"Quería una moto, pero me compré un torno", declara Salustiano Álamo, el único relojero que aún queda arreglando mecanismos en Santa María de Guía. Aunque es una profesión que ya se encuentra en franca decadencia, este guiense se dedica todavía a esta actividad.

Nacido el 28 de mayo de 1935 y conocido por todos en la localidad norteña, actualmente regenta, con sus hijos, una joyería y relojería en la residencial Las Huertas.

Ciertamente resulta irónico que sea el propio tiempo el que esté condenando este tradicional oficio. Sin embargo, esto es algo con lo que Álamo no está del todo de acuerdo, pues "no creo que llegue nunca a desaparecer del todo este trabajo, aunque tal y como está el mercado, que está sorroballado... con poco más de tres euros te compras un reloj, y una pila a lo mejor te cuesta dos euros y medio", explica el relojero haciendo cuentas.

"Es lógico", apunta Salustiano Álamo, "que la gente opte más por comprarse un reloj nuevo que por repararlo. Cada vez hay menos relojeros precisamente por eso, pero aun así siempre hay modelos antiguos que hay que arreglar, y los que conocemos este mundillo nos estamos encargando de ello".

"Yo creo que esta industria", continúa en su abigarrado taller donde guarda las herramientas de operar relojes, "tiene que seguir adelante, no puede parar. Lo que sí veo es que ya todos los que existen en el mercado son fundamentalmente de pila, y esto daña mucho al medio ambiente, porque contamina".

Pero Álamo tiene un punto de vista algo más ecológico que práctico. "En este sentido", sentencia con la misma seguridad que apunta con su destornillador a un tornillo microscópico, "le veo más ventajas al mecanismo de cuerda, porque no es perjudicial para la naturaleza en absoluto. Ya no suelen verse los de esta clase, pero precisamente hace poco llegaron a mis manos unos que son automáticos y de cuerda, esto es, que tienen un contrapeso que, al mover el reloj, se le está dando cuerda sin necesidad de pila..."

Desde la temprana edad de nueve años, Álamo se ha entregado a la profesión, sobre todo porque "mi padre también se dedicaba a esto, me gustaba el oficio, no quería estudiar y, en especial, me atraía la mecánica de la relojería", asegura.

No fue hasta unas seis primaveras después, instruyéndose con su progenitor, que Álamo confiesa haberse sentido verdaderamente preparado para ejercer el oficio: "Empecé con relojes grandes, luego pasé a despertadores y de ese tipo y al final ya me metí con los de bolsillo y similares".

"Cuando salí del cuartel", prosigue, "tenía la intención de comprarme una moto, pero opté por hacerme con un torno porque me hacía falta para trabajar. Antes, había estado por las tardes en una relojería en la calle Juan Rejón, que tenía un torno igual que el que yo luego adquiriría, el cual me costó 22.000 pesetas aproximadamente. Estuve aprendiendo a usar la máquina sin cobrar nada, porque a lo que iba era a formarme; ahí fue donde aprendí a utilizarla. Lo cierto es que es una herramienta que entonces era muy importante para mi labor".

Un momento que recuerda con especial orgullo el maestro relojero es cuando acude con su padre a arreglar el reloj de la iglesia de Santa María de Guía. "El reloj se paró, nos citó el Ayuntamiento y fuimos a repararlo. Lo desmontamos, lo limpiamos, lo engrasamos, lo ajustamos y lo montamos. Esto fue hace ya más de 50 años y todavía hoy está en funcionamiento", afirma Álamo.

La primera anécdota le recuerda otra no menos curiosa que destaca le ocurrió hace unos años, "cuando una chica me trajo el reloj de su padre porque cada siete horas se le paraba. Lo que tenía era la cuerda partida, así que se lo arreglé. Luego se lo devolví a la chica y le cobré 30 pesetas. A los pocos días, el padre pasó por la relojería diciéndome que había engañado a su hija, porque su reloj no podía tener la cuerda partida, dado que andaba. Entonces le demostré que, cuando la cuerda, que es como una espiral, se rompe por la parte del centro, el reloj no funciona; sin embargo, cuando se quiebra por la de fuera, el reloj puede andar durante unas horas, como era este caso. Y todavía hoy en día los hijos de este señor siguen siendo clientes míos".

Álamo diría que siente pasión por su profesión, y además "me ha dado de comer y me ha ayudado a criar a mis hijos, a quienes tengo también encaminados en el oficio, convirtiéndose en la tercera generación de relojeros en la familia", dice con indisimulada satisfacción.

A la hora de comprar un reloj, aconsejaría que, "ante todo, sea de una buena marca. Y hay que procurar que no se moje, por mucho que diga que es resistente al agua, porque puede estropearse, ya que existe la posibilidad de que le entre cualquier clase de líquido".

Finalmente, ante la pregunta de por qué cree que el ser humano tiene la necesidad de medir el tiempo, Álamo responde que "especialmente por cuestiones del trabajo, pues tenemos la obligación de acordar citas en determinados momentos del día, y el hecho de medir el tiempo nos permite ser más precisos en este aspecto", sentencia.