Todo estaba preparado para vivir una gran día. Desde los prolegómenos, en los aledaños al Estadio de Gran Canaria, los aficionados calentaban motores para la gran fiesta que a continuación se viviría en el interior del recinto de Siete Palmas. Un mito del deporte canario y un estandarte de la UD Las Palmas decía adiós y su parroquia de incondicionales quería darle una despedida sonada, y del todo merecida. El rival, encima, no podía ser más idóneo. Uno de los históricos del planeta fútbol internacional, grande por su idiosincrasia y por unos valores atípicos, el Athletic Club de Bilbao.

Con estos alicientes, la tarde pintaba bien. Pero luego, sobre el verde, los acontecimientos extradeportivos devoraron a los futbolísticos. Por encima de todo, el reconocimiento a El Flaco a su salida del campo. Se iba sin que el buen juego, ése del que se erigió como estandarte, acudiera para despedirle en su última aparición.

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Luego, la entrada de Ángel López, que celebraba su partido trescientos en Primera División; y para remachar, el nuevo episodio de amor-odio entre la afición y Nauzet Alemán, quien volvía a jugar después de su sonada salida nocturna de hace más de dos meses. Con todo esto, no había quien se centrara en producir juego.

Centrándonos en el choque, sus albores dejaron entrever un cambio de dibujo en las filas del cuadro amarillo. La inclusión de Valerón en el once titular hizo que Quique Setién decidiera que Hernán y Vicente Gómez, en paralelo, formaran en el doble pivote, con los tres hombres con más magia por delante de ellos: Jonathan Viera, a la izquierda; el de Arguineguín, en el centro; y Tana, por la banda diestra. De resto, ninguna tipo novedad en cuanto a disposición.

En el otro lado, la UD se encontraba con una fotocopia táctica en el Athletic, con San José y Beñat como pilares en la medular, una tripleta por delante formada por Williams, Raúl García y Muniain, y Aduriz arriba.

Con estos argumentos creativos, el partido se decantaba por el equipo que más se jugaba en la contienda, el Athletic Club. Con una presión arriba y defensa adelantada complicaba la salida de balón de los locales; estos, en los primeros compases, sólo deleitaban a su afición con la conexión de su línea de mediapuntas en intervenciones más vistosas que efectivas, sin profundidad en esa zona de tres cuartos y sin crear inquietud en la zaga bilbaína. En la otra área, el cuadro grancanario sufría más, sobre todo en la banda derecha con las incursiones de De Marcos y Williams.

Ocasiones rojiblancas

Así las cosas, los porteros eran meros espectadores en el Estadio de Gran Canaria. Hasta el minuto 15 de encuentro, el público no se llevaba a la boca la primera jugada con cierto peligro. La protagonizó el Athletic. Un servicio de Beñat a la espalda de los centrales de Las Palmas que Aduriz cabeceó alto. Más de los rojiblancos, a los veinte minutos. Esta vez, Raúl García vio la caía a banda derecha del centro delantero del equipo bilbaíno, cuyo mal servicio buscando a Williams lo interceptó Raúl Lizoain.

Y otra de los vascos, que en su búsqueda de un gol que le abriera las puertas de la quinta plaza de la clasificación apretaba. En el 22, la más clara: un centro-chut desde la diestra de De Marcos que se envenenaba y daba en la parte superior del larguero.

A todo esto, la UD Las Palmas seguía plana, escasa de ideas, sin electricidad en la movilidad de la pelota. Todo se quedaba en un ¡uy! en la grada cuando ese último pase nunca encontraba el desmarque de una isla llamada Willian José a la espalda de los centrales, o cuando un proyecto de contra llegaba a su zona de influencia.

Entre que los amarillos no estaban y que el Athletic se diluía con el paso de los minutos, quizás acusando el calor, el sopor y el aburrimiento se establecía en el coliseo de Siete Palmas. En verdad, las más de 27.000 mil almas que acudieron a ver el adiós del mago de Arguineguín merecieron un poco más por parte de los 22 profesionales que se encontraban sobre el campo. Aunque también es verdad que a estas alturas, nadie estaba para demasiadas florituras.

Poco variaron las tornas tras el paso por los vestuarios. El Athletic, como en el arranque del duelo, intentaba demostrar que era el único que se jugaba algo en este choque. Pero los zarpazos de los leones apenas causaban heridas en el rival. Aduriz fue el que presentó más batalla en estos minutos. El pichichi de los bilbaínos pidió penalti por agarrón en un cabezazo que se marchó junto al palo derecho de Raúl Lizoain. Eran momentos de agobio para la UD, que en ataque seguía sin dar señales de vida.

El peor momento para los isleños llegó en el minuto 61. El colegiado anuló un tanto de Bóveda, que resolvió en el segundo palo un servicio de San José dentro del área. El autor del gol estaba en posición correcta, pero el árbitro quizás no dio validez al tanto por la situación de Aduriz, que sí se encontraba adelantado aunque no intervenía directamente en la jugada.

El siguiente dato a destacar en el encuentro fue el primer tiro a puerta de la UD Las Palmas, que mira que se hizo de rogar. Su autor, Willian José; su efectividad, nula.

A partir de ahí, con los jugadores del Athletic pidiendo agua por señas -imagen peculiar verlos a todos arremolinados en torno a su banquillo hidratándose mientras Valerón recibía al cariño del Estadio de Gran Canaria cuando fue sustituido- y los cambios efectuados por ambos equipos, el choque tuvo otro aire, con más idas y vueltas.

Tras la salida del césped del genio de Arguineguín, Ángel López, su recambio, ocupó plaza junto a Hernán en el doble pivote, lo que trajo consigo que Vicente Gómez adelantase posiciones. Esa variación, más el cansancio de los visitantes, dio más presencia atacante a los amarillos, pero sin demasiada claridad.

La entrada de Momo por Tana también puso algo más de chispa al equipo de Setién. Junto a Viera, permitió que el juego resultara un poco más eléctrico, aunque la UD no llegaba a concretar ocasiones claras de batir a Gorka Iraizoz.

El otro portero, Raúl , tuvo un papel más protagonista en los últimos ramalazos atacantes de los rojiblancos, con un par de salidas alocadas a la vez que efectivas, o deteniendo disparos con poca dinamita, como uno de Susaeta.

Y poco más, el encuentro siguió diluyéndose sin grandes sobresaltos hasta firmarse unas tablas decorosas para la UD y poco productivas para el Athletic Club . La sensación, que la fiesta de despedida a Valerón quedó incompleta, sobre todo cuando decía adiós un paradigma del buen gusto futbolístico. Hasta luego, Flaco, y gracias por lo que nos diste.