El ánimo del entorno de la Unión Deportiva Las Palmas es algo parecido a un producto del Ibex 35. La energía amarilla fluctúa, según los vaivenes de la pelota, tanto como el mercado bursátil tras la crisis petrolera de turno. Hace una semana, después de rascar un bonito empate en Mestalla ante el Valencia CF -las formas, en el fútbol, son capaces de dotar de belleza hasta la suma de un triste punto-, el conjunto de Quique Setién parecía salirse de la órbita terrestre entre exageradas comparaciones con el mismísimo Bayern de Múnich. Y hoy, sólo siete días después de aquella pequeña pero hermosa muesca en el zapato, la depresión por la contundente derrota de anoche ante el Deportivo de La Coruña (0-2) lo tiñe todo de tonos grises alrededor del representativo grancanario. En el ambiente, en la grada, en las redes sociales, entre las ínfulas de los tertulianos que opinan de lo humano y de lo divino, todo en la UD parece un desastre.

Esa oscilación de criterios, una especie de nebulosa alrededor del fútbol, la convirtió en carne Manolo Preciado -paisano y amigo personal de Quique Setién- hace años después de que el Sporting, tras caer goleado ante Barça y Real Madrid, asaltara Riazor y ganara al Deportivo. "Ni antes éramos la última mierda que cagó Pilatos ni ahora somos el Bayer Leverkusen". Esa genialidad debería marcar el camino de la Unión Deportiva, y toda la tropa que le rodea, en el camino hacia la salvación. Es tan clara como exacta: esta temporada, con tantos altibajos en el camino, mezclar días de euforia con noches de tristeza va a ser la tónica del año. Y saldrá ganador el que mejor sepa gestionar esos momentos.

Igualdad en Primera

Algunos, para explicar la derrota, señalan a la alineación de Quique Setién como el primer error. Otros ya avanzan que a Las Palmas, con una idea de juego clara e innegociable, le han pillado la matrícula. Muchos advierten la falta de un plan B como el mal. Y al resto le da por señalar pequeños detalles para intentar encontrar una razón al tropiezo. Ahí, en ese juego, los golpes se reparten hacia todas las direcciones. Basta con colarse entre las filas de los seguidores que, decepcionados, abandonan como zombies Siete Palmas o con sintonizar en el dial cualquier radio. Entre las razones se escucha de todo y casi todo en los mismos términos: que si falta un delantero con gol, que si no se puede salir siempre con el balón jugado, que si en el centro del campo falta un Vinny Samways, que si la dirección deportiva no da una, que de qué sirve tanta posesión y, como no -el producto estrellas tras cada derrota- que si los jugadores son unos golfos. La misma cantinela de siempre, como una canción que entra en bucle.

El asunto es que, entre tantas teorías conspirativas, entre tanto experto/entrenador, poca gente repara en que esto es fútbol: un simple juego. Ni más ni menos. Y que si se repasa, por encima, de manera superficial, de qué va esto de la Primera División, aparece una secuencia que se repite de manera constante cada semana entre los equipos que se van a jugar la permanencia en la categoría este curso y que remarca la igualdad entre la clase media-baja del torneo. No es opinión, son datos. Y ahí van algunos. El Betis, que la semana pasada cayó en el Villamarín ante el Atlético de Madrid, el viernes asaltó el Ciutat de Valencia para pintarle la cara al Levante, un equipo que hace siete días bailó al Sporting en Gijón -conjunto, por cierto, que parece en caída libre pero que no hace mucho ganó en Riazor al Dépor que anoche se la jugó a la Unión Deportiva-. Hay más. La Real Sociedad, que ayer fue un juegue en manos del Barça, se merendó el sábado anterior al Sevilla FC.

El problema en el fútbol moderno, un negocio en el que el juego es la excusa, es la subordinación al resultado. Todo se analiza a partir del último tanteo, de la urgencia. Es una dictadura que condiciona todo lo demás, que genera estados de opinión y condiciona la toma de posesiones. Y eso, alrededor de Las Palmas, es la nota predominante. Mal asunto para encarar una temporada con tanto en juego y que proyecta tantos apuros para mantener la categoría. La realidad de la Unión Deportiva es incuestionable: le tocará sufrir por evitar el descenso. Y eso, cuanto antes se asuma en su entorno permitirá mejor digerir un traspié como el de ayer ante un Dépor tan soberbio.

El fútbol no es una ciencia exacta, pero deja rastros a tener en cuenta. Dar el salto a Primera División y asentarse es un asunto complicado. La temporada pasada, por ejemplo, bajaron sobre el césped tres equipos que fueron incapaces de dar continuidad a su presencia en la élite durante más de dos años: Córdoba CF, SD Eibar -que luego se mantuvo en los despachos- y Almería. Los dos primeros habían ascendido la campaña anterior y el conjunto andaluz sólo llegó a acumular dos ejercicios consecutivos en la máxima antes de encarar el regreso a la Liga Adelante.

Los franceses, que de las cosas del placer algo saben, argumentan que el cristal está hecho para romperse. No tiene otro destino. Algo similar a lo que le ocurre a los equipos de fútbol: su final, aunque siempre busque la victoria, es la derrota. No hay otra. Todos, tarde o temprano, caen. Y, en ese paso en falso, algo se quiebra. A partir de ahí, desde ese punto, la pelota hace una selección natural: diferencia entre los conjuntos fuertes y los débiles.

A la UD, consumidas las 13 primeras jornadas de la temporada con sólo dos victorias en la mochila, le toca ahora demostrar de qué pasta está hecho como equipo. Es obvio que tiene mucho que mejorar y que las dificultades relacionadas con el fútbol son evidentes. Atrás, en defensa, comete demasiados errores -detalle letal para poder sobrevivir en una jungla como la Liga BBVA-; en el centro del campo le falta una pieza que marque la diferencia; no estaría de más ver a Jonathan Viera en la mediapunta; y tiene un problema enorme con el gol. Pero si el análisis va más allá del resultado durante las últimas semanas, con Quique Setién al mando, Las Palmas no es, como un día sentenció Preciado, la última mierda que cagó Pilatos.