La Audiencia Provincial ha impuesto tres años de prisión al ex jugador de la Unión Deportiva Las Palmas Sergio Marrero Barrios, que también militó en las filas del Atlético de Madrid a finales de la década de los 80. Marrero fue juzgado el pasado 15 de diciembre por la Sección Primera, cuya sentencia lo declara autor de un delito contra la salud pública por haber vendido dos boliches de crack el día 6 de marzo de 2007.

El fallo judicial también condena por los mismos hechos a Santiago Santana Medina, que actuaba junto al ex futbolista para vender cocaína en la plaza Manuel Becerra de la capital grancanaria. Según considera probado el tribunal, Santana se ocupaba de captar a los clientes y recibir el dinero que luego le entregaba a Marrero, al tiempo que éste se encargaba de suministrar la droga, en concreto 0,08 gramos de coca, que tenía una pureza del 46 por ciento. Se trata de una cantidad "escasa", razón por la que los magistrados han decidido imponer la pena en su grado mínimo, tres años, frente a los seis años de condena que solicitaba el ministerio fiscal.

Los acusados negaron durante el juicio las acusaciones de la Fiscalía, pero la Sala ha concedido plena credibilidad a las declaraciones de los tres agentes de la Policía Local que detuvieron a Marrero y Santana. Antes interceptaron a la persona que había comprado la droga, en cuyo poder se encontraron los dos trozos de crack. Además, los policías identificaron a otro individuo que aseguró haber consumido la sustancia en el baño del bar donde se hallaba el antiguo defensa de Unión Deportiva. De ahí que la sentencia tache de "inverosímil" la versión ofrecida por el propio Marrero.

El ex futbolista alegó en su descargo que no vendió droga alguna, que se encontraba en el establecimiento viendo el partido Barcelona-Liverpool, y que las dos cápsulas que se encontraron en sus bolsillos no eran para guardar la coca. Según él, la presencia de esos envoltorios de plástico se debía a la ingesta reciente de dos huevos Kinder.

Sin embargo, Marrero "no dio explicación alguna" del motivo por el que decidió guardar las cápsulas, que suelen usarse por los traficantes para el trapicheo de estupefacientes. Lo lógico hubiera sido quedarse con el regalo que los huevos traen en su interior y no con el envoltorio, según razona el fallo.