distantes ejemplos, Amparo Muñoz vivió como quiso, o como pudo.

Intentar reducir a la Miss Universo 1974 al arquetipo de muñeca enfangada en los arrabales de la drogadicción es injusto por incorrecto. Sí, fue detenida en Barcelona durante una redada mientras trataba de comprar su dosis de heroína, pero también fue una mujer que -recordemos: mediados de los años setenta- plantó cara a los responsables del máximo concurso de belleza del planeta para zafarse de los hilos con los que la querían manejar -y se quedó sin corona a consecuencia de ello-. Sí, rodó películas con títulos como Mírame con ojos pornográficos y se destapó pero también se puso a las órdenes de Carlos Saura y Fernando León de Aranoa, junto a los que ofreció interpretaciones talentosas; sí, se enredó con playboys y señores de dudosa catadura pero también supo convivir con un intelectual de primera como Elías Querejeta, formando un fugaz tándem tipo Marilyn Monroe-Arthur Miller. Lo avalan los que la conocieron, que hablan de una mujer impulsiva y volátil, extremadamente sensible y con insalvables dificultades para afrontar las críticas inmisericordes. Lo pueden comprobar en La vida es el precio, su autobiografía -escrita a cuatro manos con Miguel Fernández-, donde saldó cuentas pendientes con muchas de sus exparejas, narró cómo dos abortos le impidieron cumplir una de sus máximas ilusiones y abordó sin ambages su paseo por los callejones oscuros con algunos pasajes estremecedores.

Pero tampoco caigamos en el extremo contrario, el del victimismo. Amparo colaboró bastante con el reflejo tenebrista que de ella ofrecían los medios de comunicación: por ejemplo, cuando, como a Miguel Bosé, publicaron sin fundamento que se encontraba "en fase terminal" por un hipotético sida, se prestó a sentarse en La máquina de la verdad, de Julián Lago, y junto a su novio de entonces, Víctor Rubio, participó en un espectáculo lamentable, de lo peor -y ya es decir- de la historia reciente de la televisión privada.

Una de las cosas más tristes del fallecimiento de Amparo Muñoz ha sido comprobar la reacción de sus compañeros y antiguos colegas. Sólo Máximo Valverde, antigua pareja de la malagueña, y el presentador José Manuel Parada -más afines a las páginas del cuore que a las de cultura- se acercaron a presentar sus condolencias a la familia. Ningún actor o director se ha pronunciado públicamente. Ya le ocurrió en vida, a principios de la década pasada: recién diagnosticada de una malformación del cerebelo y postrada en la cama, porque con cualquier movimiento podía morir, nadie, salvo Querejeta, la llamó. "Eché de menos a muchas personas que dijeron quererme", declaró Amparo cuando presentó su biografía. Los últimos años los malvivió: "No veo claro, escucho con dificultad y siento mucha vergüenza cuando llego a un bar o a una tienda y le gente me mira", solía relatar. Vivía en un barrio de Málaga que no sale en las guías turísticas, desde luego, pero, como siempre se empeñaba en decir, "sin hacerle daño a nadie". Pero a ella se lo habían hecho, y mucho. Nunca dejaron de hacérselo: las últimas imágenes que tenemos de ella son unas emitidas por Antena 3 en las que un reportero la perseguía a su entrada y salida del hospital para una de sus rutinarias revisiones cerebrales. Casi no se le entendía ni una sola de las palabras con las que intentaba pedir respeto. Yo sólo le alcancé a entender "en paz". Amparo, sí, en paz, ya.