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San Bartolomé de Tirajana

El coleccionista de cervezas

Pedro Lasso atesora en El Pajar un museo con 5.000 botellas importadas de 110 países

Pedro Lasso Miranda, en su museo de El Pajar, con la botella más antigua de su colección (izquierda) y la más reciente (derecha). SANTI BLANCO

El que fuera capitán de los Diablillos Amarillos en 1962, año en el que la selección juvenil de la Unión Deportiva Las Palmas levantó la copa nacional, ha convertido 80 metros cuadrados de su casa de El Pajar en un auténtico santuario de la cebada. Pedro Lasso atesora un total de 5.000 botellas importadas de 110 países del mundo, un millar de jarras, 65 grifos y un amplio catálogo de chapas, bandejas y todo material que se precie en la industria cervecera. La joya de la corona data de 1924 y lleva en su etiqueta el nombre del fundador de Tropical. Su última adquisición, en cambio, se fabricó el año pasado cuando la compañía dedicó una edición especial al ascenso de la UD a primera división.

Pedro Lasso (Las Palmas de Gran Canaria, 1944) nació con un balón bajo un brazo y un catálogo de coleccionista bajo el otro. A lo largo de sus 72 años ha podido disfrutar de las dos grandes pasiones de su vida: el fútbol y la afición por custodiar objetos inéditos. La primera de ellas la puso en práctica cuando apenas tenía 20 años, desde el centro del campo y con la camiseta amarilla puesta. Sin embargo, la gloria profesional la alcanzó finalmente de la mano de la fábrica de Cementos Especiales de la Bahía de Santa Águeda, en San Bartolomé de Tirajana, donde desempeñó durante 37 años las funciones de jefe de laboratorio y producción. En estos últimos años, en los que goza de más tiempo libre tras la jubilación, ha alimentado de forma espontánea una segunda vocación que le ha colocado en el primer puesto del ranking de coleccionistas de cervezas en Canarias y en el tercero de España.

El variado ajuar de Lasso comenzó con una primera botella de cerveza que compró en la ciudad alemana de Heidelberg hace 20 años. A esta primera adquisición, le siguieron varias reliquias de Bélgica y de la República Checa, el país que más consume cerveza en Europa. De los viajes que Lasso acumuló con el equipo de veteranos por el viejo continente, nacieron algunas series de botellas vacías, "por eso de que en la aduana se ponen pesados si el envase viaja lleno", que componen su actual muestra.

A las 1.146 botellas alemanas y las 1.000 españolas se sumaron de manera progresiva ejemplares de Cuba, Australia, EE.UU., Venezuela, Laponia, Islandia, Corea, Pakistán, Botsuana, Suazilandia, China, Israel, India y un largo etcétera que abarca un total de 110 países del globo terráqueo.

Es tal la dimensión que ha adquirido la colección que Lasso tuvo que habilitar casi una segunda vivienda anexa a su casa para evitar que la "parienta" se agobiara con semejante almacén de botellas. Hoy en día atesora 5.000 envases, todos de vidrio, a excepción de dos latas americanas con fecha de fabricación de 1936.

Sin embargo, cada botella ocupa el lugar que le pertenece en las estanterías, según su país de procedencia, antigüedad o alegoría asignada. Como buen coleccionista, Lasso ha creado un catálogo general al que no le falta detalle de las unidades que integran el repertorio. Y de manera paralela ha elaborado también una ficha bibliográfica, que describe el tipo, volumen, color, cantidad de alcohol así como otras características de cada botella. "Así no hay forma de que ninguna se pierda" entre tantas hileras de cristal.

Muchas de las reliquias de Lasso han salido de puestos de mercadillos no solo de la Isla, sino del resto de España. De este tipo de recintos, el coleccionista ha obtenido botellas de cerveza como la Cruz Blanca, que conmemoran un siglo de vida de la fábrica cervecera de Santander, ejemplares que celebran el 50 aniversario de la conquista humana del Everest o recipientes que bajo el título de La Paloma pertenecieron a la antigua sede industrial de Playa del Inglés.

