Literatura

El largo adiós

El largo adiós.

El largo adiós. / La Provincia.

Javier Doreste

Javier Doreste

Hay libros a los que uno siempre vuelve. Volvemos a Ana Karenina aunque sepamos cómo termina su historia, o a la Bovary o al Lazarillo o al Quijote. Los leemos varias veces por placer, porque siempre descubrimos algo nuevo en ellos o simplemente por el estilo o las cosas que dicen y sentimos que nos son cercanas, que nuestro mundo no es tan distinto al que describen, porque algunos de sus personajes los encontramos en la calle o en las noticias. Uno de ellos es El largo adiós, una de las obras policíacas más completas que conozco. Sabemos quién mató a quién y porqué cada vez que volvemos a ella, sin embargo volvemos a ella una y otra vez. Parece contradictorio, pues el objeto de toda novela criminal es descubrir al culpable. Si ya sabemos el que y el quién, no deberíamos tener interés en releerla. Pero esto no ocurre con las obras de Chandler, o las de Hammett, McDonald y algún otro. En el caso que nos ocupa volvemos a ella porque nos habla de nuestra sociedad, del mundo en que vivimos. Aunque fuese publicada en los años cincuenta del pasado siglo, el sistema social que describe y los instrumentos de control del mismo, no resultan ajenos al nuestro. Y además, está el estilo rápido y duro del autor, los comentarios cínicos o irónicos que salpican el relato y nos van poniendo en situación.

Nada más empezar se nos describe a una mujer en dos frases. Acaba de descubrir que el hombre con el que está sentada en un Rolls Royce está arruinado. Se corre en el asiento del copiloto, poniendo distancia entre los dos y: «su voz se alejó mucho más que ella». Y más adelante se escribe: «Si sobre ella hubiese caído en ese momento un helado, no se habría derretido». Con dos frases el autor nos hace ver que es una mujer fría, calculadora. Pertenece a la clase alta de la sociedad de Los Ángeles y no quiere tener nada que ver con lo que el mismo Chandler define como un: borracho cortés. No tiene ninguna importancia que más adelante esta Silvia Loring se case con ese hombre. Lo hará por motivos que nos tocará descubrir. Pero en ese primer momento ya conocemos el carácter de ella. Una mujer interesada, fría cuando quiere, capaz de dejar en la estacada a quién no le interesa. Va a contrastar con la solidaridad del taxista que lleva al protagonista y al borracho a la casa del primero: «Sólo lo que está marcado en el taxímetro, compadre, o simplemente un dólar si es que tiene ganas. Yo también he estado fuera de combate (…) No me recogió ningún taxi».

Cuando más adelante ese borracho se case con la mujer y sea un hombre rico dirá: «soy rico ¿a quién diablos le importa ser feliz?» Ha vendido su alma al diablo y sabe que la riqueza termina pervirtiendo, corrompiendo. Como la sociedad descrita por Chandler es una sociedad corrupta, basada más en la soledad de las personas, en una ciudad desestructurada y de largas distancias como Los Ángeles, en la que no existe lo colectivo ni lo comunal. Chandler nos permite leer lo que no se deja leer; una ciudad estructuralmente desordenada, con terrenos baldíos donde antes hubo edificios, gobernada y ordenada por el capitalismo tardío. Una ciudad donde la policía vigila, domina, reprime: «Se acercó a mí, se inclinó con la mano apoyada en la mesa y sonrió. Entonces, sin cambiar de expresión, me golpeó el costado del cuello con un puño que parecía un trozo de hierro. Y más adelante: (…) La gente que ejecuta las leyes encuentra siempre la forma de hacer lo que quiere. (…). La ley no es la justicia. Es un mecanismo muy imperfecto. Si usted aprieta los resortes justos, y además tiene suerte, es posible que al final se haga justicia. La ley no ha intentado ser nunca otra cosa. (…) Es verdad que cien millones pueden comprar mucha publicidad, pero si son utilizados con habilidad y astucia, también pueden comprar mucho silencio».

Tampoco la prensa, el famoso cuarto poder, escapa a la visión caustica de Chandler: Los periódicos son propiedad de los ricos. Ellos los publican. Los ricos pertenecen al mismo club. Claro que existe la competencia…una competencia dura, implacable, por las tiradas, las primicias, las crónicas exclusivas. Todo lo que usted quiera, siempre que no dañe el prestigio, el privilegio y la posición de los propietarios. Se trata de un mundo profundamente corrupto, en el apenas se distingue entre los negocios y el crimen: Es la diferencia entre el crimen y los negocios. Para hacer negocios es necesario tener capital. A veces creo que es la única diferencia. – Es una observación bastante cínica –dije-, pero el crimen también requiere capital. -¿Y de dónde viene, compañero?

El delito no es una enfermedad, sino un síntoma. La policía es como el médico que receta aspirinas para curar un tumor, con la diferencia de que la policía cura más bien con una cachiporra. Somos un pueblo rudo, rico (…) y el delito es el precio que pagamos por ello, y el delito organizado es el precio que pagamos por la organización. Lo tenderemos durante mucho tiempo. El delito organizado no es más que el lado sucio de la lucha por el dólar. -¿Cuál es el lado limpio? –Nunca lo he visto. Ya lo escribió Balzac, detrás de cada gran fortuna hay un gran crimen. Quizás en nuestra sociedad sean pequeños crímenes que se van acumulando. Pero si piensan con perspectiva histórica verán que muchas de las fortunas de nuestra época vienen del crimen de la conquista, la que causó la desaparición de los aborígenes canarios.

Ante este mundo, tan cercano al nuestro de mascarillas, Villarejos, Barcenas, etc. el detective es un hombre que contempla, observa y, cuando actúa, intenta redimir o impartir una cierta justicia, aunque esta no sea estrictamente legal. No es que estemos reivindicando un justiciero. El largo adiós es una magnifica novela que describe, con un lenguaje rápido y acerado, nuestro mundo. Y nos dice que mientras las cosas sigan como están no tendremos solución. La alternativa del héroe solitario no deja de ser la alternativa del fracaso, un símbolo de que no tenemos remedio. Cuando algunos se lanzan a especular con la necesidad ajena, en plena pandemia, y otras dicen que los ancianos se iban a morir de todas formas para justificar su inoperancia, vemos como lo descrito por Chandler cobra cuerpo entre nosotros. No porque seamos peores y mejores, simplemente porque vivimos en el mismo mundo que describe. Piensen en su idea de la justicia. La nuestra permite que un Rato campe libremente por sus respetos, mientras Pablo Hasél se pudre en la cárcel.