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El centenario molino de Calderín

El Cabildo acuerda por unanimidad el rescate de este aparato, protagonista y testigo del auge agrícola de Telde

Testigo de tres siglos. YAIZA SOCORRO / FOTO REPRODUCIDA DEL INTERIOR DEL MOLINO CEDIDA POR LA FAMILIA CALDERÍN

"Hoy en día es imposible mantener la finca como sucedía en su gran época porque el declive de la actividad agrícola en el municipio y en las Islas ya no la hacen viable económicamente, pero sí creo que se puede adaptar a los tiempos y buscarle otros usos", explica Fermina Calderín, Mima -que es como la conoce todo el mundo- "y evitar que termine desapareciendo, sería una pena por todo lo que ha significado para Telde". De hecho, en estos momentos parte de sus terrenos los tiene arrendados, sin cobrarle renta, a un agricultor que a su vez ha contratado a ocho personas, aprovechando unos terrenos baldíos durante años.

Pero en esta faceta no se quedan los proyectos de la familia Calderín, ya que también estudia su conversión en aulas de formación e incluso de centro de interpretación de la agricultura en el municipio. Para ello dispone de todo un tesoro, un molino de viento marca Adler que data de 1898, que está incluido en la Carta Etnográfica del Cabildo de Gran Canaria y cuya maquinaria se encuentra en perfecto estado de conservación. "Ahora mismo, si hiciera falta su uso, está perfectamente preparado para funcionar", explica Fermina Calderín, quien evoca cómo era la actividad de la finca en su apogeo, antes de que fuera fragmentada por expropiaciones para construir la autopista o la avenida del Cabildo y que pagaron una irrisoria cantidad a los dueños.

A pesar de la disminución de su superficie, la finca sigue mostrando un atractivo aspecto y el verde de la plantación de papas la hace menos ocre, con expectativas de ver otra vez, en su justa dimensión, más cultivos en sus terrenos. De momento, lo que toca, afirma Mima Calderín, "es conservarla para que no se pierda", un anhelo que puede hacerse realidad después de la aprobación por unanimidad en el Cabildo de Gran Canaria de una moción de Unidos por Gran Canaria para que la corporación insular colabore en su salvación. El pleno cabildicio acordó una iniciativa de la formación liderada por José Miguel Bravo de Laguna por la que se propone a la institución que abra un expediente para la protección del molino de viento, conceda una subvención para su mantenimiento y acuerde un convenio para que se convierta en un lugar de visita de turistas y escolares donde se muestre la historia de la agricultura tradicional.

Y es que el molino de viento, artífice del desarrollo de la finca, tiene historia y mucha. "En sus comienzos", expone Mina Calderín, "el molino funcionaba con carbón, que se transportaba en una vagoneta, luego tuvo un motor de gasoil y al final se electrificó. Pero si hace viento tambien funciona sin problemas". Fue Eladio Betancor, cuñado de Antonio Calderín Sánchez, padre de Mima, quien viajó a Alemania entre 1916 y 1920 para comprar una pieza clave del molino, la corona, ya que se trabababa con winche, para impulsar el agua del pozo a toda la finca. La copropietaria de la antigua explotación agrícola destaca que "es el único molino de estas características que existe en Canarias, aunque cuando yo era una jovencita, uno señores de Fuerteventura nos dijeron que allí había uno igual, pero de eso han pasado muchos años".

El molino se convirtió, por tanto, en el centro neurálgico de la familia Calderín, muy vinculada a la agricultura, y de los incontables trabajadores que por ella pasaron. Como recuerda, "mi padre no le negaba trabajo a nadie que pasara por la finca a pedírselo, por eso a veces había muchísima gente en los terrenos, muchos de Fuerteventura". Como curiosidad, venían marroquíes a comprarles los corderos sementales para su fiesta, "ya que no se les cortaba el rabo -que empleaban como fusta- y venían caminando desde Arguineguín y regresaban a pie con el carnero".

Esos trabajadores, aparte de su jornal y disfrutar de los primeros frutos que se recolectaban, también se les proporcionaban unas pequeñas casetas en Arguineguín, donde los Calderín tenían también terrenos, como en el denominado Tablero Calderín, donde se cultivaban tomates que luego eran empaquetados en su finca de Telde con destino a Londres.

"Los trabajadores traían su comida y si no, mi padre se la proporcionaba y eran también los primeros en llevarse lo cultivado -aguacates y naranjas- porque, como decía mi padre, para eso se lo han trabajado", rememora la descendiente de Antonio Calderín.

El acuerdo del Cabildo grancanario, de ejecutarse, supondrá que este más que centenario molino de viento pueda a convertirse en foco de atracción para propios y extraños. Mima Calderín rememora que "además de sacar el agua del pozo para la finca, también se llegó a venderla para los agricultores. Incluso ha servido de escenario para diversos reportajes de moda, ya que han venido extranjeros a pedirnos realizar sus reportajes en el molino por su imagen".

El molino ya contó con una subvención de la corporación insular cuando Inés Jiménez fue consejera de Industria, pero ya no la perciben. Su valor cultural no ha pasado tampoco desapercibido, tanto a la Fedac como a los investigadores. De hecho, una investigadora valenciana hizo su tesis doctoral sobre el molino de los Calderín y otros estudiosos se han interesado por él. Y es por esta vía, la de su importancia etnográfica por donde puede llegar su vuelta a la actividad, ya que de acordarse su cesión para su uso educativo y turístico, las visitas de estudiosos, escolares y turistas le darían a este testigo de tres siglos el protagonismo ahora perdido.

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