Sin embargo, la mayoría de las piezas llegan a las manos de Lasso a través de una red de amistades, que en ocasiones ha sufrido verdaderas odiseas para que la botella alcance su destino. Sin ir más lejos, la que en su etiqueta muestra la majestuosidad del Kilimanjaro cruzó los 7.000 kilómetros de distancia que separan a Tanzania de Canarias en la maleta de un amigo de Lasso, que tras degustar la primera gota de la cerveza africana se le ocurrió llevarle de souvenir el envase. Otros, como el pollo de La Barranquera, un luchador teldense exiliado en Cuba, cada vez que cruzan el charco llegan con alguna Polar bajo el brazo.

Las nuevas tecnologías también han contribuido a que el contingente sureño adquiera cada año mayor volumen. Pequeñas series italianas, que retratan en cada botella el rostro de líderes militares, como Franco, El Che, Mao, Napoleón, Stalin o Gramsci, o incluso pioneros del mundo de la aviación, como Hugo Junkers o Louis Blériot, adornan las vitrinas de El Pajar tras su llegada por correo.

La distribución de las botellas sigue un orden metódico. Por ejemplo, en un rincón se agrupan las unidades que se han fabricado para las diferentes alegorías del carnaval, en otra esquina reposan las que elogian al futbolista David Silva, vecino de Lasso; y en la sección internacional se pueden encontrar combinaciones, que bajo la marca Mongozo dejan en el paladar del consumidor un regusto a chocolate, coco, plátano o mango.

Algunas de estas "obras de arte", como la Pilsner Urquell de finales del siglo XIX, casi acaban de un infarto con la vida de un turista alemán. El visitante, tras descubrir por casualidad el legado de Lasso, no daba crédito que semenjante tesoro se ubicara en El Pajar.

No obstante, la joya de la corona, la botella más antigua de la colección, posee en su denominación de origen la bandera de Gran Canaria. Se trata nada más y nada menos de la primera botella que fabricó la cervecera Tropical en 1924. Un biberón de 750 centímetros cúbicos en cuya etiqueta reza el nombre del fundador de la compañía Cástor Gómez Navarro, según el libro de los investigadores Santiago de Luxán y José Luis Quesada.

Con el paso de los años, Lasso ha conseguido custodiar uno de los fondos bibliográficos más curiosos de esta cervecera. Más de una veintena de botellas, de diferentes dimensiones, plasman la evolución histórica de la compañía. Primero en botellas serigrafiadas de 660 centímetros cúbicos, bajo el sello de La Tropical, y luego con envases de 330 y 200 centilitros con etiquetas en relieve o en papel, donde ya se aprecia el cambio de nombre de la empresa a Tropical, a secas. Entre sus muestras, destacan moldes de madera y hasta un pequeño botellín del siglo anterior que encontró un buceador en los fondos marinos de Patalavaca.

La colección de El Pajar, además, incluye un amplio abanico de enseres (posavasos, barriles, chapas, fotos y grifos) que aportan al museo una perspectiva multidisciplinar. Entre estos complementos destaca un millar de jarras, algunas dedicadas a las fiestas populares de las Islas, otras a sus paisajes, que constituyen el tándem perfecto para disfrutar de un sorbo de cerveza.

A pesar del amplio despliegue de sabores que ofrece la cerveza, Lasso confiesa que se queda con las de "trigo". El coleccionista se declara buen "bebedor" pero "poco conocedor" de las tendencias del sector. Por eso, desde que la asociación cultural Pa' Las Birras descubrió su museo hace unos meses, se muestra ilusionado por dejar que "las nuevas generaciones" sacien su apetito de sabiduría y colaboren a incrementar su muestra con nuevas incorporaciones, como por ejemplo cervezas canarias artesanales. Lasso, además, invita a visitar su rincón de recreo a todo aquel que quiera emprender un viaje por las cervecerías del mundo.

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